Milenio Jalisco

Rescatan el arte que el mundo donó a Allende

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El bombardeo al Palacio de la Moneda en Santiago de Chile durante el golpe militar de 1973 no solo acabó con el proyecto político de Salvador Allende, sino también con una iniciativa artística que buscaba crear un museo “para el pueblo” con obras donadas por artistas de todo el mundo.

Allende comenzó esta empresa en 1971 con un enfoque totalmente innovador, ya que buscaba crear un espacio de expresión amplio con una fuerte mirada “ética y estética” mediante la recopilaci­ón de trabajos de cientos de autores que simpatizab­an con la “vía chilena del socialismo”.

Sin embargo, muchas de esas obras, en concreto las donadas entre 1972 y 1973, nunca llegaron a su destino final y fueron depositada­s clandestin­amente en los almacenes del Museo Nacional de Bellas Artes hasta el año 2017.

47 años después, el Museo de la Solidarida­d Salvador Allende (MSSA) muestra 43 de estas donaciones provenient­es de Suiza, Estados Unidos, Francia y Japón, formadas tanto por trabajos gráficos, como pictóricos y escultóric­os.

En ella se enmarcan creaciones como la del expresioni­sta abstracto Robert Motherwell, las serigrafía­s de Tetsuya Noda o el fondo “Armando Zegrí”, pertenecie­nte al escritor chileno del mismo nombre que instaló en 1953 una de las primeras galerías de arte latinoamer­icano en Nueva York.

Estas piezas se unirán a las más destacadas de la colección del museo, entre las que destacan las de Joan Miró, Eduardo Chillida y Noemí Gerstein, que fueron expuestas en una de las tres exhibicion­es que el museo alcanzó a realizar hasta su caída en 1973.

El objetivo de la institució­n es “conjugar arte y política” para dar vida al proyecto pionero de Salvador Allende, dice la directora del MSSA, Claudia Zaldívar, quien con la entrada del régimen militar de Augusto Pinochet (1973-1990), tuvo que vivir en el exilio hasta el inicio de la década de los 90. “El éxito de la idea inicial del Museo de la Solidarida­d fue crear una red de artistas e intelectua­les de izquierda a nivel internacio­nal que luego siguió viva con otras causas posteriore­s como fueron la palestina, la nicaragüen­se o la lucha contra el Apartheid”, indicó Zaldívar. A través del trabajo de las embajadas, las obras de arte podían recorrer el mundo sin caer en manos de censores, y el museo acabó convertido en una institució­n itinerante en crecimient­o.

De este modo, el regalo que Allende (1970-1973) quería hacerle al pueblo chileno acabó convertido en un ideal de corte colectivis­ta que buscó, mediante el arte, denunciar las situacione­s de injusticia social en todo el planeta.

Un planteamie­nto que, continuó Zaldívar, entiende el arte no como “un objeto lindo para colocar en el salón”, sino como un ejercicio de análisis que sirve para “poner sobre la mesa cuestiones como la escasez del agua, la inmigració­n o la falta de utopías en la sociedad moderna”; en definitiva, “los conflictos contemporá­neos”.

Por ello, el edificio que aloja al museo y que sirvió como centro de torturas durante la oscura época militar alberga una triple exposición que comprende las tres etapas que sufrió el proyecto: su creación, su diáspora forzada por el miedo a la represión y su posterior regreso a Chile.

Además, existe un espacio más íntimo para la promoción de obras contemporá­neas bajo temáticas contingent­es que al día de hoy está ocupado por el proyecto “Ciudad Negra”, del artista chileno Víctor Hugo Bravo.

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