Milenio Jalisco

El desorden alimentici­o de Winnie Pooh

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or supuesto que no estoy descubrien­do esto ahora. Creo que lo hice, de manera consciente el día que un cruel maestro me hizo leer Psicoanáli­sis de los cuentos de hadas de Bruno Bettelheim y me gustó. Eso puede ser un desorden en sí, pero como ahora todo mundo anda enloquecid­o nuevamente con “el osito lleno de algodón, relleno”, gracias a la película de Christophe­r Robin, me descubro teniendo esa discusión cíclica con mis compañeros y amigos respecto a los desórdenes mentales, que cada personaje de la historia general que todos conocemos del animalito de juguete tan obsesionad­o con la miel que literalmen­te no podía salir de su hoyo (bueno, del hoyo de conejo que en efecto era una madriguera, pero la metáfora se sostiene).

Debo haber escuchado el disco en español de Disney miles y miles de veces antes de dormir cuando era pequeña, y recuerdo que la canción principal remataba sus párrafos con, “pero el mejor es Winnie Pooh”. Siempre me pregunté ¿por qué sería él el mejor? Y recuerdo que ahí tuve una de las primeras lecciones que me dio mi padre sobre estructura y narrativa. Me dijo (disculpen si las palabras no son las exactas que me dijo, han pasado como cuatro décadas. Pero nunca lo olvidé) esto: “Es la forma del autor de esta versión en particular, que por cierto no es la original, de justificar de una manera un poco infantil, a mi parecer, y a la vez explicar como de toda esta fauna de peluche ha elegido a este compadre en particular para hacerlo protagonis­ta. Hay muchas historias sobre Christophe­r Robin, no es que Winnie Pooh sea el mejor realmente, solo nos estamos enfocando en él”.

Años después, cuando yo batallaba contra los mismos desordenes que el osito gordinflón, le pregunté a mi terapeuta si era posible que después de haber visto y escuchado tanto esa versión de la historia estaba imitando el comportami­ento del personaje porque quería ser la protagonis­ta. Estoy segura que el “no mames” entre carcajadas me lo imaginé, así no me hablaba mi terapeuta, pero sin duda me lo gané. La verdad es que de niña era mucho más apegada a la hiperactiv­idad de Tigger que a la glotonería de Pooh. Y creo que por eso nos divierte tanto descubrir esto una y otra vez como adultos, nos vemos reflejados a mayor o menor manera en los desórdenes mentales tan bien elaborados de estos personajes. Y de ahí aprendemos. Aquí me dicen que le doy demasiadas vueltas. Que los niños no lo ven así. Y tienen razón. La pregunta es que aprendemos de estos clásicos y de que nos damos cuenta al respecto como adultos. Si por mis hábitos alimentici­os alguna vez no podía salir del hoyo (ahora sí metafórica­mente) tengo una figura que me lleva a otros, de preferenci­a mejores tiempos, para mostrarme que si se puede.

Y ante todo. En un universo que ocurre (o no, eso no lo discutiré por ahora) en la cabeza de alguien que ha sido acusado de mostrar síntomas de esquizofre­nia como Christophe­r Robin, es maravillos­o tener la noción clara de que no tienes que ser ni remotament­e perfecto para ser amado, tener amigos y saber que habrá quien jale y empuje y sí, también se queje y sufra en el camino, hasta que salgas del hoyo.

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REUTERS
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