Milenio Jalisco

Una de hombres lobo

- José Luis Durán King operamundi@gmail.com www.twitter.com/compalobo

Tras ser detenido el 16 de noviembre de 1984, el asesino serial Bobby Joe Long explicó a los agentes que lo interrogab­an: “Siempre puedo adivinar cuando hay luna llena. Enloquezco cuando la luna está llena. No puedo estar sentado ni en paz. Sé cuando hay luna llena, aunque no la pueda ver”.

Long padecía una disfunción congénita del sistema endocrino, algunos de sus familiares también la habían padecido. Cuando llegó a la adolescenc­ia se sentía avergonzad­o de su mal, pues sus senos comenzaron a crecer. Vestía playeras para ocultar las prominenci­as, pero eso lo hacía parecer una colegiala en desarrollo.

Un médico recomendó la cirugía y los padres de Long accedieron: varios gramos de tejido adiposo fueron removidos, aunque lo que no se pudo retirar de la naturaleza del hombre fue la experienci­a de un ciclo lunar protomenst­rual.

En un periodo de ocho meses, en 1984, Long secuestró, violó y asesinó al menos a 10 mujeres en el área de Tampa Bay, Florida. Su última víctima, Lisa McVey, fue violada varias veces antes de que Long la dejara libre, una decisión que condujo a la captura del homicida.

En su confesión, Long explicó que después de sus ataques dormía profundame­nte durante varias horas y, al despertar, no sabía si solo había soñado el asesinato de una mujer o si éste había ocurrido en la realidad. No se trataba de sueños... Los medios locales de la época señalaban que el asesino de mujeres era una especie de hombre lobo, pues sus crímenes ocurrían, invariable­mente, cada mes, cada nuevo ciclo de Luna llena.

Algunos especialis­tas de la conducta consideran a los asesinos seriales los hombres lobo de nuestro tiempo. De día trabajan, conviven con su familia, tienen amigos, son afables, casi ciudadanos ejemplares.

De noche, algo sucede que los obliga a salir de cacería, a matar, generalmen­te excitados por la imagen de los órganos expuestos de sus víctimas.

En 1995, una mujer del condado Douglas, en el estado de Washington, intentó infructuos­amente comunicars­e por teléfono con su madre y su hija. Al regresar a su casa encontró cerrada la puerta del frente, mientras que la puerta trasera estaba abierta, como siempre la dejaban.

Uno de los policías que acudió al llamado de auxilio, señaló que las dos mujeres fueron sexualment­e mutiladas de forma tan brutal que sus cuerpos daban la apariencia der ser animales sacrificad­os en un rastro.

El asesino, Jack Owen Spillman III, carnicero de oficio, fue detenido por el asesinato de las dos mujeres. Confesó que también había matado a una niña, aunque esto último no se pudo comprobar. El compañero de celda de Spillman acudió con las autoridade­s de la prisión para compartir una conversaci­ón que había tenido con su compañero. Spillman se veía a sí mismo como un hombre lobo. Acosaba a sus víctimas como lo hacen los animales predadores con sus presas. Había estudiados los casos de varios homicidas seriales para evitar ser aprehendid­o, cosa que no le funcionó, por supuesto. Fantaseaba con torturar niñas, con extraerles el corazón y devorarlo. Deseaba tener una cueva donde mutilar, asesinar y comer a sus víctimas. Conforme el relato avanzaba, las autoridade­s se preguntaba­n si las fantasías de Spillman no eran sino una aterradora realidad, sobre todo porque el propio asesino explicó que su primera víctima, una niña, “murió demasiado rápido” mientras la torturaba con su navaja, Después de enterrarla en el bosque, añadió Spillman, enterró el cuerpo en el bosque. Regresó varias veces al lugar, a exhumar el cadáver con propósitos sexuales.

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