Prestigio público
L
a palabra prestigio tiene varias acepciones, “renombre, buen crédito, ascendiente, influencia, autoridad”, cualidades que -se supone- deberían tener los líderes políticos, sobre todo quienes tienen bajo su responsabilidad dirigir una nación.
Richard E. Neustadt (asesor de tres presidentes demócratas y profesor fundador de la Escuela de Gobierno de la Universidad de Harvard) en 1960 escribió el libro El poder
presidencial, la dirección de un gobierno, obra señera en la que afirma, la reputación profesional de un presidente en Washington la hace o la altera el presidente mismo, nadie puede protegerla por él, y nadie lo salva de sí mismo.
Agrega, el papel decisivo del presidente para hacerse de una reputación es una fuente de oportunidad, a la vez que de riesgo, y la oportunidad que tiene de cambiar su reputación no es ilimitada. ¿Cómo explota un presidente esa oportunidad? ¿Cómo saca el mejor partido posible a su reputación? Su reputación general, se formará con los indicios de una pauta en las cosas que dice y hace, esto es, las palabras y los actos que ha escogido día a día.
En política no solo se juzga la reputación profesional del mandatario, su influencia depende también de algo muy importante, su prestigio popular. El prestigio, como la reputación, dice esta autor, es un factor subjetivo, una cuestión de juicio, “son los mismos hombres, los washingtonianos, quienes juzgan. En el caso de la reputación, prevén reacciones del presidente, en el caso del prestigio, prevén reacciones del público”.
El prestigio de un Presidente no es cosa en que se pueda fijar la atención de una manera muy precisa, ya que el público presidencial es, en realidad, un conjunto de públicos tan diversos y de límites tan confusos como las pretensiones que los norteamericanos y los pueblos aliados quieren hacer valer en Washington. Los miembros de ese público no sólo se dividen según sus necesidades y deseos, sentidos de manera diferente, sino según los grados de diferencia en la atención que prestan al Presidente.
A la pregunta, ¿cómo miden los miembros de la comunidad de Washington el prestigio que tiene un Presidente entre el público estadounidense? Sobre todo, observan al Congreso. En términos generales, los políticos de los partidos nacionales, los líderes parlamentarios, los miembros del Congreso inseguros de sus asientos y los cabilderos que están en un aprieto se humedecen los dedos para medir los vientos que soplan hacia la Casa Blanca desde el público; la mayoría de los demás, especialmente la mayoría de los burócratas, concentra la atención en los vientos que soplan del Capitolio, ya que el sentir del Congreso tiende a ser en los círculos oficiales un sustituto de la opinión pública.
El Congreso es un espejo que no da una imagen fiel del prestigio del Presidente, sino que la deforma, lo que sucede en el Capitolio rara vez reflejará en toda su extensión su aparente popularidad, tampoco es probable que refleje completamente su impopularidad. Respecto a cómo se observa a un Presidente desde su personalidad, Neustadt dice que no basta con proteger la manera en que lo vean desde el punto de vista humano, la personalidad es un factor de prestigio, pero no un factor dinámico, ya que la imagen del cargo, no la imagen del hombre, es el factor dinámico en el prestigio de un Presidente.
Argumenta que la razón fundamental de los cambios del prestigio popular que se producen en poco tiempo no es la personalidad, sino las percepciones de los “deberes” del puesto. Un Presidente debe ser algo que la mayoría de las personas vean a la luz de lo que les está sucediendo a ellos, sus esperanzas y temores particulares afectan a sus ideas del papel que debe representar un Presidente, su satisfacción con la manera en lo que lo representa. Detrás de sus juicios sobre la actuación se encuentran las consecuencias que tiene en sus vidas, y lo que amenaza al prestigio es la frustración de esos hombres.
En el caso del presidente Trump, aunque resulta difícil precisar su personalidad, a pesar de que su reputación profesional se define con la palabra caos y no obstante que su prestigio público se encuentra socavado (sobre todo a escala planetaria), lo cierto es que no todo ha sido ni es adverso para él como se demuestra con algunos logros legislativos y porque algunas propuestas de campaña, construir el muro, regularizar la inmigración ilegal o el proteccionismo comercial se siguen debatiendo.
Para Neustadt “el verdadero poder presidencial es el poder de persuadir”, si el presidente logra sacar adelante sus propuestas y la mayoría cree que estas tendrán consecuencias positivas en sus vidas, Trump sería valorado como un político eficaz sin importar su enorme desprestigio público.