Milenio Jalisco

“Los artistas deben cultivar la ambigüedad”

El artista inglés charla sobre su publicació­n de Caleidosco­pio (Lumen, 2017), suerte de biografía y meditación sobre su obra BRIAN NISSEN

- Guadalupe Alonso Coratella/México

Brian Nissen nació en Londres en 1939, justo antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial. “No fue culpa mía”, dice con el humor que lo caracteriz­a, “pero nací tres meses antes. En el cuarenta, cuando la invasión de Alemania era inminente en Inglaterra, sacaron a todos los niños del sur del país y los alojaron con familias del norte. Mi padre y mi abuelo alquilaron una casa en el norte de Gales, y los primeros años de los que tengo conciencia fueron ahí. Después de la guerra volvimos a Londres pero, como es costumbre en Inglaterra, los niños van a internados y a mí me tocó en el norte de Escocia. Me fui a los siete años. Era un lugar hermoso y hacía un frío tremendo. Ahí me volví tropical”.

Esta y otras historias están contenidas en su más reciente libro, Caleidosco­pio (Lumen, México, 2017), memorias o flashbacks —como él los llama— en los que recrea lugares, gente y reflexione­s en torno al arte. Nissen es un artista visual reconocido por su pintura y escultura, un artista original que recurre a diversas disciplina­s. La música, la danza, la ciencia o el cine, van de la mano con su proyecto creativo, lo mismo que la escritura. “No me considero escritor, soy un escritor ocasional al que le gusta hacerlo, pero más que nada soy lector. Muy pronto leí a Dickens y desde chico lloraba con David Copperfiel­d”.

Brian Nissen se ha lanzado a escribir. No en su lengua materna, sino en la que aprendió en las cantinas mexicanas. “Como mucha gente, pensé que no tenía capacidad para hablar otro idioma, y para mi sorpresa aprendí más pronto jugando dominó. Es la mejor escuela. El vocabulari­o es mínimo, hay que saber contar y aprender una docena de palabras y frases que se usan en el juego, como ‘mula de seises’ o ‘¿por qué te doblaste, pendejo?’. Esto me dio confianza para soltarme y así fue aumentando mi vocabulari­o. Uso modismos, albures y dicharacho­s en español; en eso no tengo problema. Sé que en inglés el libro podría estar mejor escrito, más matizado, pero mi intención no es ser literato”.

La vida de Nissen ha sido un periplo: de Londres a París, a Venecia, a Nueva York y a México. Fue aquí donde se formó como artista: tenía 24 años. “Lo que me marcó fue mi encuentro con el mundo prehispáni­co. Recién llegado a la Ciudad de México, salí de mi hotel en la calle Bolívar, en el Centro, caminé hacia Reforma y vi venir una manifestac­ión, pero era de júbilo, no de protesta. La multitud seguía a un enorme vehículo de doble remolque que transporta­ba a un gran monolito: el dios Tláloc. ¡Imagínate la impresión! Me metí entre ellos y los acompañé hasta el Museo de Antropolog­ía, que apenas estaba por terminarse. Este fue mi primer encuentro con el arte prehispáni­co. Después estudié mucho para tratar de entender qué había detrás. Fue el encuentro con un mundo ritual, un mundo mágico. Luego descubrí la escultura de la Coatlicue, uno de los más imponentes monumentos del mundo, y fue una gran lección. La piedra está perfectame­nte tallada con sus ideogramas y sus formas, pero lo curioso es que está tallada con el mismo detalle debajo de los pies, lo cual me sorprendió. Pensé: ‘Nadie los va a ver, ¿para qué lo hacen?’ Y me di cuenta de que ahí reside el sentido de una pieza mágico–ritual, que no importa si la gente lo ve o no lo ve. Entendí el sentido del arte como un objeto dotado de poderes más allá de sus virtudes estéticas. Esta idea de crear un objeto poderoso que comunica y opera sobre otros me lo enseñó el arte prehispáni­co”.

La estancia en México fue mágica y productiva en varios sentidos. Fue aquí donde conoció a las hermanas Pecanins, a Ana y Tere, las gemelas, y a Montse, quien pronto se convertirí­a en su compañera de vida. Las tres hermanas habían montado una galería, un centro que congregaba a toda clase de artistas. La ciudad de aquella época, con sus cinco millones de habitantes, facilitaba las reuniones con gente del medio cultural, donde Nissen embonó de inmediato. Así la recuerda: “El transporte era muy fácil, y la gente y los amigos se visitaban mucho. La vida de la farándula estaba en la Zona Rosa, la Roma, la Condesa, San Ángel y Coyoacán. El entorno en el que nos movíamos

no era solo de pintores; había bailarines, músicos, cineastas y hacíamos cosas juntos. Era muy provechoso para un artista nutrirse de otras miradas y otras disciplina­s, algo que en Europa o en Estados Unidos es más difícil. Lo que se aprende en cada disciplina son asuntos de estructura, del proceso de creación. Te das cuenta de que en la música o la danza es lo mismo. El lenguaje es distinto, pero el viaje es similar. El proceso de escribir es muy similar al de hacer una pintura, cómo la concibes, cómo la estructura­s, cómo cambia sobre la marcha. Ha sido muy enriqueced­or ese cruce de un medio a otro”.

Continuamo­s con los flashbacks que se reflejan en los espejos del caleidosco­pio de Nissen. “Dos acontecimi­entos ocurridos en 1968 hicieron de este año un parteaguas para México: los Juegos Olímpicos y la matanza de Tlatelolco”, escribe en el libro. “Los juegos fueron muy bien organizado­s”, recuerda, “pero nublados por la masacre de Tlatelolco, la intimidaci­ón a los estudiante­s y una reacción absurda del gobierno. México inventó la olimpiada cultural, eso fue muy importante. Curiosamen­te, me metí como diseñador de producción de una película que había financiado el gobierno sobre la paz. Era un proyecto del antropólog­o Santiago Genovés, que había inventado no sé cuántas locuras con el gran mérito de que las realizaba. Trabajé más de un año en esto y aprendí mucho de cine. Entre mis grandes recuerdos se encuentra el haber colaborado con Gabriel Figueroa; trabajé diariament­e con él durante ese tiempo. Finalmente, se terminó la película. La idea era estrenarla la noche anterior a la apertura de los Juegos, en el Estadio Olímpico, que fue tomado por el ejército, y se canceló la proyección. La película quedó enlatada”.

En otro momento de finales de los años sesenta, Nissen escribe: “Para coincidir con los Juegos Olímpicos, el Instituto Nacional de Bellas Artes propuso organizar una muestra magistral titulada

Exposición solar. Muchos de los artistas invitados decidieron boicotearl­a como protesta por la violencia y la represión perpetrada­s por el gobierno. Acordaron hacer una exposición paralela, un Salón Independie­nte”. “Lo viví. Además, estaba muy involucrad­o porque hacía todos los catálogos, los carteles, toda la parte gráfica. En ese momento los artistas vieron la importanci­a que tenía armar un grupo, pero no estábamos consciente­s, como hoy, del movimiento de la Ruptura—más bien de Apertura, apunta Nissen—, del salón como un acontecimi­ento histórico. Estábamos muy enojados por las decisiones que se tomaban desde las institucio­nes de la cultura oficial, por el maltrato del mal gobierno. Ese fue el motivo por el cual no quisimos colaborar con ellos. Hicimos el Salón Independie­nte por nuestra cuenta, con nuestros propios recursos y con mucho espíritu. Fue una aventura muy enriqueced­ora”. El libro de Nissen, prologado por Juan Villoro, recoge, en capítulos cortos, las vivencias de un artista cuyo temperamen­to lo ha obligado a moverse entre distintas culturas. Londres, Nueva York, Barcelona y México conforman el mapa de una vida en la que se privilegia el trabajo, las lecturas, la familia y la celebració­n de la amistad. “Para empezar, todos en la familia Pecanins son creadores: la Betsy, que cantaba; la Beba, que pintaba; la Yani, también artista; la Marisa, que hace cine. Tanto es así que cuando nació nuestro nieto dijimos: ‘A ver si en esta familia sale un banquero o un abogado porque nos urge alguien que tenga los pies en la tierra’. Pues no, resulta que hoy es un gran pianista. Somos una familia de creadores”.

Historias como El negro Bañolas, un pequeño cuerpo disecado de un nativo de Botsuana exhibido en el museo de ese pueblo cercano a Barcelona; la vida en el excéntrico barrio neoyorquin­o de Saint Mark’s Place, donde en el sótano del número 77 León Trotsky trabajó en el consejo editorial del periódico ruso Novy Mir; escenas de Rufino y Olga Tamayo en Nueva York, donde se ganaban la vida él dando clases de pintura, y ella de piano; los azarosos encuentros con el escultor Henry Moore y con la princesa Margarita de Inglaterra, además de otras aventuras al lado de Nicanor Parra, Luis Buñuel, Octavio Paz o Salvador Dalí, integran un compendio de anécdotas y escenas de vida reveladora­s y cargadas de humor.

La segunda parte del libro, titulada “Mirar y ver”, aborda el territorio del arte, el entorno natural del autor. Aquí discurre sobre la ambigüedad que acompaña a todo acto de creación; la importanci­a de la observació­n, los vericuetos del erotismo en el arte. “El artista no solo debe convivir cómodament­e con la ambigüedad; también debe cultivarla. Es el atributo especial de la percepción que permite el enlace inesperado de elementos dispares, lo cual puede generar ideas, efectos y prácticas nuevas y originales”.

En “Ars amatoria: el ojo erótico”, un ensayo escrito en 2014 para el catálogo de la exposición con la que se conmemoró el centenario de Octavio Paz, Brian Nissen reflexiona sobre el arte como un juego: “Hacer arte es jugar. Uno aprende a mover las piezas, el color, las líneas, y todo esto lo pone en juego. El erotismo tiene que ver con la imaginació­n, la imaginació­n sensual que se alimenta del juego y el humor. A lo largo de los años he realizado mucha obra tomando en cuenta estos elementos. Creo que un buen cuadro contiene una dosis de erotismo, aunque no sea explícito”. .

Al girar el tubo del Caleidosco­pio que Brian Nissen ha construido, el ojo de quien observa habrá captado infinidad de colores, texturas, formas diversas. En el centro de este juego de cristales, alguien nos mira. “El gran premio es poder llevar una vida creativa”, concluye el que está del otro lado.

Hacer arte es jugar. Uno aprende a mover las piezas, el color, las líneas, y todo esto lo pone en juego

 ?? OMAR FRANCO ?? La música, la danza, la ciencia o el cine van con su proyecto creativo
OMAR FRANCO La música, la danza, la ciencia o el cine van con su proyecto creativo
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ARCHIVO BRIAN NISSEN De la serie Chinampas

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