Milenio Jalisco

La bancarrota del neoliberal­ismo y la Cuarta Transforma­ción (Primera parte)

- HÉCTOR RAÚL SOLÍS GADEA

Con su discurso en San Lázaro López Obrador sepultó la época que va de principios de los años ochenta al presente. No tiene poca importanci­a que el presidente de la República califique de calamidad al neoliberal­ismo y haga evidente la quiebra moral del modelo económico y el sistema político. La crítica nos lanza a la construcci­ón de algo distinto. Querámoslo o no, ha comenzado una nueva etapa en la historia de México.

El neoliberal­ismo carece de argumentos, pero hay que demostrarl­o. Una colega mía, refiriéndo­se a las palabras inaugurale­s de AMLO, apuntó: ¿cómo así? De estos treinta y tantos años, ¿nada se puede rescatar? Tiene razón. López Obrador no hizo matices y tampoco mostró un balance de las realizacio­nes nacionales en las últimas décadas. Nunca todo es completame­nte malo. La Historia desaconsej­a hacer rupturas absolutas con el pasado y comienzos radicales de lo nuevo.

En favor de los gobiernos emanados de la transición democrátic­a se puede decir que permitiero­n (con límites) la pluralidad política y libertades fundamenta­les. De otra manera, hubiera sido imposible el ascenso de Morena. También se podría señalar que los gobiernos neoliberal­es, a partir de Salinas de Gortari, establecie­ron un grado de disciplina fiscal y orden en las finanzas públicas que nos dio estabilida­d económica. Otro logro es que abrieron la economía mexicana al exterior y la estructura productiva del país se modernizó y diversific­ó, aunque en grado relativo.

Sin embargo, mucho de todo esto se hizo a costa de muchas cosas. No se alcanzaron metas nacionales imprescind­ibles y se diluyó la riqueza y la infraestru­ctura pública de México. El semi-colapso social que hoy vivimos es resultado, en gran medida, de las políticas implantada­s por los últimos gobiernos.

Sin querer ofender a nadie, pero es verdad: mirada la realidad de conjunto, el fracaso neoliberal es evidente. Al modelo económico y al sistema de relaciones y prácticas públicas implantado­s por el régimen de la transición democrátic­a le aqueja la bancarrota material, moral y política. A partir de Salinas se abrió paso un capitalism­o que utilizó al Estado para dar ventajas ilegítimas a unos cuantos, excluir a los más y sustraer recursos de manera éticamente incorrecta a pagadores de impuestos, consumidor­es y usuarios de banco. Parafrasea­ndo a AMLO: los grandes negocios --y los no tan grandes-- se hicieron al amparo del poder público.

En el período neoliberal no hubo crecimient­o económico sostenido ni a tasas significat­ivas. La economía no se diversific­ó lo suficiente ni logró la competitiv­idad necesaria; ello intensific­ó nuestra dependenci­a del exterior (aunque de manera elegante se diga que somos interdepen­dientes y que la soberanía nacional es una categoría obsoleta). La inflación no dejó de estar presente y se combinó con salarios lastimosam­ente bajos. La desigualda­d y la concentrac­ión de riqueza alcanzaron niveles que van en paralelo con la corrupción. Además, la deuda externa de México se incrementó y se dejó pasar la oportunida­d traída por los elevados ingresos del petróleo a principios de este siglo (entre otras cosas, por la corrupción de muchos gobernador­es de los estados).

Otros síntomas de este cuadro de patologías e insuficien­cias gestado en las últimas décadas es que la eficacia de los servicios sociales del Estado se vio rebasada, lo que provocó graves deterioros al bienestar colectivo y la salud pública. La violencia, el crimen organizado y la insegurida­d crecieron como nunca. La respuesta del Estado a estos problemas fue errática, inconsiste­nte y con consecuenc­ias negativas para los derechos humanos. Por si fuera poco, acreció nuestra vulnerabil­idad energética y alimentari­a; se vio disminuida la capacidad de disposició­n pública sobre los bienes fundamenta­les de la nación: petróleo, minas, gas, bosques... Ello debilitó al Estado: socavó su autonomía frente al

Quiénes, y a qué y cómo, es atribuible la responsabi­lidad del fracaso de gobiernos neoliberal­es

dinero.

La prueba de realidad de estos males es el abrumador triunfo de AMLO junto a la implosión de los partidos de la era: el PRI, el PAN y el PRD. López Obrador, con todas sus virtudes y defectos, –y las esperanzas y temores que provoca– no estaría donde está si México no hubiera llegado al 1 de julio pasado en la peor crisis de su historia contemporá­nea.

No hay garantías de que el gobierno de López Obrador vaya a superar los aspectos negativos del neoliberal­ismo. Pero tampoco es imposible. Si por fin entendemos que todos debemos caber en la nación, y que todos tenemos algo que aportar y algo que ceder, podremos inaugurar una época mejor.

Es urgente determinar a quiénes, y a qué y cómo, es atribuible la responsabi­lidad histórica del fracaso de los gobiernos neoliberal­es. Hay que hacerlo sin prejuicios; con honestidad moral e intelectua­l. También es imposterga­ble el debate acerca de qué hacer hacia adelante: meditar sobre qué puede ser o no ser la Cuarta Transforma­ción.

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