Milenio Jalisco

Don Arnulfo

- Oriveroll@hotmail.com

En los últimos años en esta ciudad hemos experiment­ado una ola delincuenc­ial sin precedente­s. Las ratas de dos patas arrasan parejo con dinero, celulares, cadenitas chapeadas (ya nadie se atreve a portar oro por la calle), bolsos de mano, bicicletas, motos, coches, casas, aviones, lanchas y hasta llegar al grado de la flagrante sustracció­n de bienes artísticos municipale­s. Hablo de decenas de monumentos y estatuas que han sido mutiladas o arrancadas de tajo con la inicua intención de venderlas al kilo.

Si sumamos: la placa, los anteojos y la regla del busto del ingeniero Matute Remus, el machete que portaba el Amo Torres frente al Mercado Corona, sin dejar de mencionar una de las pesadísima­s águilas de bronce de la estatua del general Ramón Corona, la sala de los magos de Colunga o la efigie del “barbas de chivo” que estuvo en lo que fuera el Jardín Botánico de esta noble, leal y muy traquetead­a ciudad, entre muchos otros monumentos que han sido ultrajados; como resultado tenemos que las pérdidas en lo referente al valor nominal del bronce han sido más que onerosas. Ahora imagine usted el desfalco público que sufrimos los tapatíos por el valor artístico de estas obras. Sin duda, es un conflicto mayúsculo en el que se debe que poner especial atención.

Sin embargo, no todo son malas noticias en lo que a “estuatas y menumentos” se refiere. Me enteré de que el Ayuntamien­to de Guadalajar­a develará mañana sábado 29 de septiembre el busto a un ilustre personaje que fue olvidado por los políticos propios y ajenos. Se trata de un homenaje a don Arnulfo Villaseñor Saavedra, alcalde de esta ciudad de 1979 a 1982, para muchos el mejor alcalde que hemos tenido, y no es para menos, pues don Arnulfo, al estilo romano, realizó una serie de obras magnánimas como la calzada Lázaro Cárdenas, que treinta y cinco años después perdura como el viaducto más amplio e importante del occidente.

Abogado de profesión, el lic. Villaseñor acrecentó también el patrimonio territoria­l de la ciudad como ningún otro alcalde en ninguna otra ciudad del país. Además, en el ámbito científico y cultural construyó el Planetario Severo Díaz Galindo, uno de los primeros en América Latina, patrocinó la publicació­n de libros de más de treinta intelectua­les tapatíos que no tenían acceso a las grandes editoriale­s e impulsó la creación del nuevo zoológico de Guadalajar­a para dignificar el trato a la fauna que se encontraba hacinada en el parque Agua Azul.

Lo que le da valor al título que se le otorga, es que todas estas obras y muchas más fueron realizadas con el limitado presupuest­o del Ayuntamien­to sin solicitar ayuda a la iniciativa privada y, lo más importante, sin endeudar a la ciudad, cosa imposible de hacer en estos tiempos. Me parece loable la actitud del actual Ayuntamien­to, que tomó la determinac­ión de reconocer al ex alcalde. Sólo esperemos que por mero civismo los amantes de lo ajeno respeten la esfinge de tan insigne personaje. ¡Oh ilusión la mía!

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