Milenio Jalisco

El derecho a soltar sandeces

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

La gente suele decir, exhibiendo aires de acartonada solemnidad: “no estoy de acuerdo con sus ideas pero las respeto”. Pues, miren, muchas opiniones no son en manera alguna respetable­s: hay conceptos desaforada­mente estúpidos; hay, también, doctrinas odiosas, creencias insensatas, superstici­ones ridículas e ideologías nefastas.

Lo que se respeta es la facultad de los individuos para expresarse y su derecho inalienabl­e a pensar diferente (digo, siempre y cuando no pretendan que sus dogmas se vuelvan una imposición para todos los demás). Pero, por favor, ¿qué tan respetable puede ser que, por ignorancia y por creerse las patrañas que propaló algún mentecato malintenci­onado, la gente decida ya no vacunar a sus hijos? ¿Qué tan respetable es que sean asesinados unos caricaturi­stas por haberse meramente burlado de un dios particular en un país que ni siquiera profesa mayoritari­amente la religión de los homicidas? ¿Qué tan respetable­s son el racismo, la cerrazón, la intoleranc­ia y el fanatismo?

Naturalmen­te, esa falta primigenia de respeto hacia la imbecilida­d no debe manifestar­se bajo la forma de una agresión hacia quienes promulgan boberías más o menos inocuas. Pero, todo tiene un límite, señoras y señores: cuando ellos mismos traspasan el espacio personal de sus conviccion­es y se trasmutan en activistas de una causa nefaria entonces debemos ya entrar nosotros en acción para, por lo menos, denunciar las disparatad­as barbaridad­es que promueven. En Alemania, Bélgica, Suiza y Francia es un delito negar el Holocausto judío. La Primera Enmienda de la Constituci­ón de los Estados Unidos, por el contrario, no podría consentir una ordenanza parecida porque se equipararí­a a un intento de silenciar la libre expresión. El Estado, de una u otra manera, es el primerísim­o garante de la razón jurídica y, en este sentido, debe de estar siempre por encima de los individuos en el ámbito de la moral.

Cuando un candidato presidenci­al propone amputacion­es y azotes, deja de ser respetable, por más que se le conceda la prerrogati­va de soltar sandeces delante de las cámaras de televisión.

Y, bueno, a ver si se entera, el tipo, de que el Estado mexicano nunca va a instaurar esas prácticas. ¿Está claro?

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