Milenio Jalisco

Bergman, el cineasta de los tormentos humanos

- AFP/Estocolmo

esde que vivo en Guadalajar­a y me siento ciudadano mexicano, me sorprenden dos cosas en este bendito país que espero que cambien con el tiempo. Una es la gasolina, de la que no hablaré, pero no entiendo que un país productor de petróleo venda el litro de combustibl­e casi al mismo precio que en España, donde hay que importarla. Es insólito. Pero lo que me sulfura es el agua. Hablemos de poesía. Los poetas han poetizado sobre el agua, que es la vida, hasta límites insospecha­dos. Por ejemplo, la chilena Gabriela Mistral escribió: “Quiero volver a tierras niñas; / llévenme a un blando país de aguas. / En grandes pastos envejezca / y haga al río fábula y fábula. / Tenga una fuente por mi madre / y en la siesta salga a buscarla, / y en jarras baje de una peña / un agua dulce, aguda y áspera”.

¿Dónde está esa agua dulce que baja de una peña y puede beberse. ¿Qué nos ofrecen las empresas de muchas ciudades? Agua envenenada, que huele mal y no sirve ni para lavarse el cuerpo. Pero el precio es alto y de repente alguien se equivoca en su burocracia y recibes una factura de 6,000 pesos y dicen que no hay avería, que habrás dejado un grifo abierto. Al atropello de la calidad de un agua pútrida que se paga a precio de oro, le sigue el desmán y el robo descarado.

Sigamos con la literatura. Octavio Paz escribió su poema “Viento, agua, piedra”: “El agua horada la piedra, / el viento dispersa el agua, / la piedra detiene al viento. / Agua, viento, piedra. / El viento esculpe/ el viento dispersa el agua, / la piedra detiene al viento. / Agua, viento, piedra. / El viento esculpe la piedra, / la piedra es copa del agua, / el agua escapa y es viento. / Piedra, viento, agua. / El viento en sus giros canta, / el agua al andar murmura, / la piedra inmóvil se calla”. Cuánta belleza dedicada al agua, convertida en cicuta que mata, enferma de azogue, donde los minerales atacan al organismo humano. Prohibido beberla bajo pena de muerte, aunque si no la pagas te la cortan y mueres de todos modos. Hay negocio de garrafones, de aguas maravillos­as embotellad­as que vienen de Estados Unidos y se pagan a precio de oro. ¿México no tiene manantiale­s, pregunta un ignorante extranjero? ¿México no sabe embotellar el agua?

Sigamos con otro poeta que en estos días se celebra su centenario: Alí Chumacero, un genio de la lírica que dejó escrito en su poema “Espejo y agua” lo siguiente: Si al agua miras, mira / mi corazón ornado de sepulcros / bajo las olas que lo mueven, / crecido entre las ruinas de tu nombre, / entre perderse en muerte o florecer / como una eterna espera o el lamento / de un Adán impasible que soñaba / contigo y tu mentido Paraíso. / Porque al mirarte contra el agua, miras /mi pensamient­o en tu alma suspendido”. O Jaime Sabines, también dejó escrito: “Es la sombra del agua / y el eco de un suspiro, / rastro de una mirada, / memoria de una ausencia, / desnudo de mujer detrás de un vidrio”.

El agua es magia, vida, esencia y los estados del mundo tienen la obligación moral de ofrecerla limpia del grifo y ésa que sea la única que no pueda hacer enfermar a nadie al beberla. Si el agua no puede beberse de la llave, la empresa que la administra no puede cobrarla. Y menos aún estafar a los usuarios, pues das mucho dinero a cambio de agua sucia que apenas sirve para regar las plantas.

Nacido en 1918 en Uppsala, Suecia, llegó a ser considerad­o por Woody Allen como mejor director en la historia del séptimo arte

Hace un siglo, un 14 de julio, nació Ingmar Bergman, el célebre cineasta sueco cuya obra, a menudo de difícil comprensió­n pero muy celebrada por sus colegas, sigue fascinando a los cinéfilos.

Nacido en 1918 en Uppsala, al norte de Estocolmo, este hijo de pastor luterano dirigió cerca de 60 filmes entre 1946 y 2003, entre los que destacan Gritos y susurros (1972), Escenas de la vida conyugal (1974), Sonata de otoño (1978) y Fanny y Alexander (1982), su obra-testamento.

A 11 años de su muerte —ocurrida a los 89 años en su casa de Fårö, una isla del mar Báltico donde rodó la inquietant­e Persona— sigue siendo el pintor de los tormentos, de los fantasmas, de la locura y de las andanzas conyugales. Como en un espejo, con Bergman, Eros y Tánatos siguen siendo víctimas el uno del otro. “La parte central de nuestra educación se basaba en los principios del pecado, de la confesión, del castigo, de la redención y del perdón”, escribió en su autobiogra­fía Linterna mágica.

De Crisis a Saraband, su última película, el maestro de la imagen, que adoraba a las mujeres y aborrecía la muerte y las filmaba magistralm­ente, esculpió una metafísica de las tensiones humanas en la que Dios era tan poderoso como ausente, por lo que dejaba solas en el mundo a las conciencia­s dolorosas. “Ingmar echaba mano enormement­e de sus propias experienci­as, de su pasado. De alguna manera, se quedó en sus 10 años”, explica Anna Bergman, hijastra y encargada del vestuario del director.

En los años 50, Bergman empezó a conquistar el extranjero, cuyo público sucumbió al “exotismo escandinav­o” con su lengua bárbara, sus jóvenes mujeres liberadas, sus paisajes salvajes y una representa­ción “natural” del desnudo que asombró y causó escándalo. “A menudo en el extranjero se le asocia con sus filmes sombríos, en blanco y negro, con un ritmo lento y los primeros planos, pero eso no es más que una parte de la verdad. En Suecia, el favorito es Fanny y Alexander”, obra de la infancia y que cada Navidad se emite en la televisión sueca, recuerda Anna.

Pero nunca fue profeta en su tierra: “Su carrera coincidió con el desarrollo del Estado-providenci­a sueco. El país conoció un auge político, social y económico excepciona­l durante los años 40, 50 y 60. Sin embargo, tenemos a este director, que nos recuerda que también podemos sentir angustia, que podemos divorciarn­os o tener relaciones difíciles con nuestros padres, que Dios nos falta. En aquel momento no teníamos ganas de oír eso”, señala Jan Holmberg, director de la Fundación Bergman.

Bergman alternaba las composicio­nes simbolista­s (El séptimo sello) y más clásicas (Un verano con Mónica, Secretos del matrimonio, Sonata de otoño, Gritos y susurros, y Fanny y Alexander), con experienci­as inclasific­ables como Persona, una de las obras maestras del cine. También dirigió decenas de puestas en escena, adaptando a Molière, Shakespear­e, Ibsen y Strindberg. De 1963 a 1966 dirigió el Teatro Dramático Real de Estocolmo.

Procedente del mundo del cine, aunó este arte con la música, de la que decía que no sabía nada, en La flauta mágica en 1975, la alegre ópera de Mozart.

Considerad­o por Woody Allen como el “mejor director” de la historia del cine, Bergman consiguió tres premios Óscar al mejor filme de habla no inglesa: en 1960 por El manantial de la doncella, al año siguiente por Como en un espejo y en 1983 por Fanny y Alexander. Cannes le homenajeó tardíament­e, en 1997, al otorgarle la Palma de las Palmas. Es el único cineasta hasta la fecha que tiene ese galardón.

También él tenía sus modelos: “Cuando el filme no es un documento, es sueño. Y por eso Tarkovski es el más grande de todos”, declaró, y añadió: “Fellini, Kurosawa y Buñuel navegan en las mismas aguas que él”.

Dio sus mejores papeles a actrices como Harriett Andersson y la noruega Liv Ullman, su Stradivari­us. Tuvo aventuras amorosas con varias actrices, se casó cinco veces y tuvo nueve hijos.

“Echaba mano de sus propias experienci­as, se quedó en sus 10 años”, asegura su hijastra Dio los mejores papeles a actrices como Harriett Andersson y Liv Ullman, a la que llamó Stradivari­us

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