El pueblo será el que exigirá la reelección de Obrador
No interrumpirá la gran gesta porque la gente hablará, pero no a través de esas instituciones que no han prestado debida vigilancia a sus derechos soberanos y que han servido a los intereses de una casta de ricos y poderosos
No es que Obrador vaya a querer reelegirse, oigan, sino que el pueblo se lo va a pedir. Anticipen, desde ya, el paraíso terrenal que nos promete el candidato de Morena: el campo mexicano transformado en un vergel rebosante de cereales y hortalizas; los emigrantes retornados al terruño porque va a haber trabajo y oportunidades para todos (nadie tendrá ya necesidad alguna de partir a buscarse un futuro mejor en el vecino país del norte, o sea, que nos dará igual que Trump levante un muro de 30 metros de altura si le apetece); el petróleo nuevamente en manos de sus verdaderos dueños, a saber, nosotros, los mexicanos que tantísimo nos hemos beneficiado en las décadas pasadas de la riqueza de nuestro subsuelo; los jóvenes sin oficio conocido ni estudios en curso remunerados mensualmente con cargo al erario; los derechos reclamados por la Sección XVIII de la CNTE extendidos a todos los trabajadores de la educación como pilar, ahora sí, de una verdadera reforma educativa con sentido social; la corrupción suprimida de tajo por la simple ejemplaridad de un presidente honrado que impregnará con su sello personal todos los espacios de la vida pública; el mercado interno agrandado exponencialmente gracias a la instauración global de salarios justos y generosos; en fin, será algo que nunca antes hemos vivido como nación, una hermosa utopía vuelta realidad.
¿Cómo, entonces, no desear seguir por ese camino? ¿Cómo no otorgarle al hacedor de ese nuevo mundo la oportunidad de consolidar sus transformaciones, de lograr otras metas, de alcanzar mayores alturas y de servir todavía más a la sociedad mexicana? ¿Vamos a limitar sus quehaceres al consabido período de seis años y le vamos, en consecuencia, a negar la posibilidad de hacer el bien durante más tiempo?
No, no se va a interrumpir la gran gesta. Porque, el pueblo hablará, señoras y señores. Pero, no lo hará a través de esas instituciones que no han prestado la debida vigilancia a sus derechos soberanos y que, por el contrario, han servido los intereses de una casta de ricos y poderosos. ¡Al diablo con los diputados y senadores del Congreso Bicameral, al diablo con una Suprema Corte que siempre ha fallado en contra de los desheredados, al diablo con las leyes injustas y los jueces venales, al diablo con ese Instituto Nacional Electoral perpetrador de fraudes, al diablo con el sistema! La voluntad del pueblo se expresará de otra manera: su portavoz plenipotenciario será el líder supremo, emisario directísimo de la voluntad popular, avalado por millones de fervientes e incondicionales seguidores.
Pero, ustedes se preguntarán, ¿cómo lograremos alcanzar ese modelo de representación inmediata, ese esquema sin intermediarios innecesarios —por no decir estorbosos—, para instituir una República en la que resonarán las demandas del pueblo como una sola voz? Pues, justamente, desmontando progresivamente el entramado de una democracia liberal que, para efectos prácticos, no sólo no ha funcionado sino que ha decepcionado profundamente a las clases populares. La tarea se llevará a cabo de manera casi imperceptible en los primeros tiempos hasta que, llegado el momento, los enemigos del cambio no puedan ya operar amparados por las instituciones de siempre, como lo han hecho impunemente hasta ahora: ni el Poder Legislativo ni el Judicial podrán seguir oponiéndose a las iniciativas presidenciales que buscan el beneficio de los mexicanos; los candados al gasto público impuestos por el Banco Central deberán de ser igualmente eliminados para implementar libremente acciones de política social; los columnistas y críticos de la prensa no podrán ya abusar de su derecho a la libertad de expresión y serán exhibidos como los que son, a saber, auténticos mercenarios al servicio de la antigua mafia del poder y, sobre todo, infames traidores; los partidos políticos de oposición tendrán que rendir cuentas para justificar su resistencia a las directivas emanadas del Ejecutivo y, llegado el caso de que persistan en su pernicioso obstruccionismo, perder pura y simplemente su registro; en fin, habrá de predominar un orden dirigido a otorgar soberanía y verdaderas facultades al pueblo. El actual modelo no tendrá ya vigencia alguna.
Las herramientas para consumar todos estos cambios las tendrá en sus manos Obrador: denunciará a ministros, a jueces, a parlamentarios y a opositores para espolear el desprestigio que merecen; presionará a los medios de comunicación para que no publiquen ya inicuas falsedades; y, sobre todo, recurrirá a consultas y plebiscitos para llevar a cabo las reformas constitucionales que la nación necesita de verdad. Se arrogará así un poder personal que le permitirá cumplir cabalmente con sus promesas a los mexicanos. Tan agradecidos estaremos que, de verdad, le vamos a suplicar que siga dirigiendo los destinos de la nación luego de concluir su primer mandato. Y, creo yo, él se someterá modestamente a la potestad del pueblo soberano. Así será. No piensen ustedes, por favor, en otra cosa que un verdadero apostolado.
Tan agradecidos estaremos que, de verdad, le vamos a suplicar que siga dirigiendo los destinos de la nación luego de concluir su primer mandato