Anaya fue el mejor… ¿y?
Los spots de los políticos están per- fectamente coreografiados y cada menudencia es atendida con la más detallada minuciosidad. Los candidatos que participan en una competencia electoral estudian hasta el más mínimo gesto que hacen ante las cámaras y sus asesores de imagen los amaestran para que adopten los acartonados ademanes con que aderezan su pomposa retórica (entre ellos, uno, tan estrambótico como obligado, que consiste en acompañar toda posible afirmación, así de tan poco enfática como pueda ser, de un movimiento vertical de la mano, de arriba hacia abajo, con el índice y el pulgar formando un círculo y los otros tres dedos extendidos; la próxima vez fíjense ustedes bien, amables lectores: prácticamente nadie escapa a esa impo- sición de los domadores contratados por nuestros hombres públicos). ¿Espontaneidad? Ninguna, absolutamente ninguna. ¿Desenfado? Prohibido. ¿Atrevimiento? Anulado. ¿Afabilidad? Proscrita. Deben ser solemnes, rimbombantes, grandilocuentes, declamatorios, formales y severos por encima de todas las cosas.
Ah, pero entonces les llega un debate, en tiempo real, en directo, y ¿qué hacen? Pues, el entrenamiento previo les ha ayudado a fabricarse una suerte de segunda personalidad, una naturaleza accesoria, por llamarla de alguna manera, de la que saben servirse con razonable pericia: son gente, después de todo, que lleva años pronunciando discursos en toda clase de ocasiones y ante públicos muy diversos. Aun así, el trámite no deja de ser bastante intimidante: por ahí, se te escapa una frase desafortunada o frunces el seño o pareces distraído o se te atora un término en la lengua y la condena de los espectadores será absolutamente feroz.
Anteanoche, los ciudadanos tuvimos la oportunidad, justamente, de mirar un debate de candidatos en la tele. Lo curioso es que, al final, cada quien le otorgó la categoría de ganador al que ya había previamente validado como su favorito. Es como lo de tu hijo en la función de fin de cursos del cole: es el que mejor cantó.
Me pareció, en lo personal, que Ricardo Anaya fue el más claro, el más estructurado y el más convincente. Muchas personas lo vieron así. Muchas otras, no. Veamos, con el paso de los días, si los debates sirven para inclinar algo la balanza…