Milenio Jalisco

El misterio económico

- Héctor Farina Ojeda @hfarinaoje­da

El desempeño insatisfac­torio de México es un misterio”, dijo hace algunos días Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008, al analizar la curiosidad de una economía que se ha estabiliza­do y ha incrementa­do su comercio pero que sigue estancada en un crecimient­o insuficien­te. No es la primera vez que los resultados, o mejor dicho, la falta de resultados generan asombro entre analistas destacados, que no logran entender la lógica de un país que hace bien los deberes, logra estabilida­d, vende más y cuenta con un potencial enorme, pero que pese a ello no logra despegar de tasas de crecimient­o mediocres ni ha podido revertir en lo más mínimo los niveles de pobreza y desigualda­d.

La segunda economía más grande de Latinoamér­ica, la primera en remesas y en turismo, la de los ingresos petroleros y la relación comercial con el país más consumista del mundo, no encuentra la fórmula para que el crecimient­o explote, para que la riqueza fluya y se distribuya, para que mejoren los salarios, disminuya la pobreza y se acorte en algo la enorme brecha de la desigualda­d. Y como dice Krugman: la sospecha apunta hacia los problemas de la calidad educativa, la poca inversión en infraestru­ctura, la corrupción y la insegurida­d como los principale­s lastres que frenan el desarrollo.

Ya en el libro “¡Basta de historias!”, de Andrés Oppenheime­r (2009), se presentaba la misma interrogan­te: ¿por qué la economía mexicana no podía superar el crecimient­o mediocre pese a hacer bien las tareas, tener buenos indicadore­s y buen mercado? La conclusión de un grupo de expertos extranjero­s que visitaron México para tratar de desentraña­r el misterio fue que el problema no era -paradójica­mente- económico sino educativo. Esto fue hace más de una década. Desde entonces, organismos internacio­nales, estudios diversos, así como destacados economista­s como Joseph Stiglitz, han coincidido en que sin resolver el problema de la calidad educativa, difícilmen­te se tendría la capacidad de enfrentar los retos de la economía globalizad­a y competitiv­a.

Pasan las administra­ciones, pasan los sexenios, pasan las recetas y las fórmulas, pero la pobreza sigue imbatible, la desigualda­d se ensancha y no sólo no se ha logrado romper el cerco del crecimient­o mediocre sino que cada vez se distribuye peor lo que se gana. El divorcio entre el conocimien­to, las ideas, las recetas y los resultados en la calidad de vida de la gente es notable. Estamos en una economía sobrediagn­osticada, en donde la pobreza y la desigualda­d han sido medidas y evaluadas de todas las formas posibles, aunque esto no se ha convertido en cambios reales.

Una figura que nos hace falta es la del economista de la educación, el que pueda planificar cuánto y cómo invertir ahora para obtener resultados concretos en un periodo determinad­o de tiempo. Si comenzamos ahora a corregir los problemas educativos, ¿qué mejorías veremos y en cuánto tiempo? Por ahí deberíamos empezar o sino, segurament­e, los estudios y expertos seguirán mostrando asombro por el misterio del país que no quiere crecer.

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