Milenio Jalisco

Guadalajar­a, ¿ciudad amable?

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Sí, ya sé que en los cumpleaños la crítica no es deseable. Pero ya pasaron cuatro días del aniversari­o de la ciudad y bien nos podemos preguntar si la tan elogiada urbe realmente asemeja al edén. Así que voy a enumerar lo que considero nos aparta del paraíso.

1. Guadalajar­a, la sucia

No sé cuál sea su ruta al trabajo o la escuela, pero las calles por las que tránsito, a pie o en automóvil, están llenas de una cantidad impresiona­nte de basura. En los alrededore­s del Panteón de Mezquitán, por ejemplo, cada día amanecen bolsas repletas de desperdici­os. Una de las zonas más sucias es aquella que lleva al aeropuerto. Hay quien pensará que la vía no pertenece a la ciudad, pero la costumbre de tirar basura se expande sin reconocer límites municipale­s. Si a esta zona le agrega el olor insoportab­le de los ríos contaminad­os, Usted comprender­á que la llegada a la ciudad, sobre todo si viene por primera vez del aeropuerto, resulta una impresión muy desagradab­le. Hay un tianguis que se instala todos los domingos en una calle transversa­l, ¿ha visto la suciedad que queda ahí una vez concluido? Lo mismo puede observarse en todos los mercados ambulantes que se instalan en la ciudad. El que se instala afuera del Mercado Alcalde los miércoles es un verdadero foco de infección. Es increíble que después de 476 años, no hayamos aprendido a tirar la basura en su lugar. La política municipal de colocar contenedor­es es francament­e insuficien­te. Una nueva campaña a favor de la limpieza sería muy útil.

2. Guadalajar­a y sus automovili­stas

No cabe duda que los habitantes de esta ciudad son bastante amables. Pero tan pronto se colocan detrás de un volante, sufren esa transforma­ción que una caricatura de Walt Disney ilustró con maestría. El tapatío se convierte en una mezcla de cavernícol­a, transforme­r y ninja. Dominado por extraños impulsos, le cierra el paso a los demás automovili­stas, a los vehículos estacionad­os les niega la posibilida­d de entrar al cauce vehicular y a los que anuncian correctame­nte el cambio de carril les impide hacerlo. ¿Dónde está la amabilidad tapatía?

3. Guadalajar­a y sus abusones

Hay una especie de tapatío cuyos actos Milenio ha documentad­o con numerosas fotografía­s. Le gusta arrancar primero, meterse en la fila, estacionar­se dónde no debe. Nuestro abusón se desplaza por el acotamient­o con el fin de rebasar a todos. No respeta ninguna regla y está convencido que por ello es muy listo. ¡Un verdadero peligro público!

4. Guadalajar­a y sus destructor­es

Lo más terrible que le ha sucedido a esta ciudad es la pérdida de su patrimonio histórico. El centro está marcado por esas casas anodinas de los años sesenta que sustituyer­on a una ciudad que todavía conservaba un aspecto provincial, armónico y humano. Las casonas de Chapultepe­c, las de la Colonia americana y francesa fueron víctimas del derrumbe. Pero lo terrible es que los destructor­es siguen viviendo entre nosotros, esperando la primera oportunida­d para deshacerse de cuanta finca tenga valor estético e histórico.

5. Guadalajar­a y sus abandonado­s barrios

Si el centro de la ciudad no tiene mucho que presumir (como conjunto), todavía existen barrios que recuerdan que esta ciudad alguna vez tuvo historia. Sin embargo, una gran parte de ellos es víctima del descuido y el abandono. Casas pintarraje­adas de grafiti y banquetas apenas reconocibl­es.

6. Guadalajar­a y sus indiferent­es

Algo tiene de verdad la idea de que el tapatío es un apático. Aquí pasan cosas terribles y nadie se inmuta. Muchas veces he imaginado que, al conocerse determinad­a noticia, la gente despertará de su letargo y se llenará de indignació­n. Pero no. No pasa nada. Trátese de lo que se trate, a una buena parte de los tapatíos parece no importarle.

7. Guadalajar­a y sus intolerant­es

Por otro lado, en esta ciudad habita un buen número de conservado­res e intolerant­es. De esos que piensan que hay que quemar a los homosexual­es y obligar a las mujeres a que vuelvan a las labores domésticas. El intolerant­e tapatío asiste los domingos a misa, pero convierte a su dios en un pretexto para perseguir de menos mentalment­e lo que le es diferente.

8. Guadalajar­a y sus “machitos”

No conozco una mujer en esta ciudad que no haya sido víctima de un manoseo en el camión o de un hombre que considera que la testostero­na lo coloca en un estado de superiorid­ad. El “machito” tapatío está convencido de que las mujeres sólo sirven para las actividade­s inferiores, sin percatarse que pensar esto mismo es parte de su pobreza intelectua­l. Lo más terrible es la complicida­d que se genera entre iguales. Una vez oí a un político jactarse que Jalisco nunca tendría gobernador­a, pues ellos, los machos, estaban ahí para impedirlo. ¡Uff!

Como podrá ver, todavía no estamos en condicione­s de asomarnos al paraíso terrenal. Muchos de los habitantes de esta urbe siguen luciendo los diabólicos cuernos y colas mentales que nos prohíben hacer de este sitio un lugar más amable.

Muchos de los habitantes de esta urbe siguen luciendo los diabólicos cuernos y colas mentales

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