Milenio Jalisco

La muerte del PRD

- ESTEBAN ILLADES Twitter: @esteban_is o Facebook: /illadesest­eban

Araíz del tsunami que fue Morena, mucho se ha ocupado la prensa —con necesaria razón— en discutir qué es y qué hará. También se ha ocupado de la debacle de los otros dos grandes partidos: el PRI, cuya bancada en el Senado es lo suficiente­mente chica como para caber en una selfie, y el PAN, que en su consejo nacional del fin de semana pasado mostró seguir estupefact­o ante tan pobre resultado electoral.

Pero poco se ha hablado de la vergüenza que pasó ese día y que sigue experiment­ando hasta hoy el PRD. El principal partido de izquierda de las últimas dos décadas es, y lleva siendo por años, un cascarón sin identidad, sin militantes, sin política: es un Partido Verde cualquiera.

La crisis del PRD inició pasada la elección presidenci­al de 2012, en la que el divorcio entre quienes aportaban el dinero —los así llamados Chuchos— y quien aportaba los votos y la agenda —Andrés Manuel López Obrador— se finalizó tras la derrota de este último.

Desde ese entonces los Chuchos se quedaron solos, y manejaron lo que quedó más como un coto de poder que como una representa­ción política de la ciudadanía de izquierda. Prueba de ello es que su única estrategia política —o la única que les rindió algo de votos y otorgó algunas posiciones— fue aliarse con la derecha: con tal de mantenerse relevantes en la negociació­n del poder político —y del dinero— traicionar­on sus ideales y abandonaro­n a sus votantes.

Hoy el PRD no está en crisis. Hoy el PRD simplement­e no existe. Muestra de ello es que su flamante coordinado­r en el Senado —de una bancada que literalmen­te puede contarse con los dedos de las manos— es alguien que ni militante es. Es alguien que fue postulado por otro partido, uno que en teoría es de ideología opuesta: el PAN. Y es alguien que les entregó los peores resultados electorale­s de toda su historia en la capital del país.

Al darle el control de su bancada a Miguel Ángel Mancera, el PRD comprueba que el único responsabl­e de su muerte es él mismo. Por eso es que nadie lo llora.

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