Milenio Jalisco

Barata de principios

¿Por qué será que veo su propaganda y me siento paciente por error de un pabellón psiquiátri­co donde se me repite que todo estará bien si coopero y hago lo que me piden?

- XAVIER VELASCO

¿Y quién dijo que al fin le hacen falta principios para justificar un medio impresenta­ble? El problema que afrontan hoy día los principios es su escaso valor en el mercado. Se diría que son intercambi­ables, amén de estrictame­nte decorativo­s y un tanto redundante­s en el tema de la zalamería. Más que principios, suenan a cumplidos. Música pegajosa para nuestros oídos. La gente no hablaría tanto de sus principios, y éstos serían quizá menos elásticos, sin la cosquilla oscura de los fines que viven de invocarlos, como quien guiña un ojo a su alcahuete.

Siempre que un aspirante a un puesto público se regodea alabando sus principios, me da por preguntarm­e cuáles serían sus límites, si se le hiciera cierta la ilusión. ¿Cómo saber, tras tanta gravedad austera y cejijunta, ya no el valor sino siquiera el precio de aquellos fundamento­s íntimos y profundos que otorgan credencial­es de honradez y en teoría no pueden negociarse? Ahora que la ruleta electoral ha abaratado tanto los principios que pone en evidencia su oquedad, valdría preguntars­e si alguna vez contamos de verdad con esas abstraccio­nes biensonant­es. Pobre de uno, me temo, si el negocio de su bienestar ciudadano depende del respeto que a un sediento de fines le inspiren sus mejor cacareados principios.

Es precisa una dosis diaria de candor para seguir creyendo en la autenticid­ad de principios o fines bendecidos por siglas partidista­s cuyo significad­o nunca fue tan confuso, por decirlo bonito. Esto de ver a tantos villistas y huertistas, dirían los colombiano­s, de pipí cogido, da lugar a la idea maliciosa de que el diablo ha comprado sus almas en paquete, junto con sus retóricas airadas que hoy no saben si hablarle al ciudadano, al pueblo o a los encuestado­res con tal de que ese hueso caiga de su lado. Para desgracia nuestra, ni principios ni fines son visibles, pero ahí están sus medios para entreverlo­s. Por eso con frecuencia los ocultan, en vez de cacarearlo­s. ¿Y no es ya el cacareo de virtudes etéreas un medio de por sí indigno de crédito?

Me gustaría creer, con toda candidez, que un conspicuo enemigo de la corrupción no osaría valerse de medios ilegítimos, o que los partidario­s de la libertad nunca recurriría­n al autoritari­smo, pero andan tan baratos los principios que ya a nadie sorprende toparse con neonazis humanistas, liberales plutócrata­s o jihadistas guadalupan­os, entre las infinitas permutacio­nes que permiten los principios genéricos. Si antes se comenzaba como simpatizan­te de cierto partido, hoy sucede al revés: el partido se jacta de pensar como tú. Seas quien seas y quieras lo que quieras, ellos están aquí para entenderte. ¿Por qué será que veo su propaganda y me siento paciente por error de un pabellón psiquiátri­co donde se me repite que todo estará bien si coopero y hago lo que me piden? ¿Cómo es que siempre saben mejor que yo lo que supuestame­nte me conviene, si ayer me decían “pueblo” y ahora “ciudadano”, y viceversa? ¿Quién se siente seguro de abordar un barco que navega con dos banderas no sólo diferentes, sino de hecho mutuas enemigas?

Hasta donde se ve, la coalición es el medio sensato de la ambición, mas sólo en la medida de sus alcances reales y verosímile­s. Encuentro sospechosa, por ejemplo, la mera asociación imaginaria entre vegetarian­os y ganaderos, tanto como cualquier presunta convivenci­a entre tigres, coyotes y gallinas. Quiero decir que es muy buena noticia cada vez que unos y otros adversario­s políticos “irreconcil­iables” coinciden en acreditar algo de lo que a todos nos parece evidente, porque lo regular es que difieran, no pocas veces al extremo del insulto y la calumnia. ¿Y no es por tales medios que algunos radicales emblemátic­os —hoy corridos al centro como niños friolentos pegados al fogón del presupuest­o— se han hecho de un prestigio relativo, mismo que ahora se guardan sabrá el demonio dónde para darse un abrazo en Acatempan con quienes no hace mucho buscaban sepultar, orondament­e?

Cuenta Martín Romaña —el bohemio entrañable de Bryce Echenique— cómo su esposa Inés pasó en muy poco tiempo “del catolicism­o más militante al marxismo más pío”. Dos enemigos leales, allá en la antigüedad, que ahora combaten juntos no sé si la injusticia, la inequidad, la corrupción o el autoritari­smo, pero segurament­e el desempleo: razón indiscutib­le para ir juntos en contra, pero a favor, (o a favor, pero en contra,

whatever that means), del control natal, la adopción gay o la despenaliz­ación de las drogas, entre otros temas raros que su curiosa alianza relega a la cultura general. Ya sabe uno que en ciertas ventanilla­s estorban los principios para ir a pedir chamba, pero algo hay que llevar en su lugar. De otro modo queda la sensación de asistir a una inmensa lotería donde en vez de proyectos se vota por colores y el resultado es siempre una sorpresa.

Andan tan baratos los principios que ya a nadie sorprende toparse con neonazis humanistas o liberales plutócrata­s

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ARACELI LÓPEZ El precandida­to de Morena-PT-PES, AMLO, y el presidente de Encuentro Social, Hugo Eric Flores.
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