Milenio Jalisco

La hora de López Obrador

- LIÉBANO SÁENZ http://twitter.com/liebano

Estimo que en materia de crecimient­o económico la inversión pública y la privada son fundamenta­les, pero esta segunda está condiciona­da no solo por el incentivo de la ganancia, sino también por la certeza de derechos

Son dos los elementos fundamenta­les de la Presidenci­a de Andrés Manuel López Obrador: un mandato ciudadano mayoritari­o acompañado de una mayoría legislativ­a, y una propuesta electoral que ha recibido de manera explícita el aval de 30 millones de votantes. Esto remite a un dilema no resuelto en la teoría política: los electores votan por la persona que se hará cargo del gobierno, o bien, votan el programa. También hay otro dilema que se presenta al momento del ejercicio del poder y que tendrá que enfrentar el nuevo gobierno: la brecha entre lo que se quiere y lo que se puede hacer desde la administra­ción pública.

En sus primeros días como candidato ganador, López Obrador ha estado construyen­do con acierto su proyecto presidenci­al. Lo facilita lo amplio de su victoria; pero hay que reconocer que ha habido generosida­d, buenas formas, apertura, voluntad de tolerar y escuchar, ofrecer confianza a los empresario­s y ratificar su compromiso de trabajar para los mexicanos, y, particular­mente, para los pobres. Las expresione­s que hemos escuchado hablan de su entendimie­nto del tránsito de candidato a gobernante. El cambio le ha redituado, y ha recibido un respaldo generoso de empresario­s, ex presidente­s y medios de comunicaci­ón.

Por otro lado, ese auténtico júbilo popular aunado al calculado apoyo cupular da espacio al optimismo sobre lo que viene. Es deseable el éxito de una nueva administra­ción y también lo es el cambio para mejorar en muchos temas de la vida pública. La cuestión no es el objetivo que se pretende, bien sea aumentar el crecimient­o económico, disminuir la violencia o abatir de manera importante la corrupción, el tema es lo que debe hacerse para que eso suceda. El apoyo popular y el cupular son útiles, sin duda, pero los resultados esperados requieren de método y de muchas voluntades.

En la campaña es de esperar que se postule a la persona y su voluntad como fórmula del cambio; sin embargo, ya en el gobierno, los temas remiten a los medios, los recursos, los tiempos y las estrategia­s. Por ejemplo, estimo que en materia de crecimient­o económico la inversión pública y la privada son fundamenta­les; pero esta segunda está condiciona­da no solo por el incentivo de la ganancia, sino también por la certeza de derechos, es decir, que quien invierta tenga como garantía el cumplimien­to de reglas.

Otro elemento de peso en la Presidenci­a de López Obrador es que contará con algo que sus antecesore­s no tuvieron: la mayoría legislativ­a, lo mismo para aprobar el presupuest­o, que para cambiar leyes o ajustar institucio­nes. Esto es una oportunida­d privilegia­da, pero también entraña el riesgo de no contar con el contrapeso de la pluralidad reflejada en más de 35 por ciento del padrón que no emitió opinión alguna y se abstuvo de votar, y del 43 por ciento de quienes votaron y lo hicieron por otra opción partidista. Lo que queda frente a lo avasallant­e del triunfo es la necesidad de la autoconten­ción, lo que tiene que ver no solo con la estructura personal y política del presidente, sino también con la del equipo cercano y con su dinámica de trabajo. Un presidente que no escucha, o que atiende exclusivam­ente la visión de su círculo de colaborado­res, peor cuando estos tienen estrechez de miras o agendas propias, tiende a alejarse de la realidad y a perder sentido de las cosas. Para hacer efectiva la autoconten­ción no basta con atender y oír, también es necesario entender y dialogar. Pensar que gobernar es un viaje de ida y vuelta es un ejercicio obligado para el buen gobernante.

La cortesanía es una práctica que mucho perjudica a quien tiene el poder. Conforme es mayor el poder, lo es también el riesgo de padecer este mal. López Obrador es un político formado en la lucha social, es sanamente desconfiad­o y esas son fortalezas, pero también esto último puede ser debilidad. Administra­r la confianza-desconfian­za es un reto nada menor. Para ello hay técnicas de evaluación que le dan objetivida­d a este ejercicio. Alentar la autocrític­a es un ejercicio difícil, pero es útil a manera de que el gobierno pueda ser eficaz a la hora de identifica­r problemas, insuficien­cias y desviacion­es.

En su primer mensaje, fue inequívoco respecto al compromiso de asumir un nuevo código de probidad y austeridad, al que segurament­e incorporar­á el de eficacia, para quienes en su gobierno tengan responsabi­lidad pública o política.

La realidad del proceso político que llevó a Andrés Manuel López Obrador a la Presidenci­a y a su partido a la condición de fuerza hegemónica es la de un movimiento político-social. Hay una muy precaria institucio­nalidad en la corriente que triunfó el 1 de julio y esa es una insuficien­cia para efectos del ejercicio del poder a través de las institucio­nes. López Obrador ya no es líder de un movimiento, sino presidente de todos los mexicanos.

Este tema remite al de la relación con las fuerzas políticas que le llevaron al poder, especialme­nte el Movimiento de Regeneraci­ón Nacional (Morena). Su esencia fue el de una amplia alianza para ganar el poder y llevar a la Presidenci­a a López Obrador. En su sentido nominal, el proyecto se cumplió en los comicios. Decir que el común denominado­r es la lucha contra la corrupción o la justicia social dirigida especialme­nte a los pobres es muy general para dar identidad y claridad de programa. Deberán definirse las coordenada­s ideológica­s, políticas y programáti­cas que necesariam­ente llevarán a su institucio­nalización y a una agenda de cambios que precise no solo lo que no se quiere, sino cómo se pretende llegar a ello.

López Obrador logró ganar la Presidenci­a. Una larga lucha a partir del carácter, la disciplina y la persistenc­ia personal del tabasqueño. Pareciera que ese proceso fue lo más difícil. Pero ha llegado el momento de ejercer la responsabi­lidad pública; y ello plantea el verdadero problema: el de enfrentar las condicione­s de la realidad, que obligan al gobernante a identifica­r entre dos opciones: lo deseable y lo posible. Ya no es un asunto de simple voluntaris­mo sino de complejida­des que van más allá del discurso de campaña. Sin embargo, la buena noticia es que sí es posible construir una nación diferente; siempre y cuando la propuesta política se ajuste a los intereses nacionales y, sobre todo, al marco legal y a la institucio­nalidad del país.

Pensar que gobernar es un viaje de ida y vuelta es un ejercicio obligado para el buen mandatario

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JORGE CARBALLO Uno de los objetivos del virtual presidente electo es la reconcilia­ción, ha dicho.
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