Milenio Jalisco

Erandini exhibe sus Gatos Mius

- Enrique Vázquez/Guadalajar­a

ues me van ustedes a perdonar —o a lo mejor, no— pero estoy de acuerdo con esos ciudadanos de Sevilla, España, que, hace unas semanas, propusiero­n que del escudo de la ciudad, donde aparece el rey Fernando III con una esfera del mundo en una mano y una espada en la otra, se eliminen la esfera, por insinuació­n de imperialis­mo, y la espada, por incitación a la violencia. No sé si a estas alturas la propuesta habrá prosperado o no; pero temo que la negra reacción, como suele, se haya llevado el gato al río, y la espada y la bola sigan en su sitio. Así que permitan mi opinión de hombre sincero de donde crece la palma: es una vergüenza que los símbolos franquista­s —Franco dio su golpe en 1936, pero desde Escipión y Aníbal ya marcaba paquete— campen por la geografía municipal española sin que nadie les ponga coto. Y lo de los escudos de las ciudades, desde luego, clama al cielo.

Vean si no el de Orense, Ourense para los de allí y para el telediario. No es ya que tenga una corona monárquica, sino que el león sobre el puente blande una espada, el hijoputa. A saber con qué intencione­s. Como blande otra el de Valencia, en una mano alada, con el agravante de que allí, además, los muy pillines meten un murciélago —lo mismo que la ciudad de Palma—, intentando astutament­e que no nos percatemos de que el murciélago en realidad es la vibra, o dragón de la cimera del rey Jaime I, que expandió su reino a costa del pacífico, tolerante y vecino Islam. Pero, en fin. Si vamos a buscar militarism­o infame, dejando aparte el brazo forrado de armadura que también la ciudad de Zamora exhibe sin pudor alguno, el colmo de los colmos está en el escudo de Huesca, abiertamen­te fascista: un jinete con casco y lanza, que tiene huevos la cosa, con la leyenda Urbs Victrix, ciudad vencedora. Frase ante la que resulta inevitable preguntars­e, con el adecuado retintín, ¿vencedora de quién?

Pero todo eso es sólo el aperitivo, oigan. Porque si nos vamos a Teruel, el escudo es de juzgado de guardia. Allí, aparte de un toro que sin rubor proclama a la ciudad eminenteme­nte taurina, y unas barras robadas por la cara a la monarquía catalana, que no sé qué pintan ahí y ya es tener poca vergüenza, hay dos cañones cruzados, así como suena, con una granada, balas y demás parafernal­ia. Y no me vengan con que si las guerras carlistas o las guerras médicas. Alude a guerras, al fin y al cabo. Y toda guerra es mala, Pascuala, y mueren seres inocentes, sin que por mucho que uno se estruje la mollera encuentre nada de lo que enorgullec­erse en ellas.

Tampoco falta delito en los escudos de León y Badajoz; el último, además, con el recochineo imperialis­ta y genocida de una columna con la leyenda Plus ultra. Pero lo gordo es que en ambos casos se trata de león, y no leona: un claro pasarse por el ciruelo las leyes de igualdad vigentes. Y lo mismo, puestos a ello, podríamos decir del escudo de Burgos, donde sale el careto barbudo de un rey y no el de una reina; cuando todo cristo sabe que una reina monta tanto, e incluso más. De todas formas, volviendo a los leones, especie protegida, no se pierdan el escudo de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, donde figuran, sin complejos y con dos cojones, tres cabezas cortadas de ese animal, puestas allí como si tal cosa. Y puestos a averiguar todavía es peor, porque esas cabezas simbolizan una mano de hostias que la monarquía fascista española le dio en el pasado a Nelson y a otros demócratas almirantes británicos. Como si la guerra, la vorágine militarist­a y la anglofobia fueran para estar orgullosos. Ni a Franco se le hubiera ocurrido algo así.

Podríamos seguir enumerando hasta la náusea: por qué en el escudo de Madrid, por ejemplo, figuran un oso y un madroño y no una osa y una madroña; por qué la ciudad de Lugo exhibe sin rebozo un cáliz y una sagrada forma, con dos ángeles para más choteo, en clara ofensa hacia otras religiones; lo mismo, por cierto, que el escudo de Santiago de Compostela, que además tiene de fondo —otra descarada provocació­n facha— la cruz de una orden militar, sospechosa­mente parecida a la del ejército español. O ya que estamos de cruces, explíquenm­e por qué en el escudo de Oviedo figura la de la mal llamada Reconquist­a, que no fue sino el comienzo de ocho siglos de agresión bélica contra la convivenci­a y el buen rollito morunos. Y ya, para completa descojonac­ión de Espronceda, échenle un ojo al de Toledo, con la famosa gallina bicéfala franquista; o al de Segovia, con un acueducto romano, nada menos, monumento imperialis­ta donde los haya, que una oportuna ley de memoria prehistóri­ca debería haber demolido hace varios siglos. Creo.

Y, sobre todo, lo que creo es que si en España los tontos volaran, viviríamos a la sombra. *Miembro de la Real Academia Española.

Se trata de una serie de acrílicos dedicados a quienes gustan de la compañía de los felinos

Erandini, monero y cantautor, exhibe en el restaurant La Mesa de Ajijic, una serie de acrílicos titulada Gatos Mius que pueden apreciarse durante febrero.

“Es una recopilaci­ón de temas de gatos, pinturas hechas en acrílico, en formato tabloide y enmarcadas estilo vintage tratando de emular el gusto de las señoras que aman ese tipo de decoración. Son como once imágenes trabajadas en acrílico. Casi siempre trabajo a dos tintas, blanco y negro y si no trabajo acuarelas con café, pero de alguna manera quiero retomar el color, me aleje mucho de él”, dijo el artista.

“Me gustó mucho volver al color. Hablando de los gatos tenemos que englobar mucho más: Misticismo, psicología, metafísica, estética… Es un tema que abarca mucho. Todo esto me da pie para una historia, por que como son tan misterioso­s en su forma y en su esencia, uno como humano le adjudica caracterís­ticas que probableme­nte no tienen, pero es más bien lo que te transmite el felino. De ahí partimos muchos de los que nos gustan los gatos; todos somos muy afines y resultan ser un punto de partida para hacer grandes historias”, destacó el artista y agregó: “Hay muchos cuentos acerca de gatos, porque son astutos, elegantes, otros hasta quisquillo­sos, criminales, hechiceros, malvados. A diferencia de los perros, los gatos tienen una fascinació­n muy particular”. El restaurant La mesa se encuentra en carretera poniente 19-A en Ajijic. Entrada libre.

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MARIO FUANTOS
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CORTESÍA

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