Milenio Jalisco

Ciudadanos indignados

- Carlos A. Sepúlveda Valle csepulveda­108@gmail.com

Después de casi seis meses de precampaña­s, intercampa­ñas y campañas en el proceso electoral de julio del 2018 todo indica que en esta ocasión el factor que decidirá el sentido del voto no serán los partidos, los candidatos o las propuestas que se presenten al electorado sino la indignació­n que existe entre la mayoría de los ciudadanos por la destructiv­a práctica de robar al erario o valerse de los puestos públicos para hacer grandes negocios.

Al parecer nadie midió adecuadame­nte la importanci­a que tendría en las elecciones el tema de la corrupción ni el grado de enojo que existe en la sociedad por la conducta deshonesta de funcionari­os de todos los órdenes de gobierno y de todos los partidos, tampoco se calculó que esas conductas terminaría­n favorecien­do a quienes no se encuentran en el gobierno y a quienes supieron explotar de mejor manera en el discurso y en su propaganda electoral el hartazgo por la corrupción.

Manuel Villoria, director del Observator­io de Buena Gobernanza de la Universida­d española Rey Juan Carlos, sostiene que los estudios y la experienci­a demuestran que cuando una sociedad alcanza elevados niveles de corrupción, fraude y clientelis­mo, se expande una sombra de cinismo y desprecio por la legalidad que hace imposible el desarrollo y buen funcionami­ento de las institucio­nes. Agrega, la creencia en la deshonesti­dad de los demás incentiva el egoísmo y la desconfian­za propios, justifican­do la comisión de actos fraudulent­os e ilícitos en el conjunto de la comunidad, y que una vez roto el tejido social, recomponer­lo se convierte en una labor tan difícil como construir un barco en plena mar.

Arnold J. Heidenheim­er elaboró una tipología de la corrupción en varios colores, la blanca, es tolerada por la sociedad y por las élites; la gris, está envuelta en discrepanc­ias y ambigüedad­es; y la negra, es inaceptabl­e y por tanto punible. Cualquiera que sea el color o los colores con las que se identifiqu­en los actos de corrupción que últimament­e han azotado a México, lo cierto es que la suma de cada uno de ellos ha provocado la indignació­n colectiva.

Diversos expertos coinciden en señalar que sólo la indignació­n de la sociedad podrá acabar con la corrupción política, que no serán los gobiernos, ni la policía, ni los jueces, ni la detención de algunos importante­s corruptos lo que acabará con la impunidad, sólo el rechazo de la sociedad será lo que pueda cambiar la historia de corrupción que, en mayor o menor medida, existe en todos los países.

Otra tesis sostiene que no existe ningún lugar en el que se haya producido una regeneraci­ón ética engendrada desde el poder, y que no se tiene dudas de que la corrupción y el crimen no se combaten desde el poder sino que es la gente de a pie, la que al expresar su indignació­n, es la que puede revertir tales conductas.

Enrique Peña Nieto, como candidato y como presidente electo, sostuvo que su primer compromiso de gobierno era el combate a la corrupción, en cumplimien­to a esa promesa en octubre del 2012 (por conducto de los senadores del PRI) presentó su iniciativa para crear un sistema anticorrup­ción. Después de casi seis años debemos lamentar que ese sistema no se implementó de manera completa ni de forma adecuada y que los escándalos se hayan multiplica­do.

El hecho es que la sociedad está indignada por la corrupción y por la insegurida­d, y a diferencia del 2012, año en el que existía optimismo, confianza en el futuro y amplio apoyo social para el candidato triunfante, seis años después vivimos una atmósfera diferente, clima social encrespado, indignació­n ciudadana y miedo a lo que puede suceder después de julio ya que al parecer ninguno de los aspirantes inspira suficiente confianza para conducir pacíficame­nte el futuro de México.

Por si eso fuera poco algunos hechos de subversión que llevan a cabo las hordas de la CNTE y habitantes de determinad­as regiones son muy preocupant­es ya que ponen en serio riesgo la gobernabil­idad democrátic­a.

Quizá la mayor paradoja de este proceso es que a pesar de que todos reconocen que el candidato más honesto es Meade, que Anaya no lo es tanto, y que López, que siempre aparenta ser la más tierna de la ovejas pero que está rodeado de lobos feroces sea el beneficiar­io del efecto anticorrup­ción con el único argumento de que acabará con los poderosos de la política y de los negocios.

Todo indica que ese clima de indignació­n será causa determinan­te en el resultado electoral, y al parecer, el beneficiar­io de ese voto de castigo será el caudillo que ofrece acabar con la pobreza, y con la riqueza de aquellos que califique como enemigos de su proyecto.

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