El peso de los que no votan
Amenor votación, el peso de un voto adquiere mayor valor e incidencia en los resultados; y efectos de la elección, como es la supervivencia de partidos políticos. Por ejemplo: en una elección donde son cien potenciales electores y sólo vota la mitad, el valor porcentual de un voto es de 2; si vota el 60, el valor del sufragio es de 1.7; y si acuden a las urnas el 70, el valor cae a 1.4.
El escenario más inquietante en nuestro sistema político-electoral mexicano, donde una elección se gana o pierde por un voto, se daría con una bajísima participación en la jornada electoral del próximo 1 de julio. Condiciones hay: descrédito de los partidos políticos, falta de confianza en la autoridad electoral, un ambiente anticipado de ganador en la elección Presidencial (la sana incertidumbre en una contienda democrática no se nota), una percepción de escaso entusiasmo electoral generalizado: si no fuera por los spots en radio y TV, que los noticieros tienen sus segmentos de cobertura electoral y el “tren del mame” (intenso y efímero) en redes sociales sobre los candidat@s, pareciera que no hay contienda.
La elección Presidencial de 2012 superó con 4.53 por ciento la participación de 2006, al llegar a 63.08 por ciento; pero fue menor con 0.89 por ciento a la de 2000; y muy lejos con la histórica participación de 1994, pues fue 14.08 por ciento menor.
La estrategia del “miedo”, instrumentada burdamente en este proceso electoral, podría no surtir el efecto que sí lo tuvo en 1994, y con la cual se explicó la altísima participación ciudadana. El entorno social y político convulso no es el mismo. La violencia de 1994 es incomparable con la actual, y ahora no contamos con una sola fuente de información de alto impacto, como lo era la televisión, que con sus narrativas noticiosas construyó un entorno de riesgo y miedo. Y ¿qué no decir de la confianza entre aquel ciudadanizado IFE con el actual INE?
A menor participación electoral, el triunfo electoral depende de la capacidad de movilización de estructuras y voto duro el día de la jornada electoral, aumentando las posibilidades de supervivencia de partidos rémoras; a mayor participación, la sana incertidumbre aumenta y el triunfo del ganador tendría la fuerza de legitimidad de la mayoría. En 2012, Enrique Peña Nieto ganó con el 38.2 por ciento de los sufragios emitidos, pero esos mismos votos fueron del 24.1 por ciento sobre el total de electores; es decir, el 75.9 por ciento no lo eligió Presidente.