EL MITO DE SÍ MISMA
A continuación se ofrece un ensayo para conmemorar el centenario del nacimiento de la poeta (30 de mayo de 1918-8 de mayo de 2000)
Una de las más inusitadas, si no polémicas, figuras de la poesía mexicana del pasado medio siglo fue, sin lugar a dudas, Guadalupe Amor (1918–2000). Desde su meteórico salto al Olimpo, la vida y obra de
Pita —alias con el que se refería a su persona física, terrestre— se ha encontrado, desde su primer libro de poesía (Yo soy mi casa, de 1946), rodeada de controversia: por una parte el —si bien efímero— reconocimiento de su enorme talento literario y, por otra, el estigma como símbolo de decadencia y excentricidad generado por su voluntad de no someterse a los atavismos de la mujer en México: pecado que hoy más que nunca pesa sobre ella y su obra poética. En este sentido, debemos señalar que Pita no pertenece a un grupo de “olvidadas” de la historia nacional porque sí se le recuerda, al menos aquí en México, pero no siempre por su extensa obra lírica, agotada desde hace mucho tiempo, sino por el personaje insólito y polémico que ella misma inventó y dentro del cual, algunos dirían, que Pita quedó atrapada como insecto embalsamado en ámbar. Esto quizá se debe a su imagen callejera (¿quién no la vio, ya vieja pero con gran escote, un moño “pescaguapos” y una flor adherida a la frente, asaltar con su bastón a los transeúntes de la Zona Rosa?). Esta imagen ha sido la que se ha preferido difundir en los medios, y el sketch semanal del ya finado programa televisivo Desde gayola llamado “El rincón de Pita Amor” ilustra este fenómeno, si bien su émulo, un hombre disfrazado de
Pita, siempre incorporaba algunos de sus poemas como parte del espectáculo. De aquí se desprende que si alguien ha perpetuado la memoria de nuestra “Undécima Musa” han sido los gay, que en ella han reconocido una insignia camp forjada de arrojo y extravagancia. Como veremos a continuación,
Pita sí pertenece al grupo de las “excluidas” de la historia nacional porque su obra ha sido sistemáticamente suprimida, ninguneada, ignorada y hasta reprendida, por los llamados dueños de la cultura en México.
◆◆◆ “Nada tengo que ver con lo que siento/ Soy cómplice infeliz de algo más alto”. Con estos versos Guadalupe Amor afirma y a la vez niega su papel en los mismos poemas que traza su pluma “celeste e infernal”. En este breve ensayo, al contemplar su obra poética con la circunspección que se merece, examinaré hasta qué punto podemos considerarla una representación lírica de los estremecimientos íntimos de una mujer, atormentada desde las más profundas regiones de su ser o si, en realidad, ella cree servir como amanuense de una voz a la vez hermética y trascendente. Empleo la palabra “amanuense” para subrayar el aspecto coactivo de este tipo de creación poética, pues el sustantivo proviene del latín (servus a manu) y denomina a “un esclavo con deberes de secretario”, es decir, un sujeto poseído, en todos sus sentidos.
Este “yo poético” constituye el sujeto —la identidad personal de la poeta— sublimado dentro de los versos que escribe. Por lo tanto, esta entidad no se pierde en la voz de una metafísica universal, sino que también incorpora por lo menos el eco o la huella de la experiencia personal de la poeta —poetisa para los reaccionarios, musa para los pitagóricos—. En ambos casos sugeridos por esta afirmación–negación del papel de la poeta en la poesía que escribe, podemos señalar la existencia de una dicotomía de oposición que, en su consolidación, proporciona la estructura tripartita de sus poemas, una organización que prevalece en la mayoría de sus más inspirados versos, proporcionándoles un ritmo de contrapunto barroco y una estructura retórica parecida a la del silogismo clásico. No obstante, esta cualidad no se limita a la forma estructural de la composición: también subyace en los conceptos intelectuales de su poesía. Con respecto a tales características, la poeta y contemporánea de Pita, Margarita Michelena, afirma que: “Poesía más de ideas que de metáforas, la de Guadalupe se mueve bajo una estrella pitagórica. Y como la música de Bach, nada le falta y no le sobra nada. Es poesía cuya esencia pide un vaso esencial. Y así está, sostenida en su pura desnudez, como un astro en su luz infalible” (Poesías completas XIII).
El quinto poema de su primer libro, Yo soy mi casa, ilustra muy bien esta estructura en la cual existe una constante tensión entre tres elementos, en este caso el alma, el cuerpo y el intelecto: De mi barroco cerebro mi alma se destila intacta; en cambio mi cuerpo pacta venganzas contra los dos. Todo mi ser corre en pos de un final que no realiza; mas ya mi alma se desliza y a los dos ya los libera, presintiéndolos ribera de total penetración.
Aquí no solo descubrimos una relación de tres elementos, sino que también —gracias a la tensión retórica creada por su estructura clásica— esta décima plantea la cuestión de la procedencia misteriosa de estas facultades humanas y la posible, si no inevitable, destrucción de las mismas.
Michelena apunta al respecto: “Ante los poemas de Guadalupe Amor tenemos que reconocer el hallazgo de un raro acontecimiento