Se acabó la miel
Una multa millonaria por desvíos a elecciones, una secretaria de estado que tiene colmillos de elefante en la sala de su casa, un enviado que miente sobre contactos diplomáticos y otro que lo hizo con sus enlaces con la guerrilla y, además, la polémica sobre el plan de rebajas de salarios a un sector de la burocracia.
Cinco grandes dislates que en el sexenio de Enrique Peña hubieran llenado no solo las primeras planas de los periódicos militantes, sino se convertirían en materia prima de mineros y columnistas, material de ataque para analistas y, por supuesto, balas para la incisiva artillería de las redes sociales.
Pero, todo esto, fue solo en la semana dos tras el triunfo de Andrés Manuel López Obrador.
Cierto, la mayoría de los dislates son de su equipo y no de él directamente que, de hecho, se fue de vacaciones. Pero la rapidez y la necesidad de brillar de algunos de ellos los ha llevado a situaciones no solo curiosas, sino incluso reprobables.
De ello ya han hablado analistas en este diario, mi tema es otro: los fanáticos.
Acostumbrados a ser beligerantes siendo minoría, muchos de los simpatizantes del gobierno entrante no saben controlar las formas al enfrentar la crítica hacia los errores. De hecho, muchos yerran desde la ignorancia del tema o la trayectoria de los críticos y periodistas que señalan conductas a corregir antes de que comience el ejercicio de gobierno
¿Por qué antes? Porque, desde ya, se actúa como si se tuviera ya dicho poder. La legitimidad que López Obrador ganó en las urnas se dilapida por sus seguidores y equipo con exabruptos y actitudes que preocupan.
La sociedad votó por el cambio pero ese voto no debe de considerarse como un cheque en blanco para cometer cuanto error se quiera. Al contrario, Andrés Manuel y allegados más cercanos saben que este periodo marca los derroteros de los años por venir. Vicente Fox dilapidó todo su bono democrático en ocurrencias que iban desde los head hunters que le ayudarían a formar su gabinete hasta el trato diplomático con mandatarios y figuras internacionales para terminar, claro, con el Águila Mocha y las compras de toallas escandalosas de Los Pinos. Minucias que terminaron con la posibilidad de maniobra en el congreso y que, además, contrataban con la mesura y tenacidad del recién estrenado AMLO como Jefe de Gobierno.
Nadie escarmienta en cabeza ajena, pero repetir la historia como comedia no es el final que se quiere para la cuarta transformación por parte del candidato ganador.
A menos de un mes del triunfo, gran momento para recordar cuál fue la gasolina del mismo y su uso: para alimentar el motor...no para incendiar el campo.