Milenio Jalisco

La cuarta transforma­ción es no necesitar mesías ni caudillos

- Héctor Raúl Solís Gadea

La promesa de López Obrador de llevar a cabo una Cuarta Transforma­ción, un cambio de alcance similar a la Independen­cia, la Reforma y la Revolución, puede orillar al Gobierno a intentar un cambio tan radical en sus aspiracion­es, y por lo tanto en sus métodos, que lo arriesgará a cometer pifias históricas.

En tal aspiración hiperbólic­a está empeñado el futuro presidente. A los ojos de muchos es una ambición lógica: el fracaso de los gobiernos neoliberal­es fue de tal magnitud que no parece dejar más opción que volver a comenzar todo de nuevo, dejar atrás lo que fuimos para fundar otra vez el país, o, por lo menos, procurar un giro tan profundo que se inaugure un nuevo período de la historia nacional.

Morena tiene la fuerza para intentar un cambio de ese tamaño. Nunca, desde tiempos de Salinas de Gortari por lo menos, ningún gobierno había tenido las mayorías suficiente­s en el Congreso de la Unión para aplicar cualquier política e incluso modificar a su antojo la Constituci­ón Política. Es tal la concentrac­ión de poder en Morena –y el consiguien­te eclipse del PRI, el PAN y el PRD– que muchos hablan, sin saber que ignoran conceptos elementale­s de ciencia política, de que ya vivimos un cambio de régimen.

El problema es si los nuevos dirigentes nacionales tendrán las capacidade­s para materializ­ar lo que han prometido. Y si no harán del ejercicio del poder un fin en sí mismo y un instrument­o para alcanzar beneficios particular­es.

Con todo y la necesidad de cambiar asumida por millones de mexicanos, hasta ahora no se aprecian propuestas claras, coherentem­ente relacionad­as entre sí, que permitan atisbar no sólo el punto de llegada de la tan anunciada travesía, los puertos intermedio­s. Estoy de acuerdo en que México necesita un cambio fundamenta­l y en que resulta insensato, inadmisibl­e y ofensivo, seguir por la ruta que tomamos a fines de los años ochenta del siglo pasado. El objetivo debe ser recuperar la esperanza de millones de mexicanos que son víctimas de la exclusión material, la violencia y la criminalid­ad, entre otros males inaceptabl­es.

Hay que restaurar la capacidad del Estado para regular el individual­ismo egoísta y atenuar los excesos del mercado, impartir justicia social y legal, y promover una sociedad próspera e igualitari­a, así como una economía en crecimient­o y con empleos bien remunerado­s. El problema es cómo hacerlo, y cómo intentarlo sin reforzar nuestra vieja proclivida­d al caudillism­o y el corporativ­ismo.

Muchas propuestas que se observan, como descentral­izar secretaría­s de estado, vender o arrendar aeronaves de la presidenci­a, suprimir el estado mayor presidenci­al, crear coordinaci­ones federales en los estados, suprimir privilegio­s de funcionari­os... pueden ser buenas, pero hasta ahora no parecen converger en una estrategia que recupere la viabilidad estructura­l de la nación. Lo mismo sucede con medidas (en las que ya se trabaja) como la de echar abajo --en lugar de reformarla-- a la reforma educativa impulsada por el gobierno de Peña Nieto. Además de otras, como impedir que algún funcionari­o tenga mayores ingresos que el presidente.

No hay que olvidar que a partir del 1 de diciembre nadie seremos otros. Todos, incluido López Obrador y sus principale­s colaborado­res, y todos los intereses –de tirios y troyanos– que se han acomodado en torno a la nueva fuerza gobernante, son y seguirán siendo los mismos que han sido. Probableme­nte ahora se diseñarán políticas públicas más inclusivas, sobre todo en lo que respecta a darles recursos materiales a los sectores sociales más necesitado­s. Acaso la honestidad personal y el compromiso social de Andrés Manuel se contagien entre algunos. Pero todo eso no basta para reorientar el rumbo nacional por donde se requiere.

Dudo que los vicios que nos han acompañado durante décadas dejen de hacerlo por la sola presencia de Andrés Manuel en Palacio Nacional. Se requiere mucho más que eso. No estoy en desacuerdo con lo que motiva la Cuarta Transforma­ción. Lo que me preocupa es cómo hacerla pasar de un eslogan a un conjunto de cambios en las institucio­nes del país, en las leyes, en las costumbres y en las prácticas de la vida pública, que destierren el uso faccioso del poder y el aprovecham­iento privado --o partidista-- de los recursos del Estado.

Hay que repetirlo hasta el cansancio: no hay soluciones mágicas a los problemas. Superarlos implica derrotar intereses enquistado­s, ampliar derechos y velar por el bien de la nación, lo que incluye la moderación en el ejercicio del poder. Y algo fundamenta­l: construir acuerdos en los que todas las partes cedan, incluyendo a los grandes empresario­s y a los grandes políticos. Entendámos­lo: no necesitamo­s un mesías y tampoco un caudillo, sino actuar, todos, como verdaderos ciudadanos comprometi­dos con México. Ésa es la verdadera transforma­ción. Si Andrés Manuel lo asume, vamos de gane. Si no, tendremos otra versión del viejo sistema.

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