DURA BATALLA. P. 10
Atiende esta enfermedad, hay una vocación que exige fortaleza para acompañar a los niños en su lucha cotidiana para darle la cara a la enfermedad
Detrás de quienes atienden a los niños que padecen cáncer hay una vocación que exige fortaleza para acompañar a los menores en su lucha; se estableció este día para concientizar y sensibilizar sobre la problemática.
Al terminar su formación de pediatra, Manuel Donovan llegó “por azares del destino” al Servicio de Hemato-Oncología Pediátrica del Nuevo Hospital Civil de Guadalajara (NHC). Entonces este pomposo nombre era el de un área con dos médicos y un residente, por lo que decidió postular a la subespecialidad al ver tan pocos interesados en tratar el cáncer infantil. Una vocación que exige tanta entrega como fortaleza.
“Es difícil, no todo mundo soporta estar aquí con los niños, en su dolor y en su tratamiento”, admite. Manuel Donovan Martínez Albarrán los acompaña desde hace 16 años, en los cuales ha visto desfilar desde bebés hasta adolescentes asaltados por el cáncer al borde de la mayoría de edad. Casi 5 mil pacientes, calcula. Y todos los que atendió le marcaron de modo indeleble. “Cada niño es único y especial. Cada niño deja huella. Cada paciente mío, de verdad que lo recuerdo. Y recuerdo mucho más a los niños que ya partieron, porque ellos nos dejan muchas reflexiones. Cada niño es una anécdota muy bonita, muy feliz cuando se cura y una anécdota de reflexión para el que no lo logra y ahorita ya está con Dios”, dice convencido.
El oncólogo pediatra no oculta que ha llorado. Que cuando la batalla no es favor de la ciencia se siente desánimo, y que alguna vez en medio del desaliento estuvo a punto de dejar el servicio.
¿“Sí me dieron ganas de irme, eso fue hace 16 años precisamente. Fue algo muy impactante, venía de una formación de pediatra, de ver niños, pero aquí fue desgarrador ver tanto sufrimiento con los niños graves que había en aquel entonces que a los tres, cuatro meses de estar estudiando esta subespecialidad, yo me quebré. Nunca había llorado de médico y lloré. Ya me quería ir”, comparte. Sus jefes, mentores y hoy amigos, le ayudaron a seguir adelante.
En la balanza pesa más su espíritu de pediatra guerrero. Eso le hace regresar día tras día al hospital. “Sí es una guerra… Y aquí he visto tantas cosas, tantas situaciones buenas, tantos niños que se recuperan a pesar de que tienen todo en contra. Creo que esa es la principal disposición, le pido a Dios que me ayude a mí, pero principalmente que le ayude al niño y a los papás del niño”.
La curación de un niño con cáncer hoy alcanza el 65 por ciento en promedio en el estado de Jalisco, cifra por arriba de la media nacional (que es de 56 por ciento de acuerdo con datos de la Secretaría de Salud Jalisco); y el mérito de la curación, según el doctor Martínez, es “uno del niño y en segundo lugar de los papás”. Estos últimos soportan al pie de la cama, desde donde sufren el dolor de sus hijos. Donde muchos se quiebran. Y son los postrados quienes les reconfortan. “Me ha tocado escuchar a niños chiquitos, preescolares o escolares, también adolescentes, dar palabras de ánimo a sus papás… Niños en muy mal estado de salud que dicen: ‘mamá no llores’, ‘mamá voy a estar bien y más duro ‘voy a estar con Dios’, dice Manuel. De ése tamaño la enseñanzas.
Con el doctor coincide Regina Navarro Martín del Campo, encargada de la Unidad de Trasplantes de Médula Ósea, y de tumores cerebrales y del riñón en niños del NHC. Ella optó por ser oncóloga pasante de servicio social. “Apenas iba empezando este gran proyecto y ahí me enamoré de lo que es la atención del Cáncer Infantil. Definitivamente es una vocación. Me preguntan muy seguido que si esto es muy doloroso y te podría decir que sí hay partes, pero sobre todo eso está el amor”.
Mientras ella habla, el pasillo del piso 7 del hospital se inunda del llanto desgarrado y a todo pulmón de un pequeño paciente. Sonido común que sólo despierta
Fue desgarrador ver tanto sufrimiento con los niños graves (...) yo me quebré” Manuel Donovan Martínez ONCÓLOGO PEDIATRA
la curiosidad de los extraños. No de ella, con doce años adscrita en este hospital, ahora a cargo del trasplante de médula: la cúspide de los tratamientos contra ciertos tumores.
Sobrevida
El 80 por ciento de los niños con cáncer infantil puede responder a tratamientos con quimioterapia y radioterapia. Para un 5 por ciento queda una esperanza de vida que es el trasplante de médula, que no es infalible pero sí “una opción para cierto número de pacientes”.
A este trasplante tienen acceso niños de todo el país “pero sí existen aún limitaciones de tipo administrativo que a veces nos enlentecen la entrada”. Del año 2003 a la fecha, se han atendido 130 pacientes, con una sobrevida de 65 por ciento para quienes padecen leucemia.
La doctora Regina se adelanta y responde: “Claro, es muy triste que otro porcentaje de pacientes se nos siga yendo, aún con el crecimiento de trasplantes, pero la enfermedad desafortunadamente a veces es muy brava y no responde ni a este tratamiento”. Una verdad que ella encara también gracias a la fe. “Con oración, con el apoyo de mi familia, de mis compañeros. Sabes que no está en tus manos pero el milagro hay que buscarlo todos los días”, dice.
Al Nuevo Hospital Civil llega un promedio de 300 casos nuevos de cáncer infantil, la mayoría de los que se registran en todo el estado. El servicio está al tope, frecuentemente sobresaturado, y en años recientes los pequeños pacientes deban esperar turno.
En contraste, hay más recursos y nuevas terapias, y el Servicio de Hemato-Oncología Pediátrica tiene un equipo humano más consolidado. Sólo 18 en el cuerpo médico, el cual tiene su más grande bastión en sesenta enfermeras. Norma Lorena Jiménez Alzaga es una de ellas.
Especializada en enfermería pediátrica comenzó a atender a niños con cáncer en el Antiguo Hospital Civil de Guadalajara en el 2000 y dos años después acompañó al doctor Fernando Sánchez Zubieta a refundar el Servicio de Hemato-Oncología en el Nuevo Hospital. “En el viejo hospital me mandaban mucho a ‘Onco’ y ahí agarré el amor por los niños… Me gusta mucho lo que hago”, afirma. El hospital se vuelve una segunda casa para los niños y las enfermeras las mejores amigas. Unas que los enfermos llegan a querer mucho, pero también a renegar de ellas, porque son las que ‘pican’ sus brazos, una y otra vez en busca de las venas, por donde pasará la ‘quimio’, el suero, otros fármacos.
Y sin embargo, detrás del llanto, de los gritos, de la mirada que pide compasión para que ya no sean ‘lastimados’, están los seres más fuertes que Norma ha conocido. Así deja su turno de ocho horas esperanzada en encontrar a los niños mejor al día siguiente. Se alegra si hay avances, le duele que no lo haya.
“A veces, cuando uno deja un niñito que ya está delicado y en riesgo, se va uno con la mente pensando ¿cómo estará?”, reconoce, por lo que las enfermeras reciben cursos de tanatología y deben aprender a desprenderse, y poder seguir dando la mejor atención a cada nuevo paciente que ocupa la cama que otro ha dejado.