El gran problema de Ricardo Anaya
Tras el primer debate presidencial regresó a los medios la narrativa que se había impuesto después de las precampañas: la carrera presidencial era de dos personas, Ricardo Anaya y Andrés Manuel López Obrador. Con su desempeño en el debate, Anaya tuvo un avance suficiente para despegarse de José Antonio Meade.
Sin embargo, pocas semanas después, Anaya regresó a donde estaba antes del debate: a pesar de continuar en campaña diaria, con conferencias y actos por toda la República, era como si no estuviera ahí. La nota diaria nunca la daba él, sino López Obrador, quien según el agregado de encuestas de Oraculus, le lleva alrededor de 13 puntos de ventaja. Era como si Anaya se hubiera esfumado.
Antier volvió a los reflectores debido a su participación en el programa de Tercer
Grado, que ha convocado a los aspirantes presidenciales. Anaya se mostró tranquilo, preparado. Para cada pregunta tuvo un dato, dos ejemplos.
Sin embargo, algo falló en el mensaje. Una y otra vez repitió la frase que tanto ha usado, que “El PRI ya se va”. Y una y otra vez repitió que la elección es entre dos personas, y dos opciones. Entre el cambio al pasado y el cambio al futuro. El problema se presentó cuando tuvo que elaborar: ¿Ese futuro cuál es?
El ejemplo más claro fue cuando Leo Zuckermann le preguntó qué tipo de presidente sería. Más allá de la respuesta genérica —honesto y eficaz fueron sus palabras— la imagen de Anaya fue de alguien que no se ha preguntado cómo, para qué, y para quién quiere gobernar. Y si lo ha hecho, no lo consigue transmitir.
Eso se ve. Durante la campaña Anaya ha transitado desde una posición extrema —decir que podría encarcelar al presidente Peña Nieto— hasta una conciliadora con el partido que dice “ya se va”.
Mientras Anaya no se defina ni a sí mismo ni avance un mensaje más allá de la derrota del PRI, esos 13 puntos se mantendrán igual. Sí, será una carrera entre dos. Solo que él seguirá sin saber quién es, mientras que su oponente se asemejará cada vez más a Usain Bolt.