Ciudadanos indignados
Después de casi seis meses de precampañas, intercampañas y campañas en el proceso electoral de julio del 2018 todo indica que en esta ocasión el factor que decidirá el sentido del voto no serán los partidos, los candidatos o las propuestas que se presenten al electorado sino la indignación que existe entre la mayoría de los ciudadanos por la destructiva práctica de robar al erario o valerse de los puestos públicos para hacer grandes negocios.
Al parecer nadie midió adecuadamente la importancia que tendría en las elecciones el tema de la corrupción ni el grado de enojo que existe en la sociedad por la conducta deshonesta de funcionarios de todos los órdenes de gobierno y de todos los partidos, tampoco se calculó que esas conductas terminarían favoreciendo a quienes no se encuentran en el gobierno y a quienes supieron explotar de mejor manera en el discurso y en su propaganda electoral el hartazgo por la corrupción.
Manuel Villoria, director del Observatorio de Buena Gobernanza de la Universidad española Rey Juan Carlos, sostiene que los estudios y la experiencia demuestran que cuando una sociedad alcanza elevados niveles de corrupción, fraude y clientelismo, se expande una sombra de cinismo y desprecio por la legalidad que hace imposible el desarrollo y buen funcionamiento de las instituciones. Agrega, la creencia en la deshonestidad de los demás incentiva el egoísmo y la desconfianza propios, justificando la comisión de actos fraudulentos e ilícitos en el conjunto de la comunidad, y que una vez roto el tejido social, recomponerlo se convierte en una labor tan difícil como construir un barco en plena mar.
Arnold J. Heidenheimer elaboró una tipología de la corrupción en varios colores, la blanca, es tolerada por la sociedad y por las élites; la gris, está envuelta en discrepancias y ambigüedades; y la negra, es inaceptable y por tanto punible. Cualquiera que sea el color o los colores con las que se identifiquen los actos de corrupción que últimamente han azotado a México, lo cierto es que la suma de cada uno de ellos ha provocado la indignación colectiva.
Diversos expertos coinciden en señalar que sólo la indignación de la sociedad podrá acabar con la corrupción política, que no serán los gobiernos, ni la policía, ni los jueces, ni la detención de algunos importantes corruptos lo que acabará con la impunidad, sólo el rechazo de la sociedad será lo que pueda cambiar la historia de corrupción que, en mayor o menor medida, existe en todos los países.
Otra tesis sostiene que no existe ningún lugar en el que se haya producido una regeneración ética engendrada desde el poder, y que no se tiene dudas de que la corrupción y el crimen no se combaten desde el poder sino que es la gente de a pie, la que al expresar su indignación, es la que puede revertir tales conductas.
Enrique Peña Nieto, como candidato y como presidente electo, sostuvo que su primer compromiso de gobierno era el combate a la corrupción, en cumplimiento a esa promesa en octubre del 2012 (por conducto de los senadores del PRI) presentó su iniciativa para crear un sistema anticorrupción. Después de casi seis años debemos lamentar que ese sistema no se implementó de manera completa ni de forma adecuada y que los escándalos se hayan multiplicado.
El hecho es que la sociedad está indignada por la corrupción y por la inseguridad, y a diferencia del 2012, año en el que existía optimismo, confianza en el futuro y amplio apoyo social para el candidato triunfante, seis años después vivimos una atmósfera diferente, clima social encrespado, indignación ciudadana y miedo a lo que puede suceder después de julio ya que al parecer ninguno de los aspirantes inspira suficiente confianza para conducir pacíficamente el futuro de México.
Por si eso fuera poco algunos hechos de subversión que llevan a cabo las hordas de la CNTE y habitantes de determinadas regiones son muy preocupantes ya que ponen en serio riesgo la gobernabilidad democrática.
Quizá la mayor paradoja de este proceso es que a pesar de que todos reconocen que el candidato más honesto es Meade, que Anaya no lo es tanto, y que López, que siempre aparenta ser la más tierna de la ovejas pero que está rodeado de lobos feroces sea el beneficiario del efecto anticorrupción con el único argumento de que acabará con los poderosos de la política y de los negocios.
Todo indica que ese clima de indignación será causa determinante en el resultado electoral, y al parecer, el beneficiario de ese voto de castigo será el caudillo que ofrece acabar con la pobreza, y con la riqueza de aquellos que califique como enemigos de su proyecto.