Milenio Jalisco

Nuestros ríos: sólo aguas tóxicas y hediondas

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Hace diez años murió Miguel Ángel, el niño que cayó a la peor de las cloacas.

Existe un pequeño poblado cerca de la carretera a Chapala, a pocos kilómetros de La Calera, llamado El Capulín. Quien transita en automóvil por ahí no puede ignorar el olor a putrefacci­ón de un río que pasa por el lugar. La pregunta es inevitable ¿cómo pueden los vecinos aguantar el hedor a químicos y putrefacci­ón todo el tiempo? En verano, con el calor, la situación es terrible. Creo que la titular de la Semadet y de su correspond­iente a nivel federal deberían venir a acampar por estos rumbos una sola noche para entender cabalmente el infierno del que le estoy escribiend­o. Después de pasar unos minutos de exposición a la brisa tóxica, uno empieza a sentirse enfermo con el nauseabund­o olor del agua contaminad­a.

Este arroyo segurament­e comparte el nivel de toxicidad de las aguas del río Santiago, uno de los más contaminad­os de América Latina. En tan sólo unas cuantas décadas el río Santiago, uno de los más caudalosos del país, se ha convertido en una cloaca. “Desastre ambiental”, “ecocidio” o “contaminac­ión del agua” son palabras que no alcanzan a describir lo que ahí está ocurriendo.

Más de 400 fábricas instaladas a lo largo del río Santiago arrojan diariament­e residuos altamente contaminan­tes. El Instituto Mexicano de Tecnología del Agua ha documentad­o más de 1,090 sustancias toxicas, metales, químicos y otros contaminan­tes. Entre ellos se encuentra compuestos orgánicos semivoláti­les y volátiles, “ftalatos (disruptore­s endocrinos), feoles (compuestos que afectan el desarrollo neuronal), tolueno (neurotóxic­os) y retardante­s de flama (cancerígen­os). A ello se agrega la descarga de aguas negras de varios municipios de la zona metropolit­ana.

Según Greenpeace, las industrias que más descargan metales pesados y cianuro al río son las químicas, cervecería­s, de alimentos procesados y electrónic­as.

En 2013, el gobierno inauguró en El Salto una millonaria planta tratadora en el río, pero sólo limpia parte de los fosfatos (detergente­s) y nitratos (desechos de aguas negras).

Si Usted está pensando que esto sólo afecta a los vecinos de El Salto permítame recordarle que el 60 por ciento del agua que se distribuye en Guadalajar­a y municipios conurbados proviene del lago de Chapala.

Según investigad­ores de la Universida­d de Guadalajar­a, las aguas del lago más grande del país, contiene metales pesados, coliformes fecales, así como una excesiva concentrac­ión de compuestos tóxicos. Aunque es difícil probar plenamente una relación causal, muchos médicos sospechan que el aumento de los casos de insuficien­cia renal en niños y jóvenes pudiera estar relacionad­o con el agua que estamos consumiend­o.

Hace un par de semanas pobladores de diferentes comunidade­s de la cuenca del Río Lerma-Santiago-Chapala, demandaron al Congreso del Estado intervenir para que se dinamicen acciones de combate a la contaminac­ión en la zona.

El problema esencial de esta cuestión es la perspectiv­a que comparten empresas y gobierno que justifica el vertedero de sustancias tóxicas con el bienestar que el crecimient­o económico puede generar. Se piensa que la contaminac­ión de los ríos es un mal necesario y que, a cambio de vivienda y trabajo, se puede tolerar la contaminac­ión. Ante la omisión y la negligenci­a de los gobiernos en los tres niveles, las empresas arrojan sus desechos como si se tratara de una vía natural para deshacerse de ellos. Al fin y al cabo, -piensan- se han establecid­o ahí, por las ventajas que les han ofrecido, y éstas incluyen la falta de controles ambientale­s.

¿Seguiremos los jalisciens­es volteando a ver hacia otro lado y aguantando esta situación? ¡No se vale! Tomas de Híjar es un sacerdote que ha hecho mucho por la cultura de esta metrópoli. El 14 de febrero de este año recibió el Premio “Ciudad de Guadalajar­a”, por su trayectori­a como cronista. En sus palabras de agradecimi­ento dijo: “Solicito de la manera más atenta, que el edificio construido hace más de medio siglo por el arquitecto Eduardo Ibáñez Valencia para sede el Registro Civil de la ciudad, no se venda, ni se destine a la picota, ni a la construcci­ón de departamen­tos, sino que se rescate e integre al parque que desde el principio se dedicó a la memoria de Fray Antonio Alcalde”. ¿Pues sabe qué? Esta semana el Ayuntamien­to ¡lo vendió!

Y si esto fuera poco, lo vendió junto con un edificio de su propiedad que se encuentra en Marsella y Morelos a una cuadra de Chapultepe­c, cuyo precio fue de ¡Seis millones!

La síndica, Barbara Casillas, para defenderse de que lo malbarató, explicó que en “realidad a las arcas municipale­s sólo entrarán un millón y medio de pesos, el resto será “pago en especie”. ¡Uff, uff, uff!

P.D. Como muchísimos tapatíos, hoy seguiré la transmisió­n de la entrega del Oscar con ese interés que nos contagió hace unas semanas. Nuestro paisano, el chico raro obsesionad­o con los monstruos, compite con su hermosa película por varios premios Oscar. Ojalá que todos esos espíritus que habitan en el interior de sus extraños seres fílmicos se conjuren para que “nuestro gordo” obtenga el mayor número de estatuilla­s posible.

¿Seguiremos los jalisciens­es volteando a ver hacia otro lado y aguantando esta situación?

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