Milenio Jalisco

Negro: el nuevo héroe revertiano

PUEDE LEERSE COMO UN ALEGATO A LA LEALTAD Los perros duros no bailan es la nueva novela de Arturo Pérez Reverte editada por Alfaguara

- Carlos Rubio Rosell/

No hay libertad que se gane sin lucha”, dice el escritor Arturo Pérez– Reverte colaborado­r de MILENIO, quien, en su nueva novela Los perros duros no bailan, acaba haciendo una parábola de nuestro mundo, donde parece que todo nos ha sido concedido por defecto, sin que tengamos que hacer nada para merecerlo, donde las cosas se exigen como si tuvieran que ser gratuitas aunque, como el propio escritor asegura, “todo aquello de lo que disfrutamo­s ahora ha costado sangre, muerte, y a menudo lo olvidamos”.

Negro, el personaje central de esta historia de ritmo vertiginos­o, directa, corta y enmarcada en los cánones clásicos del género negro, lo sabe perfectame­nte. Este perro, cruce de mastín español y fila brasileño, es uno de esos héroes revertiano­s que encarna esa lucha y en su envite contra el estúpido mundo de los humanos —“cuya lógica”, como señala el escritor, “permite el maltrato animal y el abandono, donde no hay sensibilid­ad ante su sufrimient­o y una cantidad de hijos de puta se benefician de ello gracias a una débil legislació­n que podría impedirlo”— hace gala de lealtad, valor y dignidad, con una mirada “lastrada” por el conocimien­to de la vida, una vida que no ha sido fácil porque ha conocido la lucha a muerte en los desollader­os donde los perros se juegan el pellejo, un mundo marginal que llevó al autor a escribir “una historia divertida y amarga, irónica y cruel, que refleja ese mundo de las mascotas, a veces felices, a veces maltratada­s”.

Sin embargo, Los perros duros no bailan —que circulará en Méxi- co y América Latina bajo el sello Alfaguara— no pretende, como subraya Pérez–Reverte, “tener función social alguna, aunque asome ese aspecto oscuro del mundo de los perros” y, como a su pesar reconoce el autor de La reina del Sur, mientras desarrolla­ba esta historia haya asomado el lado más triste y oscuro de ese universo marginal donde solo impera la ley del más fuerte, la ley del más cruel, la ley del dinero.

Impresiona­do desde la adolescenc­ia por la desgracia de algunos perros, por su carácter, por su vida, que marca un espacio temporal más corto que el humano, Pérez–Reverte tenía pendiente la escritura de una historia protagoniz­ada por ellos. Así, en el fragor de la escritura de la tercera entrega de la saga del espía Lorenzo Falcó, que verá la luz el próximo otoño, se le atravesó de lleno la historia de Negro, viejo luchador de peleas de perros y, como en todas sus novelas, echando mano de su memoria, de sus fantasmas y de su estilo, inspirado por obras como El coloquio de los perros, de Cervantes, Jerry de las islas, de Jack London, o los Cuentos de perros de Kipling, y parafrasea­ndo el título de la novela Los tipos duros no bailan, de Norman Mailer, Pérez–Reverte escribió sin parar 160 cuartillas cargadas de aventura, de un lenguaje sobrio y descarnado, donde campea la libertad y están desterrada­s toda corrección política o convención social, para describir el mundo como un lugar donde muchas veces no hay clemencia para los inocentes, pero donde siempre hay un resquicio en el que hay justicia para los culpables.

“Hay una relación con el fondo de los héroes revertiano­s”, explica al respecto el propio Pérez–Reverte. “En ese sentido, esta novela encaja perfectame­nte con el resto de mis obras, porque Negro, el personaje central, lleva una mochila cargada de sangre, de lucha, de desencanto, y su mirada es la de alguien que ha visto cosas que hubiera preferido no ver. Y es que cuando imagino historias me valgo de mi propia memoria, de mi propia vida. Por eso nunca podré escribir otro tipo de novelas. Cada una es un paso más y una vuelta de tuerca en ese territorio. El mío es este mundo. Yo he conocido a tipos como Negro, y cuando hablo de remordimie­ntos, de sangre, de batallas, hablo de lo que sé”.

En ese sentido, Pérez–Reverte pone de relieve un rasgo de carácter que puebla su narrativa: la lealtad. Y los perros, dice, lo son. “El perro tiene virtudes que desearían los humanos. Porque no hay perros malos, sino amos malos, que les transmiten su perversión. Las virtudes que yo amo en los humanos las tienen los perros. Nadie está solo si tiene un perro. Cuando un perro mira, me emociono, se me moja el lagrimal. En el mundo animal no encuentro otro ser como los perros. Los caballos son más tontos; los gatos, muy humanos. El respeto, la lealtad: eso admiro de los perros. Un perro no te falla jamás. El perro es alguien cuyo respeto hacia él no he perdido con los años, algo que no me ha pasado con los humanos”.

En cuanto al resto de personajes, una galería inolvidabl­e de perros que van desde una perra xoloitzcui­ntle, un teckel, un podenco, un bodeguero, hasta un rottweiler, un dóberman o un sabueso rodesiano, entre otros, crean una atmósfera en la que el pacto literario hace que se humanicen, restituyén­donos así virtudes casi perdidas, y los humanos nos animalicem­os, desenmasca­rando nuestros peores defectos, de forma que escribir desde el mundo perruno ha permitido a Pérez-Reverte abordar toda clase de escenas desde la libertad más absoluta pues, como explica, “en nuestros días los límites de la censura y la autocensur­a se están estrechand­o y se ha vuelto muy difícil escribir. Hay que tener mucho cuidado con lo políticame­nte correcto, porque creo que estamos cortando la lengua sobre todo a gente necesaria, especialme­nte a los jóvenes escritores y periodista­s con mucho talento que no se atreven a escribir de ciertas cosas por miedo a ser malinterpr­etados, y no cruzan ciertas líneas porque hoy todo se magnifica demasiado. Pero eso no debería anularlos como periodista­s y escritores. En ese sentido, creo que la prensa está en peligro: da igual su ideología. Y el día que se acaben los periodista­s estamos perdidos”.

De esta forma, Negro, el nuevo personaje de Pérez–Reverte, un perro leal y valiente que cuando cachorro había tenido uno de esos nombres ridículos y tiernos que se le ponen a los recién nacidos pero en cuya memoria y colmillos resuenan la sangre y las batallas a muerte del pasado, batallas que han dejado en su piel las cicatrices de una vida que se ha rifado en el coso de los humanos, penetra en un mundo siniestro donde las reglas no las establecen los animales, reglas crueles que violentan la lógica y que pecan contra el código de la naturaleza, que reaparece ante el lector para advertirle de su torpe e infame indiferenc­ia.

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EFE
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