La historia cultural, para comprender el presente
Ya han transcurrido casi 25 años desde que Antonio Saborit escuchó del historiador italiano Ruggiero Romano la polémica entre el Virrey Revilla Gigedo y José Antonio de Alzate, alrededor de un censo que se había preparado a fines del siglo XVIII. “Acababa de concluir el mecanuscrito de Los doblados de Tomóchic y no conocía la polémica, pero logró interesarme de inmediato en ella; dos días después fui al archivo, ahí estaba: la leí, transcribí toda la polémica, alrededor de 140 cuartillas de una correspondencia privada entre los dos en torno al padrón de población de la Ciudad de México en 1790, hecho público en 1791, lo que desata la polémica. “El que Revilla Gigedo publicara un concentrado de la información relativa a la Ciudad de México provocó la preocupación, la ira, el enojo, la sorpresa de Alzate y se lo dice al virrey: ‘es que esto ya está impreso y de aquí a 200 años la gente va a creer que esto es verdad y no lo es’, e impugna los resultados que están escritos ahí”, recuerda el actual director del Museo Nacional de Antropología.
A partir de esta información, Saborit se dio a la tarea de deslizarse hacia el final del siglo XVIII, a fin de conocer la atmósfera cultural en la capital de la Nueva España, en tanto que tenía la impresión de que ahí se gestaban muchos de los patrones de comportamiento, muchos de los perfiles biográficos de los escritores del siglo XIX, lo que dio como resultado el libro El virrey y el capellán. Revilla Gigedo, Alzate y el censo de 1790 (Cal y Arena, 2018). “No nos debe extrañar que los hombres de letras del XIX hayan sido soldados, biólogos, historiadores, poetas, legisladores, memoriosos… en tanto que ese perfil proviene del siglo XVIII: Alzate es un sujeto al que apasiona por igual la cartografía, que la biología, la historia, la poesía, las antigüedades o los fenómenos astronómicos. Se trata del recuento de la polémica en que se trabó el virrey Revilla Gigedo con el editor de La Gazeta de Literatura de México, José Antonio de Alzate, quien tuvo la osadía de cuestionar y, desde su revista, “hacer pedazos el resultado del padrón de población de la capital de la Nueva España”, publicado en 1791. “Lo que tenemos ahí es al Estado contando por vez primera, midiéndose, en una acepción moderna, pero la población de la Nueva España reacciona como de manera tradicional se hace frente a un padrón: mintiendo, escamoteando información, con recelo y suspicacia… en tanto la mayor parte de los padrones habían sido con fines bélicos, con el propósito de conocer cuántos hombres aptos hay para la guerra.”
Quienes han trabajado esta polémica han sido los historiadores interesados en la demografía y al final se preguntan quién tuvo razón, pero sin demérito de la pregunta o de la respuesta que merece, para Antonio Saborit mucho más interesante es que se haya dado la discusión, porque permite asomarnos al mundo de la Ciudad de México al final del siglo XVIII.
Bajo esa perspectiva, lo que ofrece Saborit con El virrey y el capellán es un pedazo de la historia de nuestro país que aún dice mucho a la sociedad contemporánea.