Del hartazgo hacia la pedagogía cívica
Gracias a la opinión que recibí en el transcurso de la semana pasada, de parte de un alto funcionario del gobierno del Estado, acerca de mis colaboraciones periodísticas, me motivó a reflexionar sobre cómo comunicar de forma sencilla, algunas ideas y conceptos que empleo regularmente para describir procesos sociales que estamos viviendo. Tal es el caso quizás, de palabras como gobernanza o cogobierno, que suelo utilizar para definir las nuevas maneras en que la sociedad y los gobiernos se relacionan hoy en día.
Las ideas y conceptos que utilizo no tienen otra intención, que definir y describir realidades y procesos sociales diversos y complejos que ya no pueden ocultarse y mucho menos se deben ignorar, que bien podrían caracterizarse con un sentimiento muy conocido: el hartazgo. En efecto, no son pocas las personas que se sienten profundamente hartas por las afectaciones tan variadas que padecen todos los días, lo mismo en carne propia y su patrimonio que entre sus familiares y vecinos, y que les recuerdan la inequidad, la inseguridad, la impunidad y la corrupción que imperan en muchos ámbitos de la vida en sociedad.
Una muestra de lo que quiero decir la encontramos en la inusual tromba que se padeció el pasado domingo 10 de junio, que muy rápidamente se convirtió en la gota que derramó el vaso, no sólo para dejar al descubierto esa realidad urbanística producto de decisiones concretas y tangibles marcadas por la corrupción; sino además, dejo al descubierto la semilla de una íntima convicción ciudadana, que nos impulsa a superar el sentimiento colectivo del hartazgo y nos mueve a reaprender formas más efectivas de exigencia cívica, a favor de un auténtico cambio de esa realidad que hoy parece esclavizarnos.
El paso hacia una pedagogía cívica supone reaprendizajes tanto del lado de quienes aspiran a cualquiera de los cargos elección popular que están en juego, este ya próximo primero de julio, como del lado de la sociedad y es eso precisamente lo que se demanda en el caso de las afectaciones derivadas de la tromba.
Más allá de las explicaciones sobre las causas de las afectaciones y el indispensable deslinde de responsabilidades públicas y privadas, las lecciones para el futuro se resumen en cuatro exigencias a las próximas autoridades de los tres órdenes de gobierno: primero, no se quieren más discursos simulados ni repetir las mismas prácticas de siempre. Segundo, no más un supuesto interés público, solapando intereses privados. Tercero, no más desprecio del sentido común, que solo proviene del conocimiento acumulado y compartido acerca de nuestro territorio. Y cuarto, no más un gobierno de lo público sin el público.