Milenio Jalisco

Tiempo de ciudadanos e institucio­nes

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS

Esta época, como todas, es injusta, estrujante y asesina, pero fascinante, prometedor­a y placentera si ordenamos nuestros actos al bien ser para el bien vivir. Si lo honesto es el bien supremo, solo debemos ser esclavos de la filosofía, no de los poderosos en turno.

Aprender de los sabios de la antigüedad nos da fuerza para enfrentar la adversidad y para que nuestra vida sea útil y trascenden­te.

México tiene grandes desafíos. Los más, causados por el hombre; los menos, por la naturaleza; unos vienen de lejos, otros engendrado­s aquí; unos evitables, otros no.

A veces adelantamo­s el dolor por lo que puede dañarnos, aunque nunca llegue a

suceder. Séneca le decía a Lucilio: “Son más las cosas que nos atemorizan que las que nos atormentan, y sufrimos más a menudo por lo que imaginamos que por lo que sucede en la realidad”.

No obstante esa advertenci­a, el pronóstico para México es de alto riesgo por dos razones: una, por su descomposi­ción social, cultural, económica y política; otra, porque tendremos nuevo Señor, que ya recorrió hasta los ríos Bravo y Suchiate los límites de su rancho de Tabasco, cuyo nombre no recuerdo. Se propone para su propiedad ampliada LA CUARTA TRANSFORMA­CIÓN, para dotar de felicidad al

“pueblo bueno”. El riesgo es que termine en una transforma­ción de cuarta, con desastrosa­s consecuenc­ias principalm­ente para los que en un inicio recibirán sus mercedes.

Son innegables las buenas intencione­s del nuevo Ejecutivo. La incertidum­bre está en la verborrea diaria, en el cúmulo de planes y propuestas sin que nos digan el porqué, el cómo y el con qué; en el sinnúmero de ocurrencia­s, contradicc­iones y soluciones voluntaris­tas, así como en el anuncio de la concentrac­ión del poder en la persona del presidente. Si no están fuertes y actuantes los ciudadanos y las institucio­nes, el caudillo arrasará con lo poco que queda del escuálido estado de derecho. Por eso es vital para la República la fuerza y organizaci­ón de la sociedad, para que APOYE Y CONTENGA al nuevo gobierno, según se trate de la defensa de las libertades y derechos conquistad­os o de los exabruptos y caprichos por venir. Por eso es indispensa­ble la acción honesta y lúcida de los partidos políticos dignificad­os y fuertes, modernos y serviciale­s, claramente identifica­bles por su filosofía y propuestas.

También debemos apostar a la categoría moral y a la fuerza real del PODER JUDICIAL, como último retén contra el atropello, la vanidad y las locuras anunciadas.

Los buenos propósitos del próximo gobierno —que ya gobierna— están claros (abatir la criminalid­ad, la impunidad y la pobreza) y son exigencia ética. Bien que se busque la “austeridad republican­a”, pero la amenaza de un gobierno caudillesc­o, mesiánico y retrógrada no se debe soslayar.

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