INCURSIÓN DEL EJÉRCITO EN RÍO YA GENERA TEMORES
Ante el aumento criminal, Temer envió a militares al estado, generando dudas sobre sus verdaderos intereses
Durante el carnaval, Río de Janeiro aparca sus miserias y tristezas para entregarse a la fantasía de volver a ser la “Cidade Maravilhosa”. En estos días, la ciudad pelea por olvidarse de sus problemas y se deja arrastrar por la imaginación, la purpurina y la samba, que espantan la tristeza de nuestras almas, nos aturden y nos llenan de placer.
Pero este año los tambores de las comparsas fueron silenciados por las metralletas de las bandas armadas, que se han convertido en un Estado dentro del Estado ya que controlan las favelas que desde los cerros dominan la ciudad.
Dos niños son las últimas víctimas de la ola de violencia que ha dejado más de 150 muertos en lo que va de año en Río, una ciudad que se desangra con 20 tiroteos al día y que contabilizó 6,700 homicidios en 2017.
El viernes de la semana pasada el gobierno del presidente Michel Temer tomó la inédita y polémica decisión de encomendarle al ejército brasileño el control de la seguridad de Río de Janeiro. Según lo que se va conociendo de la estrategia, esta delicada operación obedecerá un solo principio: contemplar las menores dudas posibles.
El ministro de Defensa, Raúl Jungmann, ha anunciado que está preparando una serie de órdenes de registros para barrios enteros. Con estas instrucciones, los militares son libres de entrar en cualquier casa del distrito en cuestión —como por ejemplo, la problemática favela de Rocinha, que tiene 70 mil habitantes—, con o sin sospechas de que se haya cometido algún delito. La intimidad de los vecinos pasará a depender de la opinión de cada agente.
El anuncio ha escandalizado a quienes ya tenían sus dudas sobre la intervención del gobierno. “Es una de las violaciones más graves de derechos civiles que Brasil enfrenta desde la dictadura”, protestó en Twitter la ex presidenta Dilma Rousseff.
De poco servirá la queja. El decreto que Temer firmó el viernes antepasado fue ratificado el lunes por la noche en el Congreso, con unos aplastantes 340 votos a favor y 72 en contra. Ahora solo queda el visto bueno en el Senado, donde pocos esperan llevarse una sorpresa.
El debilitado y escasamente representativo gobierno de Temer recibe críticas por izquierda y por derecha: mientras algunos especialistas en seguridad señalan que el ejército solo aumentará la escalada de violencia y favorecerá el crecimiento de las bandas rivales de Sao Paulo, otros creen ver el trasfondo de la medida como una acción preparatoria para el encarcelamiento de Luiz Inácio Lula da Silva ya que los habitantes de las favelas habían anunciado que marcharían sobre la ciudad si el ex mandatario es encarcelado.
En todo caso, al presidente no le viene nada mal que la atención y la indignación del público estén centradas en Río de Janeiro y no en sus manifiestas dificultades para que el Congreso bicameral apruebe su proyecto estrella, la impopular reforma de las pensiones que su gobierno aparcó el lunes.
Esta reforma, una enmienda constitucional, tenía que votarse en el Legislativo el martes por enésima vez: así estaba programado desde hacia meses. Era vox pópuli que, una vez más, el Ejecutivo no había conseguido apoyos suficientes. Y la Constitución prohíbe que se voten enmiendas mientras tenga lugar una intervención como la que el gobierno firmó, muy convenientemente en opinión de muchos, la semana pasada. Tímidamente, Temer ha propuesto suspender la intervención un día, que no ha determinado, para votar la reforma.
Mientras, en las calles de Río, muchos se preparan para lo peor. Los vecinos de Rocinha recuerdan que las Fuerzas Armadas ya se hicieron con el control de la favela durante una traumática temporada.
Cuando volvió la policía, los vecinos presentaron denuncias por abusos contra los uniformados. El ejército puede suponer una amenaza aún peor que las bandas de narcotraficantes.