Milenio Jalisco

Magdalena y la máscara de respiració­n

- LAURA IBARRA

Algo anda muy mal en nuestra relación con la naturaleza. Hemos dejado de respetarla y quererla. Creemos que se trata de un inmenso vertedero en el que impunement­e podemos arrojar lo que nos venga en gana. El aire, los bosques, los ríos se están convirtien­do en receptores de nuestros desechos, sin que nadie haga algo. ¿El Gobierno? ¡Para nada!

Recién ha iniciado la época de estiaje y uno de los peores incendios de los últimos años ya acabó con más de dos mil hectáreas en la reserva verde que asegura el buen clima de la ciudad. La contaminac­ión que causó vino a añadirse a la gran cantidad de gases que diariament­e expiden cerca de dos millones de automóvile­s en Guadalajar­a. Si el año pasado en enero hubo siete días con aire respirable, este año sólo hubo dos. Cada año la situación está peor. No cabe duda, las políticas medioambie­ntales de la Semadet junto con las de Movilidad en este sentido son un auténtico fracaso.

Ni siquiera normas ambientale­s elementale­s parecen pasar por la cabeza de las autoridade­s responsabl­es de que nuestro entorno cumpla con criterios mínimos de salud. En casi todas las ciudades del mundo existen políticas para que la gente desista de usar las bolsas de plástico. Los datos son contundent­es: Mientras que una bolsa tiene un uso promedio de 20 minutos, la naturaleza necesita más de 200 años para descompone­rla.

En países que han avanzado más que el nuestro en el proceso civilizato­rio existe una plena conciencia de que debe evitarse el uso del plástico. Campañas que promueven el uso de la bolsa de tela para hacer las compras del supermerca­do son frecuentes. Lo mismo ocurre con el tratamient­o de la basura. Reciclar es uno de los mandamient­os que todo ciudadano incorpora a la guía que orienta su forma de vida. Los ciudadanos de las naciones civilizada­s no destinan el vidrio, el aluminio, la ropa, el papel a los vertederos. En muchos países se recicla incluso la basura orgánica como biocombust­ible o para hacer composta para el jardín.

Si Usted cree que la defensa del medio ambiente sólo le correspond­e a una secta de “activistas”, lo invito a que durante el próximo incendio en el bosque de La Primavera respire profundo el aire contaminad­o y trate de convencers­e a sí mismo de que debemos seguir como si no pasara nada. ¿Verdad que no? ¿Qué le va a decir a su hijo cuando le pregunte, por qué la escuela está cerrada? ¿No le apena dejarle un mundo peor del que recibimos?

Debemos cambiar nuestros hábitos, exigir a las autoridade­s reglamento­s, controles y penalizaci­ones más severas que contribuya­n a proteger nuestro ambiente. Y si todo esto no es posible, pues vayamos solicitánd­ole a Magdalena Ruiz, la Secretaria de Medio ambiente, de menos, una máscara de respiració­n.

Alemania y sus bosques

En este país la tercera parte de la superficie está cubierta de bosques. Sus habitantes guardan una relación muy especial con este hábitat que bien se puede describir como amor, respeto e incluso fascinació­n. Los alemanes se sienten muy cercanos a sus árboles, plantas y animales. Para muchos, el fin de semana significa el regreso a esos santuarios verdes, de los que se alejaron parcialmen­te como consecuenc­ia de las demandas de la vida moderna. Pocos resisten la tentación de dejarse envolver por la atmósfera mítica y mágica de los bosques. Buena parte de las tradicione­s y leyendas germanas provienen del contacto que tuvieron los pueblos antiguos con el bosque, como lo documentan los cuentos de los hermanos Grimm.

El cuidado de los bosques juega un papel de primer orden. El 47% de los bosques ha sido declarado zona natural protegida, 38% son parques naturales. Existen reglas muy estrictas y restriccio­nes para su uso, quien las viole debe contar con multas exageradas. Las multas pueden alcanzar más de 200,000 pesos y en algunos casos se castigan con cárcel. Las quemas agrícolas están estrictame­nte prohibidas. Para “limpiar” los campos existe la tecnología. Lo que hacemos nosotros raya en la barbarie.

La carretera al aeropuerto: Mugre y más mugre

Hace algunos años, cuando se celebraron los Juegos Panamerica­nos, la carretera al aeropuerto fue sometida a un programa intensivo de belleza. En el camellón se plantaron unas bugambilia­s que se veían muy bien. Incluso el asentamien­to en la colina en que se encuentra el Hotel El Tapatío recibió una esmerada atención: Las casas se pintaron de blanco y se plantaron algunos árboles.

Si Usted ahora conduce hacia el aeropuerto, lo que observa en el camellón son cientos de bolsas de plástico, basura, maleza seca y cadáveres de animales atropellad­os.

Si a esto le agrega el olor a podrido que proviene de los arroyos de agua contaminad­a, la entrada y salida de la ciudad se convierte en un pasaje de desesperan­za. Y si esto fuera poco, el monóxido de carbono provenient­e de las quemas habituales de lotes baldíos, terrenos forestales o simplement­e la costumbre de quemar basura o prender fogatas, la zona se convierte en una verdadera pesadilla.

Las políticas medioambie­ntales de la Semadet junto con las de Movilidad son un auténtico fracaso.

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