Bienvenidos a Shangri-La
Shangri-La es un lugar de plena felicidad, en el que todos sus habitantes viven en armonía. Al escuchar el discurso de toma de posesión de AMLO y el México que piensa construir me vino a la mente esta imagen.
De acuerdo con nuestro nuevo Presidente, pronto tendremos un país sin corrupción y sin impunidad. Habrá un renacimiento. Se reactivará la economía. De hecho, nos convertiremos en una potencia mundial. Se acabará la violencia y vendrá la pacificación. Tendremos una sociedad “más justa, democrática, fraterna y siempre alegre” (las itálicas son mías).
El sábado también dijo —mejor dicho, afirmó— que en tres años quedará solucionado el problema del aeropuerto ya que Santa Lucía estará funcionando. Sostuvo que la guerra contra el narco se acabará y que la verdad de Ayotzinapa se conocerá. Y sus objetivos no solo se limitan al ámbito material: habló de su deseo de reanimar el alma de los mexicanos y ha impulsado la creación de una Constitución moral.
Un discurso, sobre todo uno de toma de posesión, debe de inspirar. Tener ideales es loable. No tiene nada de malo apuntar alto. Al contrario, puede servir para generar optimismo y motivar a la población a apoyar su programa de gobierno. Evidentemente me gustaría que la visión que AMLO tiene para México se concretara. Pero, al igual que Shangri-La, creo que es más ficción que realidad. No hay que olvidar que Shangri-La nuca existió. Es un lugar utópico, producto de la imaginación del escritor James Hilton.
El problema es que para lograr un México remotamente parecido al que describe López Obrador hace falta, de entrada, mucho dinero. Y, a reserva de ver el presupuesto y tener más detalle de la fuente de los recursos, las cuentas simplemente no me cuadran.
Aquí van algunos de los proyectos que anunció AMLO el sábado pasado: duplicar el apoyo a adultos mayores; otorgar un sueldo mensual a más de dos millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan; construir una nueva refinería y rehabilitar seis más; reducir impuestos y subir salarios en la zona fronteriza; otorgar 10 millones de becas y crear 100 universidades públicas.
Para financiar los proyectos mencionó básicamente dos fuentes: la eliminación de la corrupción y la imposición de austeridad en el gobierno. Ojalá que sus cálculos sean correctos, pero no me queda claro. Pese a que se pierden carretadas de dinero por culpa de la corrupción, no significa que todo entrará a las arcas públicas en caso de reducirse. Sobre la austeridad, el ahorro palidece con respecto a los montos que se requieren para realizar sus proyectos. Además, ha dicho que no piensa incrementar impuestos, endeudar al país o incurrir en déficits fiscales.
Todos queremos que México sea un mejor país al final del sexenio de AMLO. Pero pensar que la llamada cuarta transformación culminará en Shangri-La es fantasioso.