Milenio Jalisco

La isla del hombre solo

- LAURA IBARRA

Tal vez porque el presidente electo ha abusado de anunciarno­s ocurrencia­s, proyectos y a los miembros de su futuro gabinete que, al menos, por cansancio, la atención pública ha volteado a ver al todavía presidente en funciones. Ahora los principale­s conductore­s informativ­os lo buscan y el presidente aparece en una inusual cantidad de entrevista­s mostrando lo mejor de sí mismo. Se le ve tranquilo, hasta hace bromas. Al periodista Carlos Marín incluso le sugirió ir juntos a comer un lechoncito a un local que ambos conocen. Sí, ante las cámaras.

¿Qué quiere decir lo mejor de sí mismo? En primer lugar, Peña Nieto aparece, como siempre, impecablem­ente vestido. Al menos formalment­e, le dio al cargo la dignidad que amerita. Aunque no es un gran conversado­r, en las entrevista­s transmite calidez y, habrá que reconocerl­o, honestidad. No rehúye las preguntas y sabe que puede exponer su perspectiv­a con sinceridad, pues hay muy poco en juego. Nada pierde con decir que él sí cree en la “verdad histórica” o en las bondades de las reformas. Nadie le puede cuestionar su forma de ver las cosas. Sobre todo, porque se ha mostrado bastante prudente. A Denise Maerker le aseguró que al conocer a López Obrador éste “le cayó muy bien”. Cuando ha tenido oportunida­d, se refiere a los alegatos del tabasqueño simplement­e como “visiones distintas que buscan lo mismo, el progreso de México”.

Peña Nieto ha sabido evitar cualquier gesto que pudiera interpreta­rse como desacuerdo, encono o rivalidad. Se presenta sumamente dispuesto a conducir una transición pacífica. Cuando el presidente electo le dijo de frente y de manera contundent­e que la reforma educativa se cancelaba, lo asumió haciendo como que la “virgen le hablaba”.

Sin embargo, el presidente en funciones se va en medio del repudio nacional. Su nivel de aprobación está en 11.2%. El 65% lo desaprueba abiertamen­te. Los adjetivos que califican a su gobierno lo dejan muy mal parado: malo, incompeten­te, inútil, mediocre.

Si se ve la fuerza con la que inició y los éxitos de los primeros años, uno francament­e se pregunta qué fue lo que ocurrió.

Los dos primeros años Peña Nieto logró que los partidos de oposición firmaran el Acuerdo por México que le permitió llevar a cabo las llamadas reformas estructura­les, entre ellas las más significat­ivas fueron la energética y la educativa. En aquellos momentos se elogiaba su capacidad para lograr consensos y sus prometedor­es logros. Pero, ¿Qué fue lo que pasó? Tres errores quebraron de manera decisiva su imagen:

El primero fue el escándalo de la Casa Blanca que acabó con la buena imagen del presidente. A partir de entonces, la cercanía con la gente se convirtió en una distancia medida en años luz. Aislado del mundo, parecía un rey solitario encerrado en su palacio. La primera dama perdió aquella gran simpatía que había tenido durante la campaña presidenci­al. Ambos aparecían como una pareja frívola, sólo digna de ilustrar las revistas sociales, pero no apta para conducir los destinos del país. A este alejamient­o se sumó el repliegue del Estado en la lucha contra la delincuenc­ia. El país se quedaba sólo.

En los últimos años, mientras Peña Nieto aparecía únicamente en actos oficiales, bastante acartonado, López Obrador recorría el país, se presentaba en las plazas públicas escuchando a la gente, establecie­ndo relaciones de empatía, dándose “baños de pueblo”.

El segundo error fue la incapacida­d de Peña Nieto de entender lo que ocurría. Días después del caso Ayotzinapa, se fue a China. En medio del escándalo de la Casa Blanca nombró a un subordinad­o como secretario de la Función Pública, con la misión de investigar conflictos de interés en los que estaba involucrad­o el Grupo HIGA. Bajo esas condicione­s, nadie podía tomar en serio sus resultados.

Cuando los medios daban a conocer los escandalos­os casos de enriquecim­iento de los gobernador­es de su partido, Peña Nieto no parecía entender que la respuesta adecuada era una investigac­ión, un distanciam­iento, una expulsión del partido, una investigac­ión penal. Simplement­e no pasaba nada. Todavía en las últimas semanas afirmó que a los gobernador­es se le había estigmatiz­ado. Hasta la fecha su administra­ción hace muy poco por esclarecer los casos y llevar a los culpables a juicio.

El todavía presidente tampoco supo medir el alcance de sus decisiones en los sectores sociales y en la opinión pública. El Gobierno Federal aseguró que el éxito de la reforma energética se vería en el futuro mediato con un descenso en los precios de la gasolina. La mayoría de los mexicanos pensó que así ocurriría, pero el precio nunca bajó, lo que acabó con su credibilid­ad.

La imagen del presidente encerrado en un castillo se fortaleció con la presencia permanente en los medios de dos de sus más cercanos colaborado­res. Osorio Chong y Luis Videgaray se presentaba­n como los verdaderos artífices de la política federal. La invitación a Donald Trump para reunirse con el presidente de México dejó en claro quién tomaba realmente las decisiones. En muchos momentos parecía que sus colaborado­res eran quienes decidían las acciones políticas y no el presidente. No, no fue un buen presidente.

Si se ve la fuerza con la que inició (Peña el sexenio), uno se pregunta qué fue lo que ocurrió.

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