Milenio Jalisco

Reconcilia­ción, memoria y olvido

- www.sarapozos.mx

Sara S. Pozos Bravo L a sinrazón y el exceso han transgredi­do todos los límites -reales o imaginario­sque conocíamos. Azuzados por una convicción irracional y una dizque valentía creada por las redes sociales, cientos de mexicanos creen que la mejor forma de socializar sus ideas es agrediendo, denostando, criticando o mal informando a todos sus conocidos. En el contexto electoral que ha terminado, las campañas políticas que gustan de enlodar y ensuciar al oponente, son absorbidas por los seguidores partidista­s que llevan la batalla mediática a los terrenos de lo cotidiano y de la inmediatez del día a día, dejando un país completame­nte fragmentad­o, lesionado, con el pretexto para discutir –aún sin argumentos- a flor de piel. Los mexicanos debemos ser mejores que esto; debemos de mirar más arriba y dejar a un lado esta subcultura de la burla y la acusación sin fundamento­s para dar pie a la reconcilia­ción.

La reconcilia­ción requiere de dos variables para su consolidac­ión: de la memoria y del olvido. El olvido es el mejor antídoto para la reconcilia­ción pero aún aquí, algunos mexicanos nos equivocamo­s. Elegimos entre no olvidar y no perdonar, entre señalar e insistir en señalar, entre presionar en la llaga para que siga doliendo. La sensación de recordar algo que se convierta en razón para actuar se convierte en memoria. Y ahí, nuevamente, algunos nos equivocamo­s porque elegimos olvidar lo que debemos recordar, y recordamos lo que debemos olvidar. Una a una, las microhisto­rias de nuestras decisiones nos llevan a construir los episodios de nuestra y, en retrospect­iva, parece que nos equivocamo­s reiteradam­ente.

La “catarsis colectiva” –en palabras de Ramón de la Fuenteque se vivió en la elección del domingo pasado, nos deja mucho aprendizaj­e. Por un lado, nos sorprende la urgente –y legítima- necesidad de los ciudadanos por ejercer su voto con la firme esperanza que, por fin, las cosas cambien para bien. A la par, las nefastas prácticas de compra de votos y guerra sucia parecen que se perpetuara­n como parte del sistema político en nuestro país. Y, finalmente, la hipótesis que plantea el fin de los partidos políticos, parece estar cada vez más cerca de convertirs­e en realidad. En este contexto, los mexicanos debemos aprender olvidar lo que nos daña y a recordar lo que formará parte de la memoria colectiva; debemos de vivir más allá de las campañas políticas y entender que no vale la pena destrozarn­os por políticos y partidos. Nada daña más al país que la enfermedad del fanatismo político y la estigmatiz­ación que hacemos del otro.

En el ejercicio de nuestros derechos, hicimos lo que teníamos que hacer pero solo el tiempo dirá si nos equivocamo­s nuevamente o, si por el contrario, finalmente acertamos. Evidenteme­nte, el cambio de las estructura­s y los sistemas conllevan tiempo y mucha voluntad, así que si queremos avanzar como país debemos de crecer como ciudadanos, dejar nuestras justificac­iones a un lado y contribuir, desde nuestras esferas de acción, a construir un país en el que todos, sin distinción alguna, tengamos los mismos derechos.

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