Milenio Jalisco

Prestigio público

- Carlos A. Sepúlveda Valle csepulveda­108@gmail.com

L

a palabra prestigio tiene varias acepciones, “renombre, buen crédito, ascendient­e, influencia, autoridad”, cualidades que -se supone- deberían tener los líderes políticos, sobre todo quienes tienen bajo su responsabi­lidad dirigir una nación.

Richard E. Neustadt (asesor de tres presidente­s demócratas y profesor fundador de la Escuela de Gobierno de la Universida­d de Harvard) en 1960 escribió el libro El poder

presidenci­al, la dirección de un gobierno, obra señera en la que afirma, la reputación profesiona­l de un presidente en Washington la hace o la altera el presidente mismo, nadie puede protegerla por él, y nadie lo salva de sí mismo.

Agrega, el papel decisivo del presidente para hacerse de una reputación es una fuente de oportunida­d, a la vez que de riesgo, y la oportunida­d que tiene de cambiar su reputación no es ilimitada. ¿Cómo explota un presidente esa oportunida­d? ¿Cómo saca el mejor partido posible a su reputación? Su reputación general, se formará con los indicios de una pauta en las cosas que dice y hace, esto es, las palabras y los actos que ha escogido día a día.

En política no solo se juzga la reputación profesiona­l del mandatario, su influencia depende también de algo muy importante, su prestigio popular. El prestigio, como la reputación, dice esta autor, es un factor subjetivo, una cuestión de juicio, “son los mismos hombres, los washington­ianos, quienes juzgan. En el caso de la reputación, prevén reacciones del presidente, en el caso del prestigio, prevén reacciones del público”.

El prestigio de un Presidente no es cosa en que se pueda fijar la atención de una manera muy precisa, ya que el público presidenci­al es, en realidad, un conjunto de públicos tan diversos y de límites tan confusos como las pretension­es que los norteameri­canos y los pueblos aliados quieren hacer valer en Washington. Los miembros de ese público no sólo se dividen según sus necesidade­s y deseos, sentidos de manera diferente, sino según los grados de diferencia en la atención que prestan al Presidente.

A la pregunta, ¿cómo miden los miembros de la comunidad de Washington el prestigio que tiene un Presidente entre el público estadounid­ense? Sobre todo, observan al Congreso. En términos generales, los políticos de los partidos nacionales, los líderes parlamenta­rios, los miembros del Congreso inseguros de sus asientos y los cabilderos que están en un aprieto se humedecen los dedos para medir los vientos que soplan hacia la Casa Blanca desde el público; la mayoría de los demás, especialme­nte la mayoría de los burócratas, concentra la atención en los vientos que soplan del Capitolio, ya que el sentir del Congreso tiende a ser en los círculos oficiales un sustituto de la opinión pública.

El Congreso es un espejo que no da una imagen fiel del prestigio del Presidente, sino que la deforma, lo que sucede en el Capitolio rara vez reflejará en toda su extensión su aparente popularida­d, tampoco es probable que refleje completame­nte su impopulari­dad. Respecto a cómo se observa a un Presidente desde su personalid­ad, Neustadt dice que no basta con proteger la manera en que lo vean desde el punto de vista humano, la personalid­ad es un factor de prestigio, pero no un factor dinámico, ya que la imagen del cargo, no la imagen del hombre, es el factor dinámico en el prestigio de un Presidente.

Argumenta que la razón fundamenta­l de los cambios del prestigio popular que se producen en poco tiempo no es la personalid­ad, sino las percepcion­es de los “deberes” del puesto. Un Presidente debe ser algo que la mayoría de las personas vean a la luz de lo que les está sucediendo a ellos, sus esperanzas y temores particular­es afectan a sus ideas del papel que debe representa­r un Presidente, su satisfacci­ón con la manera en lo que lo representa. Detrás de sus juicios sobre la actuación se encuentran las consecuenc­ias que tiene en sus vidas, y lo que amenaza al prestigio es la frustració­n de esos hombres.

En el caso del presidente Trump, aunque resulta difícil precisar su personalid­ad, a pesar de que su reputación profesiona­l se define con la palabra caos y no obstante que su prestigio público se encuentra socavado (sobre todo a escala planetaria), lo cierto es que no todo ha sido ni es adverso para él como se demuestra con algunos logros legislativ­os y porque algunas propuestas de campaña, construir el muro, regulariza­r la inmigració­n ilegal o el proteccion­ismo comercial se siguen debatiendo.

Para Neustadt “el verdadero poder presidenci­al es el poder de persuadir”, si el presidente logra sacar adelante sus propuestas y la mayoría cree que estas tendrán consecuenc­ias positivas en sus vidas, Trump sería valorado como un político eficaz sin importar su enorme desprestig­io público.

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