Cansancio y pesimismo
La recuperación de la confianza en la economía es una de las grandes asignaturas pendientes. Y desde luego que no es algo fácil: hay cansancio, hartazgo, pesimismo y la sensación de que cada buena noticia económica es transitoria y será sucedida por la incertidumbre o la crisis. Siempre al pendiente de grandes indicadores y de factores externos ajenos al control, hay poca confianza en una gran parte de la población a la que no llegan las bonanzas ni las oportunidades. Cada vez que le pregunto a microempresarios, comerciantes, empleados o emprendedores sobre el futuro económico manifiestan pesimismo sobre la economía en su conjunto aunque esperan que particularmente les vaya bien.
Con un largo proceso de desgaste, con décadas de atraso en el combate a la pobreza y la precariedad, con una desigualdad que en lugar de disminuir tiende a ensancharse, y con la marcada percepción de que la corrupción todo lo invade y puede contaminar cualquier buen proyecto, es comprensible el cansancio. Y más que cansancio, hay hartazgo cuando la gente trabaja, se esfuerza, hace lo correcto y trata de colaborar para mejorar la situación general pero recibe como resultado la inseguridad, la corrupción, un salario ínfimo o la precariedad laboral que no le garantiza nada. Imaginen el enojo y la frustración de quien trabaja honestamente todos los días para que al final de su jornada laboral termine asaltado en alguna esquina.
Ciertamente hay un problema de confianza y temor por las renegociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), por las elecciones presidenciales locales y por diversos otros factores. Pero también la inseguridad, la violencia, la corrupción, la barbarie del mercado, la falta de reconocimiento al esfuerzo, el talento, el estudio y la dedicación hacen que vivamos bajo el paradigma de la desconfianza. En un ambiente en el que siempre ganan los tramposos o los compadres, los avivados y los torcidos, es complicado construir un escenario de confianza porque no todo depende del trabajo ni del conocimiento.
Nos enfrentamos a una economía en la que los desincentivos son muchos y muy poderosos. La inseguridad y la corrupción son dos de ellos. No sólo limitan los emprendimientos, las inversiones y la generación de riqueza, sino que golpean con fuerza la autoestima de la gente que considera que vale la pena emprender, vale la pena estudiar, vale la pena invertir en el talento y confiar en el trabajo de la gente. La inseguridad y la corrupción son una amenaza para el entusiasmo de generaciones enteras que quieren hacer y lograr cosas diferentes.
Si hay algo que resulta complicado es tener una buena economía bajo el paradigma de la desconfianza, del miedo, el cansancio y el pesimismo. Y esto no se corrige con soluciones mágicas ni con la esperanza de que el ogro filantrópico esté de buenas: es un trabajo minucioso, cotidiano, pequeño y constante. Recuperar la confianza en la economía equivale a recuperar seguridad y tener la certeza de que uno puede, a pesar de la corrupción.