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M e queda claro que Ricardo Anaya se ha convertido en la gran estrella de los spots de las precampañas por sus dos luchas. La primera, sembrar en la mente de millones de mexicanos la idea de que el PRI ya se fue, de que ya perdió.
Y la segunda, su reposicionamiento como un hombre de barrio, de los indígenas.
Lo que le estoy diciendo no es cualquier cosa y, no sé usted, pero yo no estoy viendo que alguien más esté consiguiendo la mitad de lo que este señor ha logrado en tan pocas semanas.
Pero sus asesores acaban de cometer un error que espero corrijan:
El del spot de Ricardo Anaya con el niño Yuawi, el intérprete de la famosísima canción “Movimiento naranja”, que tantos mexicanos hemos cantado y bailado en las circunstancias más insólitas.
¿Cuál era la gracia del “comercial” original de Yuawi? Que todo se veía espontáneo.
El niño no estaba actuando, estaba gozando mientras se movía al ritmo del “na-na-na-na”.
Y se veía bonito, sencillo y nos transmitía mucha honestidad, alegría.
Obvio, Yuawi no tiene conciencia política y la canción no dice nada, pero es un éxito y en este negocio de lo que se trata es de penetrar en la mente de la ciudadanía, de conseguir recordación.
Como que alguien le dijo a Ricardo Anaya: amárrate al triunfo de esta rola y deja claro que Yuawi te está cantando a ti, y el resultado lleva varios días al aire.
Es un spot vergonzosísimo que contradice las estrategias de comunicación que don Ricardo estaba manejando. ¿Cómo es este “anuncio”? ¿Qué dice? ¿Qué tiene de malo? Se lo voy a describir de la siguiente manera porque el mensaje tiene muy poco texto:
Vemos a Yuawi cantando lo de siempre, en el monte, pero ahora con un arreglo diferente, más elaborado, y él, ataviado con sus mejores galas, en un tono llamativamente eufórico y colocado al centro de un bolita de adultos que lo festejan raro.
¿Por qué raro? Porque hay una línea muy delgada entre “mira qué niño tan talentoso” y “haz el ridículo que para eso te pago”.
A usted le consta, yo he criticado mucho eso cuando le he escrito aquí de espectáculos tan denigrantes como
Pequeños gigantes y Grandes chicos. Y ahí está Yuawi, dándole show a los adultos. La toma se abre, vemos que tiene enfrente a un Ricardo Anaya muy pueblo tocando la guitarra con un collar indígena y una pulserita que dice spot México, y a un montón de adultos vestidos todos demasiado bien, como para la foto.
¿Qué hace Yuawi? Mezcla su rola con gritos como “¡Ese ánimo, Anaya! ¡Qué se escuche! ¡Que tiemble todo el mundo!”
¿Por qué no hay más niños? ¿Qué onda con eso de “que tiemble todo el mundo”? Anaya, en lugar de reaccionar con algo parecido a la humildad, se concreta a sonreír dando por resultado algo que se ve feo, siniestro.
Y se pone peor: nuestro niño indígena remata el spot haciéndole a don Ricardo un movimiento parecido al de una reverencia generando una imagen dolorosísima de sumisión, de “ya llegó el hombre blanco a salvarnos”.
¿Qué es lo siguiente que vemos? Carcajadas. O sea, “me río de ti”. ¿Así o más hiriente?
¿Ahora entiende cuando le digo que esto es un error en lo que Anaya había construido? ¿O usted qué opina? ¿Le gusta mucho este spot? ¿Lo celebra tanto como el de la canción original? M
Es un vergonzosísimo que contradice las estrategias de comunicación que don Ricardo estaba manejando