Buñuel, Cantinflas y el ogro filantrópico
El punto donde nos encontramos es resultado también de que las libertades están bajo el asedio de sí mismas; las libertades políticas conspiran contra las económicas y éstas contra las sociales
Lo que significa la ausencia de lo racional en la propuesta dogmática, es que las ideologías no han desaparecido, solo se han transformado de manera irreflexiva y pragmática
“Lo primero es curarnos de la intoxicación de las ideologías simplistas y simplificadoras”. Octavio Paz
Asumo que mucho de lo que está sucediendo en México, y en otras latitudes, es resultado de tres realidades: Primera, la existencia de la libertad individual y colectiva para informarse, decir, comunicar y divulgar, que hoy como nunca se ha extendido en la sociedad a través del mundo de lo digital. Segunda, la desigualdad creciente, incluso en las naciones desarrolladas, lo que significa que los beneficios de la economía y el bienestar no se distribuyen equitativamente; y
Tercera, la incapacidad o el desentendimiento de los beneficiarios del sistema de convalidar y acreditar las libertades políticas, sociales y económicas que nos tienen en un punto, que si bien genera justa insatisfacción, no puede negarse que es el saldo de un proceso de desarrollo progresivo, si lo comparamos, como se ha dicho recientemente, con la realidad de las películas de Mario Moreno, y todavía más si el referente fuera el México de Ismael Rodríguez o Luis Buñuel.
En cierto sentido, el punto donde nos encontramos es resultado también de que las libertades están bajo el asedio de sí mismas. Las libertades políticas conspiran contra las económicas y éstas contra las sociales. Dicha circunstancia es la que ha puesto en jaque el edificio de la democracia liberal y ha servido de impulso y argumento para que un populismo “renovado” cobre vigencia bajo diferentes presentaciones: nacionalismo y racismo en las naciones poderosas; caudillismo y rencor social en las naciones como México. Su común denominador es el desprecio que muestra hacia las instituciones, la intolerancia hacia el otro y el desprecio por los valores y principios de la democracia.
En el fondo, tengo la impresión de que la facilidad con la que las propuestas populistas prenden no nace de las condiciones objetivas de pobreza y desigualdad, sino que es un tema que reside mucho más en el dogma, en lo que se llama el discurso político, como lo ha mostrado el teórico argentino Ernesto Laclau. Así, por ejemplo, si se analiza la base social que con mayor consistencia soporta al candidato López Obrador, se advierte que, esencialmente, el peso mayor lo soporta una población urbana masculina con instrucción superior. Cierto es que en los millennials el candidato encuentra un importante apoyo, pero estos en su mayoría son volátiles, lo que se traduce en una empatía con menor intensidad respecto al grupo social aludido.
Lo que significa la ausencia de lo racional en la propuesta dogmática, es que las ideologías no han desaparecido, solo se han transformado de manera irreflexiva y pragmática. Han colapsado las de corte convencional y han crecido las que tienen un sentido no de grupo o parte, sino de corte horizontal; ejemplo de ello es la lucha contra la corrupción que a todos convoca, pero lo mismo puede suceder con el nacionalismo o con conceptos integradores de las sociedades en su totalidad. El peligro de esto y de los proyectos neopopulistas, es que no se asumen, a diferencia de las ideologías convencionales, como una parte, sino como la expresión de un bloque que al cerrarse controla todo. En esto radica la dificultad y a veces la imposibilidad para entender de manera legítima al otro, al diferente, al crítico o al opositor.
Las libertades no solo están asediadas, también están amenazadas por la crisis del sistema democrático que es el que las garantiza y les da expresión fáctica e institucional. Lo que es peor, las respuestas institucionales, políticas o ideológicas no se arraigan en la sociedad y, por lo mismo, la seducción de los proyectos disruptivos cobra fuerza fácilmente.
La amenaza al régimen de las libertades se da por la ausencia de una cultura o de una tradición que les dé soporte. También por la falta de una corriente formal que haga del liberalismo su referente explícito o implícito. Influye, igualmente, la presencia de una sociedad civil organizada alertada sobre el valor y vigencia de las libertades. Las formas legales también son garantía. Voltear la mirada a lo que ocurre en el vecino del norte en tiempos de Trump es muestra de los límites que el edificio liberal le impone al populista en el poder.
En México, el tema que debe preocuparnos no es el eventual arribo de un proyecto populista, sino si existen las condiciones culturales, políticas e institucionales para su contención en caso de que así resulte. De allí la importancia del equilibrio en la elección del 1 de julio. Un triunfo amplio en el ámbito legislativo y local del proyecto populista debilitaría considerablemente las capacidades del sistema para conducir la realidad nacional en el marco de la democracia; de presentarse tal circunstancia, de lo que estaríamos hablando es de un cambio de régimen: en la sustancia, en las formas y en la práctica, cuya expresión sería el deterioro de las libertades y del edificio que las garantiza.
Al respecto, en los sectores con reserva o temor al triunfo de López Obrador, hay una posición mayoritaria que asume que habrá autocontención, independientemente de la magnitud del triunfo, una visión consecuente con el viejo presidencialismo, donde los límites al ejercicio discrecional del poder del Ejecutivo se daban al interior del mismo régimen. Esta perspectiva que apuesta por la buena voluntad del gobernante es sumamente frágil, porque los límites al poder resultan del conjunto del sistema: de los pesos y contrapesos institucionales, de las libertades políticas y económicas, del activismo ciudadano y del pluralismo social. Apostar a la buena fe del ogro filantrópico, además de ingenuo, constituye el regreso al pasado, el tránsito al peor de los futuros, al menos por lo que respecta a las libertades y a la pluralidad política.
En lo global, soy optimista sobre la capacidad de la democracia liberal y las instituciones para encontrar las mejores respuestas hacia su propia innovación y reforma. En lo local soy escéptico por el poco aprecio social al sistema de libertades y, especialmente, por la incapacidad de los beneficiarios de estas para asumir su defensa. Ante este escenario, pareciera que hay poco qué ganar y mucho qué perder el 1 de julio.