El derecho a soltar sandeces
La gente suele decir, exhibiendo aires de acartonada solemnidad: “no estoy de acuerdo con sus ideas pero las respeto”. Pues, miren, muchas opiniones no son en manera alguna respetables: hay conceptos desaforadamente estúpidos; hay, también, doctrinas odiosas, creencias insensatas, supersticiones ridículas e ideologías nefastas.
Lo que se respeta es la facultad de los individuos para expresarse y su derecho inalienable a pensar diferente (digo, siempre y cuando no pretendan que sus dogmas se vuelvan una imposición para todos los demás). Pero, por favor, ¿qué tan respetable puede ser que, por ignorancia y por creerse las patrañas que propaló algún mentecato malintencionado, la gente decida ya no vacunar a sus hijos? ¿Qué tan respetable es que sean asesinados unos caricaturistas por haberse meramente burlado de un dios particular en un país que ni siquiera profesa mayoritariamente la religión de los homicidas? ¿Qué tan respetables son el racismo, la cerrazón, la intolerancia y el fanatismo?
Naturalmente, esa falta primigenia de respeto hacia la imbecilidad no debe manifestarse bajo la forma de una agresión hacia quienes promulgan boberías más o menos inocuas. Pero, todo tiene un límite, señoras y señores: cuando ellos mismos traspasan el espacio personal de sus convicciones y se trasmutan en activistas de una causa nefaria entonces debemos ya entrar nosotros en acción para, por lo menos, denunciar las disparatadas barbaridades que promueven. En Alemania, Bélgica, Suiza y Francia es un delito negar el Holocausto judío. La Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, por el contrario, no podría consentir una ordenanza parecida porque se equipararía a un intento de silenciar la libre expresión. El Estado, de una u otra manera, es el primerísimo garante de la razón jurídica y, en este sentido, debe de estar siempre por encima de los individuos en el ámbito de la moral.
Cuando un candidato presidencial propone amputaciones y azotes, deja de ser respetable, por más que se le conceda la prerrogativa de soltar sandeces delante de las cámaras de televisión.
Y, bueno, a ver si se entera, el tipo, de que el Estado mexicano nunca va a instaurar esas prácticas. ¿Está claro?