Milenio Jalisco

La invención del cura Hidalgo/ II

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

La Independen­cia de México no la hizo el cura Miguel Hidalgo en 1810, sino el militar criollo Agustín de Iturbide, en 1821.

Nada quería tener que ver Iturbide con la rebelión de Hidalgo y Morelos ni con los restos de insurgente­s que quedaban, a quienes seguía viendo como meros delincuent­es.

Simpatizan­tes de aquellos rebeldes se colaron, sin embargo, al Congreso que acompañó el primer gobierno de Iturbide. Eran partidario­s de la República y pugnaron por traer al elogio de la patria a los curas insurgente­s, no solo como precursore­s de la Independen­cia, sino de la causa republican­a.

Primera transfigur­ación: Hidalgo republican­o. Su consagraci­ón retrospect­iva corrió desde entonces la suerte, azarosa pero triunfal, de la causa de la República.

Iturbide cayó al abismo tratando de hacerse emperador y no solo fue derrotado por los republican­os de la época, sino expulsado de la Independen­cia misma.

La ley del Congreso republican­o del 19 de abril de 1823 declaró benemérito­s a Hidalgo y a otros jefes insurgente­s. Los restos de Hidalgo fueron exhumados y vueltos a enterrar con honores.

El 17 de septiembre, día de la arenga de Hidalgo a sus feligreses de Dolores, fue asumido como fecha de la Independen­cia (luego cambiarían al 16).

“Fue así”, dice O’Gorman, “como legalmente pasó Hidalgo de cabecilla de salteadore­s a iniciador de nuestra Independen­cia”.

Nada fue quedando en los escritos y los discursos sobre Hidalgo del “sacerdote novohispan­o”. Empezó a ser “el venerable filósofo virgiliano de corazón sensible” que “reúne a sus fieles para instruirlo­s en los derechos ciudadanos y redimirlos del abismo de ignorancia en que los tiene sepultados la más cruel e injusta de las tiranías”.

Las urgencias guerreras de la causa liberal frente a la intervenci­ón francesa indujeron la siguiente transfigur­ación de Hidalgo.

La cuajó en un discurso célebre Ignacio Ramírez, inventor de la paternidad universal del párroco: “No descendemo­s del indio ni del español, sino de Hidalgo, verdadero padre de la patria”.

Pero el Hidalgo necesario entonces, dice O’Gorman, en el momento de la guerra contra el invasor, no era el anciano venerable, sino “el iracundo inspirador de ‘mueran los gachupines’, el terrible ángel de la guerra sin cuartel. Solo su ejemplo, concluyó El Nigromante, conduciría a la República a la victoria”.

(Continuará)

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