¡Perder como priistas hasta la médula, sí señor!
La estrategia del PRI en la actual carrera hacia la presidencia de la República es, si lo piensas, extrañísima: de pronto, uno de sus principales argumentos de ventas sería… ¡que su candidato no es priista!
Llevada al extremo esta premisa, uno podría preguntarles a los jerarcas del instituto político si se avergüenzan, caramba, de sus colores partidistas o si están convencidos de que la marca ya no es atractiva para los electores. Si así fuere, se entendería entonces su estrategia de calculado fingimiento para desdibujar su identidad y aparecer, sorpresivamente, como algo que no son.
Pero, con el permiso de ustedes, me viene a la cabeza que la maniobra hubiere debido ser tal vez radicalmente opuesta: cacarear, a los cuatro vientos, que el PRI es el partido de siempre, que ha gobernado a este país durante décadas enteras y que representa una opción de futuro totalmente viable, justamente, porque su presidente, Enrique Peña, ha logrado resultados innegables: estabilidad económica, tres millones de nuevos empleos, presencia internacional de México (el reciente viaje del primer mandatario a la Hannover Messe —la feria industrial más importante del mundo y en la que este país fue el gran invitado de honor— pasó, por contrario, totalmente desapercibido), reformas estructurales de histórica trascendencia, aumento del turismo, solidez de la inversión extranjera, en fin, cosas, todas ellas, que no se pueden casi
decir —porque la mayoría de la población vive en un estado de rabia permanente y responde con injurias a cualquier buena noticia— pero que, como correligionarios del presidente de la República en funciones, los priistas estaban totalmente obligados a divulgar, a propagar y a trasmitir, una y otra vez.
Naturalmente, estamos hablando igualmente de un Gobierno que ha fracasado en muchos rubros y que, por si fuera poco, ha tenido un desastroso manejo de la comunicación al punto de que no ha logrado siquiera explicar de manera convincente que a los 43 jóvenes de Ayotzinapa los masacraron los feroces sicarios, confesos además, de una organización criminal. Pero, de una u otra manera, al frente de guerra no se sale pidiendo perdón sino con la cabeza bien en alto. No ganas necesariamente la batalla. Pero, por lo menos, duermes más tranquilo después.