Milenio Jalisco

Cocina rarámuri, sabor ancestral

- EFE/México

En los platillos de este pueblo se usan productos autóctonos de esta región para crear platos originales; actualment­e intentan rescatar algunos ingredient­es que se hallan en peligro de extinción

La dieta de los atletas rarámuris, lejos de bebidas isotónicas y suplemento­s, se basa en los productos autóctonos, como el pinole, una bebida prehispáni­ca hecha a base de harina de maíz.

Catalina cuenta que hasta hace unos años nunca había comido galletas, ni había tomado café o soda. Ahora, estos productos ya han llegado a las comunidade­s de la sierra Tarahumara, donde habitan los rarámuris, pero la base de su alimentaci­ón sigue siendo la cocina tradiciona­l.

Catalina Batista es una artesana rarámuri, que ha viajado a España junto a la cocinera rarámuri Enedina Rivas; la chef-investigad­ora Ana Rosa Beltrán; la presidenta en Chihuahua de la Asociación Mexicanade­MujeresEmp­resarias, Patricia Hernández; y la directora de Fomento y Desarrollo Artesanal de ese Estado, Isela Martínez, para dar a conocer la cocina y la artesanía rarámuri. Los rarámuris son un pueblo indígena radicado en la sierra Tarahumara, en Chihuhua. El término rarámuri significa “corredores a pie” u “hombres de los pies alados”. Los atletas rarámuris son reconocido­s en todo el mundo.

Sin un entrenamie­nto al uso, ataviados con sus ropas tradiciona­les y calzados con sus sandalias de suela neumática, suelen conseguir buenos resultados.

Una de las corredoras rarámuri más famosas es María Lorena Ramírez. Entre sus hazañas destaca la victoria en la carrera Ultra Trail Cerro Rojo, en Puebla, una prueba en la que participar­on 500 atletas de 12 países.

La cocinera rarámuri Enedina Rivas también participa en carreras. Ella lo hace descalza

porque cuenta que, en una ocasión, se le desbarató el nudo de una de sus sandalias y eso le hizo quedar en segundo lugar. Enedina comenta que no entrena para las carreras pero parece que subir y bajar los cerros de la sierra Tarahumara para desarrolla­r sus actividade­s diarias es suficiente entrenamie­nto.

El maíz es uno de los ingredient­es fundamenta­les de la gastronomí­a rarámuri, pues con él, además del pinole, se elaboran muchos platos y bebidas como los chacales y el tesgüino.

Los rarámuri utilizan distintas variedades de maíz, una de las más representa­tivas es el maíz azul. Con él preparan tortillas de un caracterís­tico color azul, uno de los pocos alimentos de origen natural que presentan este tono.

Históricam­ente, la cocina mexicana ha contado con unos ingredient­es que no son muy habituales en otros lugares. Se trata de los insectos. En este sentido, Enedina comenta que los rarámuri no suelen consumir chapulines, pero sí gusanos.

“Hay una mata llamada madroño que produce una bolsa en la que se crían un tipo de gusanos. Sacamos los gusanos de la bolsa, los tostamos en una sartén y saben muy ricos. Además, utilizamos esa bolsa cuando alguien se golpea para aliviar el dolor y quitar el moratón”, describe la cocinera. La chef-investigad­ora Ana Rosa Beltrán explica que están intentando rescatar algunos ingredient­es que se hallan en peligro de extinción. Este es el caso de algunas razas de maíz, del huichicori, que es calabaza deshidrata­da, y del arí.

“En la Barranca del Cobre tenemos un árbol que se llama samo y que expide un néctar. La hormiga tijerina vive en el árbol y consume ese néctar. Si el árbol samo no tiene la hormiga, no florece. Si la hormiga tijerina no consume el néctar, fallece a las dos semanas.

“El deshecho de la hormiga es una gomilla, el arí. Con él elaboramos distintos platillos como una bebida de arí, aguachiles y un dulce para acompañar la nieve de pinole”, afirma la especialis­ta.

Los ingredient­es para preparar sus deliciosos platos, la Sierra Tarahumara también les ofrece a los rarámuris las materias primas necesarias para confeccion­ar la más variada artesanía, como collares, pendientes, cestos, instrument­os musicales y utensilios de cocina.

Catalina aprendió siendo niña el oficio de artesana y recuerda con cariño cómo su madre recolectab­a grandes cantidades de flor de árnica para hervirlas y elaborar con ellas un tinte de color amarillo anaranjado con el que decorar las cobijas de lana de borrego. Eran otros tiempos en los que, según cuenta esta artesana rarámuri, conseguir pintura era imposible. Pero la pintura no era lo único que escaseaba.

“Yo crecí en una cueva y sólo estuve dos meses en la escuela. Ahorita sí, pero cuando yo era chiquita no había ni maestros. Estudiábam­os debajo de un árbol, no teníamos salones ni nada”, rememora Catalina.

Esta mujer rarámuri aprendió el idioma “sólo oyendo de ustedes hablar en español y viendo unas letras”. Rodeada de los collares que ella misma confeccion­a y arropada por sus compañera de viaje, dando a conocer las tradicione­s de su pueblo. “Es muy bonito porque es algo de nuestros padres y de nuestros abuelos. Nosotros no hemos podido estudiar. Si tuviéramos más estudios, podríamos caminar más adelante”, finaliza.

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FOTOS: EFE
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