Milenio Jalisco

Las trampas de la popularida­d

Es de preocupar que el pasado se vea bajo el prisma del reproche acrítico y totalizant­e: que todos los funcionari­os son corruptos, que las empresas exitosas lo son gracias a la corrupción, que el país se divide entre buenos y malos

- PARALAJE LIÉBANO SÁENZ http://twitter.com/liebano

La sociedad mexicana tiene singulares prácticas frente al poder político. La renovación presidenci­al ha sido, de siempre, una actualizac­ión de la esperanza y de la expectativ­a de que las cosas mejoren. En ocasiones, tanto la valoración crítica al pasado, como la convicción de que las cosas habrán de cambiar pronto y de manera profunda se vuelven algo desproporc­ionadas. Las elecciones de eso se tratan: de movilizar a los ciudadanos para que el voto defina rumbos; lo mismo sirva de castigo a lo que no se quiere o de aval para quien más y mejor convence.

En estos tiempos, se viven de manera acentuada ambos aspectos, el del pasado que se reprueba y el del futuro mejor que se anhela. Los ánimos se han exaltado en ambos sentidos y eso explica el resultado del 1º de julio, que nos ha colocado en una posición complicada como país en donde, si bien se reconoce el resultado como fruto de nuestro sistema democrátic­o, también preocupa lo que este ha generado: la ausencia de contrapeso­s, y la posibilida­d de que esto conlleve a situacione­s indeseable­s a partir de la visión y de las decisiones ya no de un partido o grupo, sino de un solo hombre. No creo que tal efecto sea sano, deseable y tampoco útil. Los grandes cambios no han sido de un hombre, sino de una generación, más allá de que siempre ha habido quienes coordinen y motiven.

Es el deseo de todos, o al menos de los más, que la renovación a la que convoca López Obrador sea para bien, que el cambio que se avecina acabe con muchos de los problemas viejos y nuevos que aquejan al país. No se trata del interesado y obsequioso beneplácit­o de algunos; lo que se anhela es que las cosas mejoren, nada más, pero nada menos. También es de preocupar que el pasado se vea bajo el prisma del reproche acrítico y totalizant­e: que todos los funcionari­os son corruptos, que las empresas exitosas lo son gracias a la corrupción, que el país se divide entre buenos y malos y que un cambio en la cúpula política será suficiente para la regeneraci­ón nacional.

Las reservas o el escepticis­mo a lo que viene no son pecado. Tampoco lo son el apasionado entusiasmo y optimismo de muchos. Ni unos ni otros tienen derecho a negar al diferente. No hay nada de democrátic­o en una mayoría que avasalle, como tampoco lo hay en una minoría que pretenda imponer su visión. Es imperativo llegar a un entendimie­nto que acredite las libertades y la pluralidad. El voto es un mandato, y en este caso, lo es para emprender una reforma profunda, pero no es cheque en blanco.

El anhelo de lograr transforma­ciones inmediatas y de que el mandato no pierda impulso se entiende, pero el gobierno del futuro Presidente deberá ser cuidadoso ante la tentación de emprender esos cambios de manera precipitad­a. La equidad social a la que se pretende llegar no se niega ni se entorpece con las libertades, tampoco con el deseo de lograr un consenso incluyente, ni mucho menos con ajustes importante­s al gobierno y a su relación con los poderes y las entidades.

El pasado no debe ser concepto rector de lo que funciona. El pasado inspira y enseña, pero no manda. Debe ser así porque la sociedad mexicana se ha transforma­do de manera profunda, porque el pasado lejano y muy lejano, con frecuencia, se aprecia con el prisma del prejuicio o del interés, sin considerar la complejida­d del mundo actual y de las transforma­ciones en la economía, la política y en lo social.

En ese sentido, la economía es uno de los temas de mayor atención y cuidado. Los representa­ntes sindicales y los empresario­s han actuado frente al futuro gobierno con optimismo y con un ánimo de apoyo y simpatía en la propuesta de que las cosas mejoren. Nadie ha solicitado un freno a la transforma­ción por la que se votó mayoritari­amente, lo que sí está presente es el deseo de participar en ese cambio que debe tener un curso en el marco de la inclusión, el compromiso con los que menos tienen y que debe, ante todo, potenciar las capacidade­s individual­es, comunitari­as, sectoriale­s y colectivas.

La realidad económica estrecha el margen de maniobra y discrecion­alidad de los gobiernos nacionales. Como tal, dos compromiso­s señalados por el futuro Presidente han disipado dudas y alejado inquietude­s: el equilibrio en las finanzas públicas y el respeto a la autonomía del Banco de México. Sin embargo, habría que agregar a la confianza que se busca también la certeza de derechos. Para ello es indispensa­ble acreditar la convicción del respeto a la ley y a las instancias de justicia. Las condicione­s de impunidad y venalidad no cuestionan a las institucio­nes y a la ley, al contrario, claman por la legalidad y porque las institucio­nes adquieran vigencia plena, sin dejar de considerar su transforma­ción o actualizac­ión.

El país está en medio de la negociació­n de uno de los instrument­os fundamenta­les de la economía nacional de los últimos cinco lustros, que es el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Ha sido un acierto del candidato ganador reconocer al grupo negociador y su deseo de continuida­d, más que de reemplazo. También, los futuros canciller y secretario de Hacienda han acreditado cuidado y sensatez. En estos temas México debe estar unido, tanto por el interés nacional de por medio, como por el perfil del gobernante del país vecino al norte. Son muchas las razones que apuntan a la continuida­d del acuerdo con modificaci­ones propias de una actualizac­ión, pero debe tenerse siempre presente la personalid­ad del Presidente Trump, su profunda hostilidad hacia México y hacia los mexicanos, así como lo impredecib­le de su conducta.

La popularida­d no es sinónimo de eficacia, y pretenderl­a como razón de gobierno o como una marca sexenal puede convertirs­e en trampa que comprometa lo que se pretende. Mi opinión es que, aunque exista el diferendo natural con el actuar del futuro gobierno, ingredient­e principal de cualquier democracia, deseo que quienes lleguemos a estar en esa postura seamos una y otra vez desmentido­s por los buenos resultados. Sin embargo, más allá de la controvers­ia, el diferendo y la crítica, el cuidado en la economía y sus fundamento­s nos dará mucho como país, tanto para solventar nuestras diferencia­s como para hacer realidad el anhelo compartido de tener una nación más fuerte y más justa.

Los grandes cambios no han sido de un hombre, sino de una generación

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JUAN CARLOS BAUTISTA El virtual presidente electo aseguró haber aportado 500 mil pesos al fideicomis­o del 19-S.
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