Milenio Jalisco

Resilienci­a a la tapatía

- Jorge Fernández Acosta jfa1965@gmail.com

E l concepto está de moda y no se acomoda. Forma parte de los discursill­os que rondan por los corrillos mundiales de la chocanterí­a en torno a la ciudad y nadie sabe en realidad -a ciencia cierta- qué significa o cómo habrá de aplicarse al caso de la cuestión urbana.

Surgió en el campo semántico de la psicología para comprender los aspectos relativos a la palingenes­ia del alma y el espíritu en aquellos individuos que, con elevado sentido del estoicismo, han salido avante de las dificultad­es y enfrentado incólumes los avatares y conflictos que el destino les ha planteado. En este ámbito se trata de entender que quienes son capaces de soportar los inclemente­s embates de la desventura y las contraried­ades son, asimismo capaces de superar exitosamen­te las condicione­s más adversas a partir de la fortaleza de ánimo y el entusiasmo para salir airoso de las afrentas de la vida. La resilienci­a la experiment­an seres superiores cuya inteligenc­ia y talento los conducen a encontrar soluciones que relumbran por su audacia y valor humano… Pero hay una definición inefable de ella, asociada a la idea de enarbolar las batallas en el desierto de la sinrazón a efectos de someter a los incautos ante los caprichos de implementa­rla a priori y sin más justificac­iones ni limitacion­es que el arbitrio de la autoridad que no tiene autoridad ni conocimien­to eficaz en la materia. La resilienci­a, a partir de la incomprens­ión, se ha convertido en el argumento insoportab­le y contra sustentabl­e de las estrategia s para dirigir el desarrollo urbano por la senda de la dimensión desconocid­a.

Vaya, ocurrió que –a partir de su mención en la Ley General de Asentamien­tos Humanos, Ordenamien­to Territoria­l y Desarrollo Urbano– las políticas en materia de riesgo, protección civil y seguridad estructura­l se establece el requisito de instrument­arla en las ordenanzas estatales y municipale­s. En Guadalajar­a hasta se creó una Dirección de Resilienci­a para tal fin y así dar cumplimien­to y seguimient­o a lo estipulado en el instrument­o legal superior. Pero también ocurrió que, como siempre en nuestro medio, las cosas se hicieron de manera abrupta y apresurada… Nos ganan las premuras y casi todo lo hacemos sobre las rodillas.

Ahora, en algunos casos y a efecto de obtener la licencia de construcci­ón correspond­iente, se requiere presentar un irrisorio Dictamen de Resilienci­a que debe emitir la referida instancia presuntame­nte especializ­ada. Nada más absurdo: Esa oficina ha sido constituid­a al vapor y sus resolutivo­s carecen de argumentos jurídicos sólidos, fundamenta­dos y motivados, que los respalden. Me pregunto y pregunto ¿Quién se ostenta como Perito en Resilienci­a para avalar el documento? ¿En qué elementos normativos o artículos de leyes o reglamento­s se basan? ¿Cuáles son los requisitos, contenidos y procedimie­ntos descritos en la ley para elaborar el documento? Digo, ni siquiera está plenamente desarrolla­do el Atlas de Riesgos estatal o municipal, ni normas edificator­ias anti-sísmicas locales, ni mucho menos lo relacionad­o a seguridad de flujos en circulacio­nes verticales o aforos más allá de escuetos indicadore­s de protección civil o –como en el Mercado Corona– ni siquiera existen certezas relativas a la aplicación de los protocolos de evaluación dispuestos por las unidades de verificaci­ón de la Secretaría de Energía. La resilienci­a tapatía es como el ave Fénix pero al revés… ya ni cenizas quedan.

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