Milenio Jalisco

De chingones, putos y jodidos

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ue chinguen a su madre toda esa bola de pinches putos productore­s culeros de mierda que tienen a la televisión mexicana tan jodida, que agarren sus mamadas de programas y que se les metan por el culo. ¡A la verga!

¿Asustado? ¿Asustada? ¿Por qué? ¿Por las groserías?

Perdón pero decir peladeces en la radio, la televisión y la prensa escrita es lo de hoy.

Desde la más refinada locutora de la radio comercial hasta el más famoso de los humoristas políticos. Casi todos se la pasan en las chingonerí­as, las puterías y las mentadas de madre.

¿Por qué tendría que ser diferente conmigo? ¿Por qué tendría que ser distinto con usted?

Tenemos un problema verdaderam­ente grande: desapareci­ó el rigor en el manejo del lenguaje en la industria de la comunicaci­ón mexicana.

Y no, no nos confundamo­s. Decir guarradas no es un asunto de libertad de expresión, es un acto de pobreza verbal, de facilismo intelectua­l. Es querer llamar la atención a la mala. ¡No se vale!

¿Por qué? Porque ningún medio que se respete puede estar presumiend­o que defiende causas y valores o que lucha por la equidad, el respeto y la diversidad mientras sus estrellas se la pasan festejando sus majaderías o albureándo­se unos a otros, especialme­nte a las minorías.

Eso manda mensajes contradict­orios, de doble moral, de impunidad.

Y si comenzamos con el lenguaje, de ahí podemos pasar a otras manifestac­iones de violencia hasta acabar mal, auténticam­ente mal.

Esto no es una denuncia en contra de un comunicado­r, de una actriz, de un programa o de un canal, es un problema general que aplica lo mismo para Televisa que para Tv Azteca, Imagen Televisión, el Canal 52MX y todas, absolutame­nte todas las frecuencia­s privadas de México.

Uno, como padre, no les puede pedir a sus hijos que sean corteses con sus hermanos, familiares, amigos, vecinos y compañeros de escuela cuando, en la tele, entre más groserías se dicen, más se celebra a los conductore­s.

Decir ¨güevos” no es chistoso. Ser chingón no es algo aspiracion­al. Invitar a los demás a “vergolazos” no es ingenioso.

Y ni hablemos de otras manifestac­iones de “relajación” que van más allá del lenguaje verbal porque entonces no vamos a acabar nunca.

Sí, ya sé lo que está pensando: es que así somos los mexicanos, es que es parte de nuestra cultura, es que lo dicen los anunciante­s, es que lo dijo El Chicharito.

Perdón, pero así no somos todos los mexicanos. Y no, eso no es parte de nuestra cultura. ¡Todo lo contrario! Es parte de la ignorancia de muchos.

Defender el derecho de los groseros a decir majaderías a cuadro es tan aberrante como defender el derecho de los machos a golpear a las mujeres.

O nos corregimos todos, o nos corregimos todos.

Si lo dicen los anunciante­s, peor tantito. La conclusión es enferma: el que paga manda hasta en esto que invariable­mente termina por educar al pueblo de México.

Que paguen entonces sus anuncios los narcotrafi­cantes y secuestrad­ores, que paguen los tratantes de personas y los traficante­s de armas. ¿Sí entiende que esto no tiene justificac­ión?

En otros países, anunciante que saca groserías, anunciante que deja de ser consumido. Punto.

En México los anunciante­s y muchas otras instancias más han hecho de las vulgaridad­es una manifestac­ión de arrogancia, de prepotenci­a.

Entre más grosero eres, más vales, más destacas, más se te respeta. ¡No puede ser! Estamos creando una nación de ladies. Estamos creando una nación de lords.

Si El Chicharito no sabe hablar, pues pobre. Allá él, sus padres y sus maestros. Habrá que hablar con el señor porque este futbolista es poco menos que un héroe para millones de niños.

Y no sé usted, pero al menos yo no conozco héroes, en ninguna parte, que le enseñen a los niños a decir peladeces.

A esos personajes se les pide abiertamen­te que moderen su lenguaje o se les da la espalda, no se les festejan sus leperadas ni mucho menos se les da promoción como si se tratara de frases célebres.

Algo muy malo debe estar pasando en nuestros cerebros, en nuestra escala de valores, como para que los hombres y las mujeres que vivimos en este país estemos haciendo de las majaderías algo válido y deseable e inspirador.

Y si no me cree, vaya a Chicago, a Tokio o a la ciudad del extranjero que usted quiera y comiéncele a decir groserías a la gente a ver qué le responden.

No podemos ser ese país que decimos que queremos ser mientras nos estemos comunicado con base en vulgaridad­es.

La autoridad tiene que volver a tomar las riendas de esta situación o, de plano, aclarar si ahora así nos vamos a expresar en los medios tradiciona­les.

Y ni hablar de las estaciones de radio o de los canales de televisión.

Alguien tiene que poner orden a nivel ejecutivo, volver a castigar al que no se sepa expresar al aire, dar ejemplo de congruenci­a y voluntad. ¡Poner el ejemplo! ¿O usted qué opina?

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