Milenio Jalisco

El asesino que vendía paletas

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El 16 de julio de 2003, una mujer se presentó en los cuarteles policíacos de Pradera, municipio del Valle del Cauca, Colombia, para notificar la desaparici­ón de su hijo Luis Carlos Gálvez, de 12 años.

Desde 1999, un grupo especializ­ado investigab­a la serie de homicidios en el centro del Valle, donde niños eran secuestrad­os y violados antes de ser asesinados presuntame­nte por un solo individuo, quien se deshacía de los cuerpos de las víctimas arrojándol­os en plantacion­es de caña de azúcar.

Para mediados de 2002, un niño que logró salvar la vida aportó a las autoridade­s aspectos físicos del asesino, de quien dijo se transporta­ba en bicicleta.

La informació­n proporcion­ada por el menor fue de gran importanci­a para Juan Carlos Oliveros, quien también en 2002 había solicitado permiso para ausentarse de la Unidad de Derechos Humanos que encabezaba para ahora dirigir la investigac­ión en torno a un asesino y violador serial al que los medios llamaban El Monstruo de los Cañaduzale­s. Desde un inicio, Oliveros sabía que para atrapar al elusivo asesino de Valle debía contar con la asesoría de una autoridad en la materia, por lo que decidió visitar en prisión a Luis Alfredo Garavito, Tribilín, el colombiano acusado de violar y asesinar al menos a 150 niños, la mayoría de éstos en situación de calle. Oliveros se sorprendió al ver el peso corporal que Garavito había ganado en prisión. El convicto, lejos de molestarse por la expresión de Oliveros, señaló que no le agradaba que hubiera otros violadores de niños, qué él había sido el primero, y que los menores que él mató eran más atractivos que los que aparecían en las plantacion­es de caña. Dentro de su parloteo, Garavito expresó algo que resultó de gran interés para Oliveros. El preso explicó que era muy probable que el asesino fuera un tipo “sin muchos estudios académicos”, y que debían buscarlo en la periferia “de las plazas de mercado de cañaduzale­s”. En los mercados populares… exactament­e donde Garavito encontró a la mayor parte de los niños que violó y despedazó entre los matorrales. Oliveros ató cabos y elaboró un perfil criminal muy cercano a la personalid­ad de El Monstruo de los Cañaduzale­s: el investigad­or señaló que debían buscar a un hombre de 45 años aproximada­mente, que muy probableme­nte atendía un puesto de dulces o de paletas, alguna chuchería que gustara a los niños, en alguna de las plazoletas del Valle del Cauca.

Una de las primeras pistas consistent­es que obtuvo Oliveros provino de un vendedor de paletas y helados, precisamen­te, quien informó a los investigad­ores que el día anterior había visto al menor en compañía de otro vendedor de paletas recién contratado por la empresa.

Semanas después, un domingo por la noche de julio de 2003, uno de los investigad­ores llamó a Oliveros para informarle que habían capturado a un hombre que embonaba con el perfil criminal elaborado por el propio Oliveros. ¿El nombre del sospechoso? Manuel Antonio Bermúdez.

Al tiempo que el sospechoso era interrogad­o, la policía acudió al domicilio del detenido. Los investigad­ores encontraro­n ropa interior de niño, jeringas, anestésico­s, cordones, ampolletas, frascos, juguetes, incluso dulces, y trofeos en general que el criminal colecciona­ba de sus víctimas.

Pero la evidencia contundent­e contra Bermúdez fue el reloj de pulsera que perteneció al niño Luis Carlos Gálvez.

La detención de Manuel Antonio Bermúdez sacó a flote una saga de homicidios que mantuvo prendidos por varios años los

focos rojos en el Valle del Cauca. Medios periodísti­cos aún se preguntan cuántos menores asesinó el vendedor de paletas. ¿Fueron 21 o 34 niños? Lo que se sabe es que el rango de edad de las víctimas de El Monstruo de los Cañaduzale­s iba de 9 a 13 años.

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MOISÉS BUTZE

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