Resiliencia a la tapatía
E l concepto está de moda y no se acomoda. Forma parte de los discursillos que rondan por los corrillos mundiales de la chocantería en torno a la ciudad y nadie sabe en realidad -a ciencia cierta- qué significa o cómo habrá de aplicarse al caso de la cuestión urbana.
Surgió en el campo semántico de la psicología para comprender los aspectos relativos a la palingenesia del alma y el espíritu en aquellos individuos que, con elevado sentido del estoicismo, han salido avante de las dificultades y enfrentado incólumes los avatares y conflictos que el destino les ha planteado. En este ámbito se trata de entender que quienes son capaces de soportar los inclementes embates de la desventura y las contrariedades son, asimismo capaces de superar exitosamente las condiciones más adversas a partir de la fortaleza de ánimo y el entusiasmo para salir airoso de las afrentas de la vida. La resiliencia la experimentan seres superiores cuya inteligencia y talento los conducen a encontrar soluciones que relumbran por su audacia y valor humano… Pero hay una definición inefable de ella, asociada a la idea de enarbolar las batallas en el desierto de la sinrazón a efectos de someter a los incautos ante los caprichos de implementarla a priori y sin más justificaciones ni limitaciones que el arbitrio de la autoridad que no tiene autoridad ni conocimiento eficaz en la materia. La resiliencia, a partir de la incomprensión, se ha convertido en el argumento insoportable y contra sustentable de las estrategia s para dirigir el desarrollo urbano por la senda de la dimensión desconocida.
Vaya, ocurrió que –a partir de su mención en la Ley General de Asentamientos Humanos, Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano– las políticas en materia de riesgo, protección civil y seguridad estructural se establece el requisito de instrumentarla en las ordenanzas estatales y municipales. En Guadalajara hasta se creó una Dirección de Resiliencia para tal fin y así dar cumplimiento y seguimiento a lo estipulado en el instrumento legal superior. Pero también ocurrió que, como siempre en nuestro medio, las cosas se hicieron de manera abrupta y apresurada… Nos ganan las premuras y casi todo lo hacemos sobre las rodillas.
Ahora, en algunos casos y a efecto de obtener la licencia de construcción correspondiente, se requiere presentar un irrisorio Dictamen de Resiliencia que debe emitir la referida instancia presuntamente especializada. Nada más absurdo: Esa oficina ha sido constituida al vapor y sus resolutivos carecen de argumentos jurídicos sólidos, fundamentados y motivados, que los respalden. Me pregunto y pregunto ¿Quién se ostenta como Perito en Resiliencia para avalar el documento? ¿En qué elementos normativos o artículos de leyes o reglamentos se basan? ¿Cuáles son los requisitos, contenidos y procedimientos descritos en la ley para elaborar el documento? Digo, ni siquiera está plenamente desarrollado el Atlas de Riesgos estatal o municipal, ni normas edificatorias anti-sísmicas locales, ni mucho menos lo relacionado a seguridad de flujos en circulaciones verticales o aforos más allá de escuetos indicadores de protección civil o –como en el Mercado Corona– ni siquiera existen certezas relativas a la aplicación de los protocolos de evaluación dispuestos por las unidades de verificación de la Secretaría de Energía. La resiliencia tapatía es como el ave Fénix pero al revés… ya ni cenizas quedan.