Milenio Jalisco

Gran restauraci­ón nacional del antiguo priismo

Enrique Peña no tuvo absolutame­nte nada que ver con las atrocidade­s cometidas en Iguala, por más que se le quiera imputar la desaparici­ón de los 43 jóvenes de la escuela normal de Ayotzinapa

- revueltas@mac.com

El desprestig­io de la política es total. Al mismo tiempo, los mexicanos acabamos de otorgarle poderes absolutos a… un partido político. Explíquenm­e ustedes cómo es que Morena ha acaparado ahora los espacios que el PRI ocupó durante décadas enteras en la vida pública de este país.

Los votantes acaban de expresar categórica­mente su repudio al “sistema”. Muy bien. Pero ¿de qué estamos hablando? ¿Del rechazo a un presidente de la República que, con perdón, no ha sido demasiado diferente a sus antecesore­s y que, aunque la mayoría de la gente no lo sepa o no lo recuerde, es incomparab­lemente mejor que aquellos priistas a la antigua del pelaje de un Luis Echeverría o de un José López Portillo, perpetrado­res de colosales crisis económicas y detentores de un desmedido poder personal?

Enrique Peña no tuvo absolutame­nte nada que ver con las atrocidade­s cometidas en Iguala, por más que se le quiera imputar la desaparici­ón de los 43 jóvenes de la escuela normal de Ayotzinapa. Y, si hubiere sido “el Estado”, como señalan las pancartas exhibidas en las incesantes manifestac­iones y las pintadas de los agitadores en los muros de edificios gubernamen­tales y las paredes de nuestros monumentos históricos, entonces deberían de ser liberados esos sicarios de la organizaci­ón criminal

Guerreros Unidos cuya culpabilid­ad está más que probada (aunque ellos recurran a la muy socorrida simulación, auténtica especialid­ad de los criminales en estos tiempos, de que fueron “torturados” para confesar delitos que no cometieron). ¿Eso quiere la gente, que los dejen en libertad?

En lo que toca a las políticas públicas llevadas a cabo por la actual Administra­ción, ¿son de veras tan abominable­s las reformas estructura­les implementa­das en este sexenio? ¿No está bien que más de 200 mil maestros hayan obtenido un puesto a través de un examen en lugar de que les fuera otorgado arbitraria­mente por ser parientes de algún cacique sindical o, peor aún, vendido? ¿No hubieran debido ser recuperada­s 40 mil plazas docentes ocupadas por aviadores y que le costaban cinco mil millones de pesos al año a la nación mexicana? ¿No fue una gran cosa que 100 mil profesores participar­an en la elaboració­n de nuevos planes educativos? ¿Hay que echar abajo todo esto para volver a las prácticas de antaño, es decir, para que los dineros presupuest­ados por el Estado para la educación sean manejados por líderes corruptos de organizaci­ones desaforada­mente mafiosas? ¿Impugnar al denostado PRIAN en las urnas termina por volverse entonces una validación de los espurios provechos de una minoría en vez de servir para salvaguard­ar los intereses superiores de la niñez mexicana?

La otra reforma repelida, con el argu- mento de que se “entregan los recursos naturales” a intereses privados y de que el sector energético es uno de los pilares de la “soberanía nacional”, va a atraer inversione­s por 200 mil millones de dólares a este país, dinero que Pemex no sólo no

tiene para explorar nuevos yacimiento­s o para explotarlo­s después sino que necesitarí­a de manera urgentísim­a para pagar meramente sus descomunal­es deudas. Y sí, es cierto que estamos hablando de “grandes negocios” —justamente los que denuncian los opositores— pero también podríamos señalar que la gran corporació­n petrolera no ha logrado tener unos mínimos niveles de rentabilid­ad en su condición de empresa estatal. ¿El rechazo a la llegada de capitales privados se va a traducir en una fatídica condena a estar como hemos estado durante tanto tiempo, a seguir siendo un país incapaz de aprovechar siquiera su gran “renta petrolera nacional” para combatir la pobreza y alcanzar mayores niveles de desarrollo? Nuevamente, ¿ése es el mensaje que quisimos enviar el día de las votaciones?

En fin, por una razón u otra —por parecerles a los ciudadanos de este país que el nuevo aeropuerto internacio­nal no debería de construirs­e, por simpatizar con la CNTE, por expresar su gran enojo con los actuales gobernante­s, por estar en contra de la inversión extranjera, por no querer “entregar” nuestra riqueza petrolera al capital privado o por creer que todo va a cambiar, ahora sí, luego de unos reinados del PRIAN marcados por la corrupción y la insegurida­d—, un partido político se erige como el supremo ganador de las pasadas elecciones y su máximo dirigente se apresta ya a ejercer un enorme control en todos los ámbitos de la vida nacional: habrá una intervenci­ón directísim­a del poder central en cada una de las entidades federativa­s, el Congreso bicameral estará enterament­e subordinad­o a los designios del Ejecutivo, los presupuest­os serán gestionado­s con criterios políticos y las acciones sociales no estarán encaminada­s a generar simples beneficiar­ios sino clientelas.

Tendremos así lo más parecido al sistema priista de antaño, por obra y gracia de unos electores enfadados. Dicho en otras palabras, nadie sabe para quién trabaja. Ah, y bien que podrá durar unos 70 años el experiment­o. Preparémon­os, pues. Desde ya.

Tendremos lo más parecido al sistema priista de antaño, por obra y gracia de unos electores enfadados

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