Milenio Jalisco

Por todos los medios (públicos)

- NICOLÁS ALVARADO

Trabajé en Canal 22 entre 2003 y 2012. Alguna vez, en la administra­ción de Enrique Strauss, hice una entrevista pregrabada a un escritor, ex funcionari­o público, que tuvo palabras duras para el titular de una Secretaría de Estado.

La conversaci­ón fue transmitid­a en su totalidad, mérito del talante democrátic­o de Strauss —y de su entonces jefa, Sari Bermúdez— pero no del estatuto institucio­nal de la televisora, que no es a la fecha medio público sino de gobierno —dependient­e entonces de Conaculta y hoy de la Secretaría de Cultura—, por lo que nada habría impedido su censura.

He recurrido al ejemplo a lo largo de los años para advertir que en México la mayoría de los medios tenidos por públicos no lo son, que su independen­cia de criterio no descansa sino en la solvencia moral de sus directivos –la excepción es el SPR, organismo autónomo– y que resulta alarmante que no exista mecanismo institucio­nal para evitar que, un día, el director de alguno pretenda ejercer censura.

Ese día llegó cuando, a la luz de la salida de Carmen Aristegui de MVS Radio, el entonces director del 22, Raúl Crémoux, instauró un veto al tema, lo que terminó por redundar en su despido, si bien obtenido por presión política.

En un escenario verdaderam­ente

En verdadera democracia, México tendría verdaderos medios públicos

democrátic­o, México tendría medios verdaderam­ente públicos: Canal 22, Radio Educación, Canal Once, Televisión Educativa y el IMER no dependería­n de la Secretaría de Cultura o de la de Educación sino que tendrían órganos autónomos de gobierno a la manera del INE, el INAI o la CNDH o de medios extranjero­s auténticam­ente públicos como la BBC. Eso se antoja hoy lejano: las reformas a la Ley Orgánica de la Administra­ción Pública Federal aprobadas por la mayoría morenista en la Cámara de Diputados no solo no dan autonomía a los medios propiedad del Estado sino, peor, contemplan su sectorizac­ión en la Secretaría de Gobernació­n, responsabl­e de la política interior del Ejecutivo.

La idea es intrínseca­mente an tidemocrát­ica, con independen­cia del partido que gobierne, y hoy su suerte depende del Senado, cámara revisora. En democracia, resulta imperativo frenarla. Por todos los medios.

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