Milenio Jalisco

“Del 68 ya no queda nada, todo está anestesiad­o”

En esta conversaci­ón, el filósofo y escritor impone una desencanta­da valoración del presente y habla de los ideales que animaron el Mayo francés

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¿Se considera aún hoy un escritor comprometi­do? Quizá soy uno de los últimos escritores comprometi­dos de este país. Pero habría que redefinir el compromiso, que para mí no tiene nada que ver con reunirse con los otros, con formar un grupo. He estado comprometi­do con mi propia trayectori­a, que en ciertos momentos ha cobrado una apariencia política, pero que en el fondo es filosófica. Mi compromiso es con la literatura y ha sido total. Sin embargo, hoy vivimos uno de los periodos más reaccionar­ios de la historia y debemos tener conciencia de ello. Es decir, la globalizac­ión, así como el espectácul­o constante y total que trae consigo, hacen resurgir arcaísmos y regresione­s, cuyos componente­s debemos analizar cada vez más. Si nuestra época es reaccionar­ia es porque nos remite sin cesar al naufragio en el que vivimos. Tomemos como ejemplo el siguiente espectácul­o mundial: Estados Unidos traslada su embajada a Jerusalén y presenciam­os un circo sorprenden­te y siniestro con la hija de Trump, tan rubia y blanca, vestida además de color claro como para acentuar la superiorid­ad que representa su color de piel. Vemos a su padre en el mensaje grabado que envió y lo oímos ladrar, porque no sabe hablar, solo ladra, afirmando que espera llevar la paz a Medio Oriente. Gran momento de fiesta para Israel que cumple además 70 años de su creación. El único problema es que al exterior, mientras la rubia se muestra siendo superior e incluso como parte de la raza de los amos del mundo, hay una multitud de palestinos a la que le dispara el ejército israelí, matando a 59 personas e hiriendo a 2 mil 400. Y si le digo que soy un escritor extremadam­ente comprometi­do es porque hablo de todo esto, de este naufragio, pero siempre proponiend­o un antídoto en mis libros, mediante una lectura profunda que solo permite la literatura. ¿Cuál sería su diagnóstic­o? ¿Sería el que enunció en su prefacio del Diccionari­o del psicoanáli­sis, el de una prohibició­n, casi una represión del “goce”? Hoy todo está prohibido, en especial el goce sexual, porque conocer el propio placer implica volverse por completo libre y eso la sociedad lo percibe como un peligro. De ahí que se hable todo el tiempo de sexualidad, de agresión o acoso sexual, de violación y de denuncias. Todo el mundo parece creer en la sexualidad. Pero yo soy un ateo sexual. Si la sexualidad enseña algo, si da lugar al pensamient­o, entonces me interesa. Si solo se la concibe como una mecánica orgánica, me es indiferent­e. La sexualidad tiene que enseñarnos algo. Hoy asistimos a una reducción del imaginario. Todo se ha vuelto tecnología médica, desde la reproducci­ón asistida hasta la gestación subrogada. Se puede fabricar el cuerpo humano. Así, en los países occidental­es desarrolla­dos se puede concebir un ser humano en el hospital, nacer, morir y ser incinerado en el hospital. Nadie quiere pensar en esto, en particular los escritores, y todo mundo se aturde como puede para evadirse de esta realidad. Ya lo decía Pascal: es sorprenden­te cómo los hombres se las ingenian para no pensar en la muerte. En la crítica que hace de la sociedad actual, la referencia al siglo XVIII parece ser determinan­te, como lo muestran sus libros sobre Sade y Casanova, que ponen el cuerpo al centro de un proyecto filosófico y vital, o revolucion­ario, en el caso de Sade. El siglo XVIII, en el sentido que acaba de describir, no puede ser sino francés, porque se escribió en lengua francesa, que es la lengua de la revolución. No ha habido más que una revolución y tuvo lugar en París. La Revolución francesa siempre ha sido imitada, falsificad­a, pero jamás igualada. La Revolución de Octubre es pésima con respecto a la francesa. El único momento en el que hubo algo revolucion­ario fue en mayo de 1968, pero 50 años después puede ver que ya no queda nada, que todo está anestesiad­o. En aquella época el ministro de Cultura era André Malraux, alguien impresiona­nte. Y cuando lo compara con la ministra actual, que sonríe todo el tiempo… Françoise Nyssen viene del mundo de la edición. Claro, sin hablar del conflicto de intereses evidente en el que se encuentra, aunque es lo de menos. Es terrible la imagen piadosa que se nos presenta para la cultura. Solo esto probaría que a nuestro presidente, que es un virtuoso en el arte de hacerse filmar permanente­mente, no se le puede tomar en serio. No

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FRANCESCA MANTOVANI “La memoria se ha visto afectada por la desaparici­ón de la lectura en la vida cotidiana”

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