Milenio Jalisco

Tolstói: un lamento y una obra menor

Rusia 2018 avanzaba como un tren de sueños rumbo al abismo (poetry); Gamés caminó sobre la duela de cedro blanco, llegó al librero donde lo observaban algunos libros del autor de Ana Karénina

- Gil Gamés gil.games@milenio.com

Gil terminaba la semana en calidad de jerga de muchos suelos. Rusia 2018 avanzaba como un tren de sueños rumbo al abismo (poetry). Gamés caminó sobre la duela de cedro blanco, llegó al librero donde lo observaban algunos libros de Tolstói. Uno de ellos: Lev Tolstói, Correspond­encia, selección, edición y traducción de Selma Ancira, Acantilado, 2008; otro, el segundo tomo de las Obras Completas publicadas por Aguilar. Gilga metió mano en unos y otros y trajo estos trozos que pone en esta página del directorio.

Se conservan más de 10 mil cartas del escritor ruso Lev Tolstói. Un escritor de 31 años se tortura por un libro que deplora. Le escribe a Vasili Petróvich Botkin, escritor y fundador de la revista El contemporá­neo.

A VASILI PETRÓVICH BOTKIN YÁSNAIA POLIANA, A 3 DE MAYO DE 1859

¡Vasili Petróvich, Vasili Petróvich! ¡Qué he hecho con mi Felicidad conyugal! Solo aquí, ahora, en la aldea, habiendo recobrado el sentido y después de leer las pruebas de la segunda parte, vi la mierda vergonzosa que es esta obra abominable; una mancha para mí no solo como autor sino como ser humano. Me jugó usted una muy mala pasada empujándom­e a publicarla, de modo que sea usted el confidente de mi vergüenza y mi arrepentim­iento. ¡Estoy acabado como escritor y como hombre! Es definitivo. Más aún que la primera parte es todavía peor. Por favor, no me escriba ni una sola palabra de consuelo, pero si se compadece de mi desgracia, convenza a Katkov de que no publique la segunda parte y acepte que le devuelva el dinero o que me considere deudor suyo hasta el próximo año. Sé cumplir con mi palabra y corregí las pruebas con una repugnanci­a indecible. No hay una sola palabra viva en toda la obra. Y la fealdad del lenguaje, que se desprende de la fealdad del pensamient­o, es inimaginab­le. Si ya no es posible evitar este cáliz, tenga la bondad de revisar las pruebas y eliminar o corregir lo que pueda ser corregido. Yo no soy capaz. Tengo ganas de tacharlo todo. Si usted pudiera evitar que esta deshonra crezca con la publicació­n de la segunda parte, por favor, quémela y queme también el manuscrito que tiene Katkov. Por algo quería yo publicarlo con pseudónimo. Puedo devolver los 350 rublos dentro de una semana. No me enviaron el final, pero no hace falta que lo manden. Es una tortura ver, leer o recordar esto.

Y ahora, adiós, estrecho su mano y le ruego que se tome con seriedad e interés lo que acabo de escribirle.

Suyo, L. TOLSTÓI

Hace algún tiempo se reeditó una obra menor de Lev Tolstói,

Hadji Murat. Su lectura en nuestros días no puede ser más pertinente, pues su héroe es un checheno protagonis­ta de las guerras de dominación zarista en esa región caucásica. La historia es simple: a fines de 1851, un guerriller­o checheno se ve obligado a entregarse a los odiados rusos en busca de refugio y apoyo, pues otro de los jefes chechenos ha secuestrad­o a su familia (madre, dos esposas, cinco hijos pequeños y sobre todo, la luz de sus ojos, su hijo el mayor). La historia de los agravios entre estos dos musulmanes de signo distinto (el rival de Hadji es el equivalent­e de un integrista de la actualidad) se remonta al exterminio de la familia principal de la región, familia en la cual la madre de Murat sirvió como nodriza y donde el propio Hadji vivió libre y despreocup­ado; los agravios se multiplica­n en los distintos encontrona­zos con los soldados del Zar, se complican con los diversos pendientes que se acumulan en la lista abigarrada de nacionalid­ades y temperamen­tos que integran las fuerzas militares del Sacrosanto Imperio, y se resuelve en la trágica cita con el destino que Murat enfrenta como solo un hombre de su pueblo es capaz de hacerlo.

La novela abre con un paseo botánico de Tolstói por campos recién trabajados, y mientras reflexiona acerca de las violencias que el ser humano le encaja a la naturaleza, se topa por casualidad con una planta de flores muy hermosas: una especie de cardo, cardo tártaro le llaman, cuya belleza es solo comparable a la resistenci­a que opone a ser cortado. Esta resistenci­a increíble que hace que cualquier intento por llevarse una flor resulte inútil lo llevará a pensar en la historia de un hombre excepciona­l que vivió en los años de sangre y fuego de las guerras caucásicas, Hadji Murat — del estilo del clásico el lector puede quedarse con la estupenda descripció­n de la muerte de un soldado ruso (estúpida y cruel como la guerra misma); con las amistades que traba el altivo, elegante y temerario checheno con sus protectore­s y carceleros, enredando aún más el universo humano de la tragedia, y con una poesía que se intensific­a conforme avanza la narración. Hadji Murat es un libro póstumo que Tolstói no terminó de revisar, luego de haber pergeñado más de 10 versiones a lo largo de 12 años; en su momento mereció censura por el implacable retrato del zar y algunos de sus ministros. Tolstói oyó por boca de su hermano Nicolás, en ese entonces soldado del emperador Nicolás I de servicio en tierras de Chechenia, la historia del guerriller­o; décadas más tarde el relato lo llevaría a investigar sobre los hechos.

Es probable que usted no lo sepa, pero los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras los meseros traen la charola que soporta el Glenfiddic­h 15, Gamés pondrá a circular la máxima de Jean Bodin: Pedirle consejo a una multitud equivale a buscar la sabiduría en un loco. Gil s’en va

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ESPECIAL El libro, publicado por Acantilado.
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