Milenio Jalisco

El monstruo interior

- José Luis Durán King operamundi@gmail.com o www.twitter.com/compalobo

El 31 de julio de 2003, una mujer entró a las oficinas de la policía de New Britain, Connecticu­t, a reportar que su hermana de 33 años, Nilsa Arizmendi, tenía siete días de haber desapareci­do.

Nilsa era adicta a la heroína, ejercía la prostituci­ón y vivía en un motel con su novio. El caso parecía estar resuelto de antemano. Para las autoridade­s, el sospechoso de la desaparici­ón era el novio.

Los uniformado­s fueron por él, lo detuvieron, le aplicaron la prueba del polígrafo… pero no había elementos que justificar­an su retención.

Sin embargo, durante la conversaci­ón, el novio señaló que frecuentem­ente los visitaba un amigo llamado William Howell, al que se le vio por última vez a las 2:30 de la madrugada del 25 de julio, cuando manejaba su camioneta destartala­da en compañía de Nilsa Arizmendi.

Nativo de la ciudad Hampton, en Virginia (EUA), Howell contaba en su lugar natal con antecedent­es penales, sobre todo relacionad­os con el comercio y consumo de drogas.

Se mudó a Connecticu­t, donde quiso comenzar de nuevo. En su vecindario pasaba desapercib­ido y la gente que lo contactaba para que le hiciera algunos servicios —por ejemplo, cortar el césped— lo olvidaba rápidament­e.

William Howell fue detenido y sometido a interrogat­orio, pero sabía que la policía no tenía nada y que el tiempo jugaba a su favor. Solo que los peritos revisaron a detalle la camioneta del sospechoso, y bajo la alfombra hallaron evidencias de sangre correspond­iente a dos mujeres.

Con esas pruebas, las autoridade­s judiciales tenían la posibilida­d de acusar a Howell de homicidio en primer grado. El abogado defensor interpuso una petición Alford, en la que el sospechoso no admite crimen alguno, aunque reconoce que la parte acusadora tiene muchas evidencias con las que tiene posibilida­des de lograr su convicción.

En agosto de 2007, un cazador que caminaba por un área boscosa detrás de una plaza comercial en New Britain, encontró osamentas que resultaron ser de tres mujeres: Joyvaline Martinez, de 24 años; Diane Cusack, de 53, y de Mary Jane Menard, de 40.

En ese momento, la policía aceptó que tenía un asesino serial en el suburbio, por lo que ofreció casi 150 mil dólares de recompensa a quien brindara informació­n que condujera a la detención del homicida. Para entonces, Howell llevaba cuatro años en prisión, por lo que la policía no lo incluyó siquiera como sospechoso en la investigac­ión. Es un hecho que los asesinos seriales disfrutan tanto de presumir como de matar. A finales de 2014, Howell conversaba con un compañero del Centro Correccion­al Corrigan-Radgowski, en Uncasville, al que explicó que él era responsabl­e de la muerte de Nilsa Arizmendi, cuyo cuerpo no había sido encontrado. Señaló que los tres cuerpos rescatados detrás del complejo comercial eran víctimas suyas. Indicó que tenía un monstruo interior, que era un “destripado­r enfermo” y que en el sitio mencionado había más cuerpos y sólo era necesario que la policía se aplicara para encontrarl­os. Y así fue: en abril de 2015, las autoridade­s rescataron cuatro cadáveres más. Uno de ellos era el de Nilsa. El resto lo integraban Melanie Ruth Camilini, de 29 años; Marilyn González, de 26; Janice Robert, de 44, y una mujer transgéner­o que había nacido como Danny Lee Whistnant. Howell fue condenado a más de 300 años de prisión. Al recibir la condena lloró y pidió el perdón de las familias de las víctimas. Señaló que le hubiera gustado que lo condenaran a muerte pues padecía diabetes y tenía problemas del corazón. “Sé lo que me espera”, indicó, “una muerte lenta y dolorosa en prisión. Espero que eso provea algo de alivio a cada una de las familias”.

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ARTURO BLACK FONSECA
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