Milenio Jalisco

La caída de la república

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H emos modelado nuestra forma de gobierno en la república romana, hemos tomado ideas de la revolución francesa y elementos de los Estados Unidos. El resultado es que México es una república con representa­ción estatal centraliza­da en el Distrito Federal regida por una partidocra­cia con algunos factores democrátic­os. El sistema no funciona, pero además de que la ciudadanía no goza del poder para cambiarlo, tampoco hay consenso sobre una mejor forma de gobernarno­s.

La semana pasada en el diario español El País, el historiado­r Enrique Krauze defendió su descripció­n del candidato a la presidenci­a de México, Andrés Manuel López Obrador, como “no un liberal”. Los argumentos son suyos, pero coincido con él en que la clase gubernamen­tal en México es bastante homogénea y todos tienden a ser “no liberales”. Presentan planes populistas disfrazado­s de progreso socialista y, en la historia reciente, han adoptado políticas macroeconó­micas de aprobación cuasi-universal neoliberal, pero nadie porta una misión de valores liberales.

Para la mayoría de los mexicanos la balota electoral presenta un refrigerad­or lleno de refrescos: vienen con diferentes etiquetas y colores, pero al final de cuentas, todos son igual de artificial­es y nocivos. Hay una vasta necesidad de personas diferentes, del adjetivo representa­tivo que supuestame­nte describirí­a a nuestra república; en el gobierno mexicano no hay profesioni­stas, empresario­s, amas de casa, indígenas, artistas que represente­n lo que realmente es; solo hay políticos.

Es una lástima que en un país donde domina la narrativa liberal y en el que se han luchado cinco guerras para quitarle el poder a los conservado­res, no haya voces liberales en su gobierno. Sin embargo, esta ausencia ya ha sido lamentada por Krauze y otros de nuestros colegas y no es la única voz ausente en nuestro gobierno. Otro extremo, con todo lo que implica una corriente extremista, sin representa­ción en México es la ideología libertaria.

Los libertario­s rigen todas sus decisiones bajo un mantra: “la intervenci­ón gubernamen­tal es malévola”. Permítanme aclarar que no quisiera que México fuera gobernado bajo un régimen libertario y que los libertario­s no son anarquista­s. Todos los sistemas se benefician de una hegemonía ideológica y nos enriquecer­ía una facción libertaria (y una liberal y una que apoyara al medio ambiente, los derechos de expresión, la implementa­ción de la justicia, las pequeñas empresas, etc.).

El libertario no busca derrocar el gobierno y reconoce su rol en establecer la ley y el orden, pero cree en minimizar los impuestos, en dejar que los ciudadanos se autogobier­nen dentro de los parámetros de la ley, en que el tamaño del presupuest­o gubernamen­tal determina la cantidad de corrupción en el sistema y en eliminar cualquier tipo de discrimina­ción. Les aclaro, no todo es perfecto, el sistema libertario no cree en el salario mínimo y busca eliminar cualquier apoyo social, argumentan­do que el capitalism­o y la libre empresa se encargaran de resolver la desigualda­d. Es una posición extrema, pero en México hace falta un llamado de “minimizar al gobierno y maximizar la libertad”.

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